03 diciembre 2020

Louis Armstrong empezó a los tiros y terminó con la trompeta


Por Humberto Acciarressi 

El primer día del año 1913, mientras en las calles de Nueva Orleans los vecinos pobres y los ricos festejaban el acontecimiento, unos disparos sonaron en el ambiente y detuvieron la algarabía. Algunos, entre ellos un policía, recorrieron con la vista los alrededores hasta que se toparon con un chico negro, de ojos pícaros y sonrisa cómplice, de cuya mano colgaba una pistola. El muchacho, que había resuelto despedir el año a los tiros, fue a parar a un reformatorio. Allí, uno de los guardias de apellido Smith, se hizo amigo del chico y le enseñó a tocar la trompeta. Desde esos días de encierro hasta el final de sus días, aquel negrito llamado Louis Armstrong no se separó nunca de su instrumento. 

Nació el 4 de julio de 1900, el Día de la Independencia de los Estados Unidos (algunos biógrafos sostienen que la fecha fue un invento del músico), en una sórdida casa de Nueva Orleans. Según lo confesó sonriente varias décadas más tarde, hasta que cumplió cinco o seis años creyó que los petardos, los cohetes y los cañonazos que escuchaba en sus cumpleaños eran en su honor. En todo caso, eso no hubiera estado nada mal. 

Sus primeros contactos con la música se produjeron cuando seguía los cortejos fúnebres de los negros, escuchando los "spirituals" que desgranaban los instrumentos y las voces quejumbrosas de los deudos. Es imposible y ocioso reproducir las bandas en las que tocó desde que reemplazó a King Oliver en el grupo de Kid Ory hasta que el mundo se quedó sin su trompeta (uno de sus primeros compañeros fue el legendario Buddy Bolden, de cuya corneta se decía que podía resucitar a los muertos). 

Si hay que decir que con Satchmo (abreviatura de Satchelmouth: boca de maleta) aprendieron los más grandes músicos de jazz del siglo, incluso aquellos que lo criticaron por cuestiones más ideológicas que musicales (decían que entretenía a los blancos, como si el arte se midiera en fronteras raciales). Miles Davis, antítesis de Armstrong, no tuvo más remedio que reconocer: "Nadie puede tocar en la trompeta algo que Louis no haya tocado antes". Sin embargo, el más grande elogio que recibió Satchmo vino del sacerdote del "bip bop" y compañero de Charlie Parker, Dizzy Gillespie: "En la historia de la música negra ningún individuo ha dominado tan completamente una forma de arte como el maestro Daniel Louis Armstrong. De no haber sido por él, nunca habríamos existido". Y eso es cierto: resulta inconcebible concebir el jazz sin "Pops". 

Sólo citando algunas de sus frases, podría decirse que de la campana de la trompeta de Louis salían, convertidos en música, una cálida noche veraniega de Nueva Orleans, el olor de las magnolias en flor, alguna chica con la que había pasado momentos alegres, o la voz de su madre llamándolo por las mañanas. Si Dios existe, no hay dudas que la trompeta de Satchmo contó con su beneplácito. Y si Dios no existe, Armstrong debe haber sido lo más parecido a él. Si dejaba de tocar se enfermaba, porque -decía- se lo exigía el sistema nervioso. Por eso, un día sin música le provocaba un serio desequilibrio emocional. Además de esto, su labio superior tenía unas callosidades producidas por la embocadura de su trompeta, que cuando se le agrietaban le provocaban un dolor insoportable. Para mitigarlo, Louis se ponía pomada. Como eso no bastaba, antes de cada concierto tocaba durante dos horas para castigar sus labios. Dolor más dolor, en su caso era esa explosión de alegría que ahora se escucha en sus discos. 

Fornido, exuberante, de dotes histriónicas, sonrisa relampagueante, voz áspera y un estilo inimitable para tocar su instrumento, Louis murió el 6 de julio de 1971 en su casa en los suburbios de Nueva York, mientras dormía plácidamente a metros de su trompeta compañera. Y para terminar, valga una anécdota. En cierta oportunidad, una mujer le preguntó a "Pops" qué era el jazz. Y Armstrong, olvidándose de sus labios inflamados, tomó su trompeta, respondió "el jazz es esto", y comenzó a sacarle al instrumento un sonido improvisado y quejumbroso más doloroso que la vida misma. Ninguna enciclopedia igualará nunca tal definición. 

(Publicado en la revista "Así", de Buenos Aires, en la década de 1990)