30 abril 2008

La Feria del Libro y las paradojas

Por Humberto Acciarressi

En el mejor de los casos, es una paradoja. Soy de los que leo a razón de un libro cada dos días, en el peor de los momentos tres, y padezco esa extraña enfermedad que consiste en hablar con entusiasmo de cosas que han fabulado otros e incluso yo mismo. Pueden faltarme algunas de las artimañas que a otros los parecen vitales para hacer más llevadera la vida (un par de ellas decididamente no), pero sufro cuando acabé la pila de libros de mi mesa de luz, que se bifurcan hacia mi biblioteca si me interesan, o a la de alguna otra persona si no le encontré el debido gusto. Soy, además, de los que pueden pasarse horas en una librería de viejo, revisando estantes o mesas que escruté el día anterior, ahora con la esperanza de encontrar alguna perlita llegada en las horas previas. Y puedo estar no menos tiempo en bibliotecas, hemerotecas o archivos –públicos o privados– en la ardua y apasionante búsqueda de un dato, apenas un dato, para alguna nota que seguramente no leerán más que unas docenas de personas.

Mi psicóloga ya está convencida de que no es obsesión compulsiva mirar durante un largo rato los estantes de mi biblioteca, para verificar si siguen estando cada uno de los casi ocho mil libros que han resistido purgas, regalos, robos y otras afrentas de lesa cultura. A veces voy a Carroll, otras a Pound, otras a Pavese, otras a Valery, otras a Trackl, en fin, la lista es interminable. Soy, también, de los que caminan por la calle leyendo, sin que eso signifique que ignore lo que ocurre a mi alrededor, pues por algo soy periodista. Me siento a tomar un café, y leo. Me paro a tomar una coca, y leo. Estoy con una mujer, y aunque su charla resulte muy atractiva, en algún momento me pongo a leer.

Juro por los dioses de todas las religiones (pues soy muy ecuménico) que nada de lo que antecede es mentira, y de esto pueden dar fe mis amigos, conocidos y compañeros de trabajo. Entonces, ¿alguien me puede decir la razón por la cual la Feria del Libro me genera un rechazo visceral por todo lo que rodea al mundo libresco? Tampoco soy nuevo en el tema. La he cubierto periodísticamente para casi todos los medios nacionales en unos 30 años. Y siempre me ocurre lo mismo: es el único momento del año en que no leo libros. Por eso digo que, en el mejor de los casos, la Feria del Libro, para mí, es por lo menos una paradoja.

(Artículo publicado en "Crónicas inútiles", de Paula Pampin, primer blog dedicado íntegramente a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires)

#Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2008

27 abril 2008

Dejaron de buscar al cura pelotudo

Hay una noticia más desopilante que la del cura brasileño que se ató a miles de globos para batir un record Guinness y se perdió en el aire el domingo pasado. Y esa noticia es que suspendieron la búsqueda. ¿Pero qué esperaban?, ¿encontrarlo colgando de una nube?, ¿o viajando a ras de las olas rumbo a las costas africanas?, ¿o suspendido en el aire como en una estampita? Lástima que no voy a estar vivo cuando la Iglesia, a pedido de los compatriotas del cura Adelir Antonio de Carli, lo declare santo, más precisamente San Pelotudo.

El proceso, 1962


Desayuno en el Patronato de la Infancia en 1923


El niño Al Pacino con su padre, en 1944

26 abril 2008

El acierto de Ricardo Piglia en la apertura de la Feria del Libro


Por Humberto Acciarressi

Para empezar: lamentablemente, no es frecuente que en la Feria del Libro -ni fuera de ella- se hable demasiado de poesía, el género entre los géneros de la literatura. Por eso, que Ricardo Piglia la haya puesto en el tapete delante de los ojos de funcionarios de cultura y editores que no la publican, es algo digno de destacar. El lema de este año - "El espacio del lector", vale decir, el espacio de la construcción de la subjetividad -, fue especialmente considerado por el autor de "Respiración artificial", quien señaló que ese espacio representa "esos momentos en que se piensa, se levanta la vista y mirando el horizonte se reflexiona sobre el párrafo leído".

Pero lo más importante fue cuando Piglia consideró que frente a los tiempos acelerados que vive hoy la sociedad, "uno de los pocos espacios donde podemos establecer una temporalidad propia es la lectura y el único género que puede cambiar ese ritmo es la poesía". Y si "para Adorno, después de Auschwitz es imposible escribir poesía, no es ese el caso de la experiencia rusa y la argentina, que a pesar de haber vivido sus pequeños Auschwitz, continuaron escribiendo poesía". Esa tradición viene del Martín Fierro de José Hernández, esta posibilidad de decir lo imposible. "Ese tipo de emoción, ese pequeño movimiento del lenguaje es lo que la poesía nos ha enseñado".

"Los poetas son los únicos que consiguen hacernos tener una experiencia con el lenguaje de cambio de ritmo. Los narradores miramos a los poetas con respeto porque trabajan el lenguaje en su punto más perfecto. La lectura de la poesía es una experiencia que debemos recomendar. Los poetas tienen una indiferencia absoluta por la relación entre verdad y mayoría; los poetas construyen comunidades que parecen ser microscópicas, pero alteran las relaciones básicas con el lenguaje. Los poetas tienen una ética, el lenguaje es el objeto de su experimentación". Y además dijo -palabras más, palabras menos- que aquel que lee poesía es el lector privilegiado por excelencia, el que puede interpretar cualquier otro de los discursos que circulan por la sociedad, ya que tiene la comprensión de la complejidad del más complejo de los lenguajes.

El espacio del lector es tanto social como privado, un momento en que el lector está inmerso en otro mundo, en un instante de aislamiento. Sin embargo, Piglia subrayó que actualmente se dejó atrás al "lector en la isla desierta" para pasar a un "lector salteado", a una lectura que se fragmenta y circula. "Agradecemos que podemos acrecentar el acceso a la cultura, pero la lectura no se puede acelerar porque está ligada al lenguaje que establece la temporalidad", destacó el autor de "Ciudad ausente". Piglia retrató diversos espacios en los que se puede practicar la lectura aunque aclaró -acertadamente- que los tiempos siguen siendo los mismos que los de la época aristotélica. Afortunadamente "no hay ningún chip que haga que uno lea aceleradamente".

Ricardo Piglia dijo mucho más, desacartonadamente, con el lenguaje amable de un buen profesor, apelando a citas conocidas y personales. Hace mucho que no había una apertura con tan buen discurso y queríamos destacarlo, aunque sea en forma de crónica.

#Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2008

22 abril 2008

El único problema filosófico

Ustedes lo recuerdan. En "El mito de Sísifo", Albert Camus decía que el suicidio es el único problema filosófico verdaderamente serio y que todo lo demás es secundario. Miren lo que tengo que citar (Camus es uno de mis autores preferidos) para justificar esta imagen, donde un limón está por acabar con su cítrica vida.

Jane Birkin en 1974

Nueva York en el año 1908

19 abril 2008

"El eternauta" y el Uniberto


Por Humberto Acciarressi 

Cuando era chico y crédulo, las fábulas del arte me golpeaban con una intensidad que me resulta difícil describir. Que Gulliver se convirtiera en gigante o pigmeo de acuerdo a dónde se encontrara, o que conversara con caballos sabios, me provocaba una inquietud asombrosa, porque yo había imaginado en duermevela cosas similares. Las aventuras de Alicia entraban en mi lógica, ya que atravesar un espejo, charlar con un conejo o con la cabeza de un gato de Chesire, no era ajeno a mis costumbres. 

Para colmo, haber nacido a pocas cuadras del lago de Palermo (y hablo del viejo, no el de los Rosedales), me permitían entender muy bien a Verne, Conrad y Mark Twain, aunque la diferencia con éste era que sus personajes fumaban pipas (como los chicos de Dickens) y yo unos mentolados insoportables aunque necesarios, para que al llegar a casa nadie se percatara del olor a cigarrillo. Por eso años cayeron en mis manos las aventuras de "El eternauta" (los menos jóvenes tal vez recuerden los ejemplares: alargados, editados por Frontera, en la revista Hora Cero), que devoré con entusiasmo. Faltaban unos años para el secuestro y desaparición de su autor Héctor Oestherheld (el dibujante era, ya lo saben, Francisco Solano López). 

Borges, Eliot, Vallejos, Celine, Cabrera Infante; el "Adán Buenosayres" de Marechal; "Las noches de Varennes", la película de Ettore Scola; "El extranjero" de Camus; los "Diarios" de Cesare Pavese y las biografías y retratos escritos por Papini o Stefan Zweig (especialmente el "Magallanes" del alemán); son algunas de las cosas de las que podría hablar durante horas sin tener que recurrir a las obras en sí, de tantas veces (no exagero si digo centenares, créanme) que pasaron delante de mis ojos. "El eternauta" está entre ellas. 

Y para colmo, gran parte de la historia transcurría en el barrio de mi infancia (la batalla de la cancha de River; el contacto con el "mano" en las barrancas de Belgrano); discurría por Plaza Italia (decenas de veces, y aún hoy, no puedo dejar de imaginarme cuando paso por la avenida Las Heras entre el Zoológico y el Botánico, la emboscada en la que mueren casi todos los sobrevivientes) y en cierto sentido tenía su climax donde estaba la cabecera de la invasión extraterrestre, en la Plaza del Congreso, a unas cuadras de donde vivo hace unos años. 

Ustedes se preguntarán: ¿y esto a qué viene?. A nada en particular. Sólo que un argentino, especialmente un porteño de Buenos Aires, no tiene que recurrir a "La guerra de los mundos" de Herbert Wells para imaginarse aventuras tan descabelladas en esta ciudad que es un Aleph maravilloso. Basta pegarle una nueva lectura a "El eternauta" con su lluvioso comienzo de copos mortales. En cuanto a otros "por qué", simplemente porque me gusta divagar. E insisto, la realidad y la ficción no tienen frontera en ésta, nuestra revista digital.


Cleopatra

11 abril 2008

Menem, Cristina Kirchner: nada nuevo bajo el sol


Andrés Cascioli, el gran dibujante argentino, hizo estos dos trabajos en la revista "Humor", en marzo del 93 y en octubre del 95, respectivamente. Especialmente la segunda, donde el entonces presidente Carlos Menem tiene la boca tapada, ¿no les recuerda a algo que pasó recientemente y que tanto enojó a la señora presidente?
Hermenegildo Sabat (durísimamente criticado por la presidente Cristina Kirchner por esta caricatura) recibió en 2004, de manos de Gabriel García Márquez, el premio de la Fundación Nuevo Periodismo por su "conducta intachable ante el poder". Ciudadano Ilustre de Buenos Aires, antes había obtenido en Estados Unidos el premio María Moors Cabot por sus ya célebres dibujos durante la dictadura militar. 

Estación de servicio porteña en 1937

10 abril 2008

En 1936, homenaje a Gardel a un año de su muerte

Sing Cowboy Sing

El tango en Broadway

El vampiro de la autopista

Claudia Cardinale

Celebrity, 1928

Stolen Love, 1928

Mulata

Chávez... ¡me quiero volver chango!

Que Hugo Chavez haga levantar Los Simpson de la televisión venezolana parece, a esta altura de los acontecimientos, el triste aunque inevitable fruto de una mente desquiciada. Pero hay algo peor: la serie de dibujos más exitosa de todos los tiempos fue reemplazada, en el horario de lunes a viernes a las 11 de la mañana, por Baywatch ("Los guardianes de la bahía", en la televisión venezolana), una de las tiras norteamericanas más ridículas de todos los tiempos. Mama mía, el chavismo es un viaje de ida en un tren expreso a la Edad Media. 

El "Yo Acuso" de Zola, en L'Aurore del 13 de enero de 1898

06 abril 2008

El Che Guevara lee a Goethe

El Che Guevara lee a Goethe en un alto en la campaña en Cuba, que daría pie a una las dictaduras más largas de la historia. Se trata de una foto muy poco conocida.