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28 abril 2007
24 abril 2007
A propósito de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
Por Humberto Acciarressi
Existe, entre todas las metáforas literarias, una que no por reiterada es menos contundente. Es la que sostiene Ray Bradbury en "Farenheit 451", cuando convierte a unos pocos hombres y mujeres, opositores a un régimen cuyo lema capital es la destrucción de las obras literarias, en los transmisores del saber libresco. Esas personas tienen una particularidad: ellas mismas son los libros que han aprendido de memoria para guardar, palabra por palabra, hasta que concluyan los tiempos del oscurantismo y las letras puedan ser volcadas nuevamente al papel.
Un hombre es la "Odisea", una mujer "La educación sentimental", un chico "La náusea", y así siguen los nombres y las características de esa curiosa comunidad. Sin embargo, aunque los "bomberos" de Bradbury - encargados en la obra de quemar los libros - tienen en la vida cotidiana muchos epígonos, los muertos que ellos matan gozan de buena salud. El azar, por su lado, se encargó en un lejano 23 de abril de 1616 de ofrecer otra curiosa metáfora:ese día fallecieron, casi a la misma hora, Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilazo de la Vega. Para la Unesco, entonces, ninguna fecha mejor para proclamarla "Día Mundial del Libro". Esos datos de la ficción y la realidad remiten, inevitablemente, a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Jorge Luis Borges, quien decía orgulloso que la biblioteca de su padre había sido el acontecimiento capital de su existencia y que imaginaba el universo como una biblioteca infinita, sostenía con metafórica exageración: "En el curso de mi larga vida creo no haber leído más de cien volúmenes, pero he hojeado algunos más". Valga la boutade del autor de "El aleph", quien, en sus tiempos de profesor, recomendaba a sus alumnos que no leyeran un libro si no sentían una necesidad urgente. "Si eso no ocurre - decía, palabras más, palabras menos - es que ese autor todavía no es digno de ese lector".
La lectura conlleva la aceptación de una serie de códigos, sin cuya existencia el acto de leer se convertiría en algo mecánico. Coleridge, en lo atinente a la ficción y la poesía, pedía la suspensión de la incredulidad al leer un libro. O sea, dejar de lado hipotéticos recelos ante el hecho estético. Vale decir: sentir el sabor de las "madeleines" de Proust. La tendencia apocalíptica de ver el libro como un objeto en extinción ya hace un tiempo que ha dejado de tener peso. No huelga recordar las palabras de Adolfo Bioy Casares, un asiduo de la muestra, cuando decía: "La literatura es uno de los modos más eficaces que encuentro para sortear la muerte".
La Feria del Libro es, en cierto sentido, un laberinto de vértigos, un conglomerado de miles de palabras en busca de ojos atentos e inteligencias perspicaces. Cada una de esas piezas está a la espera de su lector: aquel que sepa descifrar esa misteriosa construcción artificial de un espacio imaginario o real. Mallarmé sostenía que el mundo vive para un libro. En estos tiempos que corren, que una persona pueda descifrar los códigos de por lo menos uno, es un avance en favor de la civilización.
23 abril 2007
¿Todos los caminos conducen a Knut?
Desde hace un tiempo, Paula Pampin está realizando una investigación sobre el caso del osito de peluche acusado de asesinar a miles de truchas. Ahora, María de la Paz García me hace llegar un S.O.S desesperante que dice: "Amenaza de muerte contra nuestro amiguito berlinés Knut", conocido como el osito mediático más famoso del mundo. ¿Están vinculados los casos como parece sugerir Paula?, ¿peligra realmente la integridad física del osito germano como sostiene Paz?, ¿será Gran Hermano una cortina de humo para tapar el drama de Knut?, ¿se tratará de una estrategia publicitaria para que el osito se presente en las próximas elecciones del Parlamento Europeo?, ¿el asesino de truchas y el amenazado son el mismo?. Lo que sí es cierto es que ambas historias, como en "Rashomon" de Akira Kurosawa, parecen ser caras de la misma moneda. Y si no lo creen sigan los acontecimientos aqui
22 abril 2007
17 abril 2007
16 abril 2007
Hay golpes en la vida, tan fuertes... yo no sé
Por Nora Abdala
Entre la escritura de este verso que inicia el libro "Los heraldos negros" y el poema N° I de "Trilce", media una de las experiencias más penosas en la vida de César Vallejo: su reclusión de 112 días en la Cárcel Central de Trujillo. En el año 1920 fue injustamente acusado de incendiario e instigador de una asonada en su pueblo natal, Santiago de Chuco. Perseguido por la policía, debió huir y refugiarse en una casa de campo, donde finalmente resultó apresado y encarcelado. Gracias a la gestión de amigos e intelectuales fue liberado – juicio pendiente de por medio – y sólo quince años después (cuando el poeta se encontraba definitivamente afincado en París) quedó limpio de los cargos que pesaban sobre él.
La cárcel, para un poeta como Vallejo, que por esos tiempos experimentaba con un giro radical en el tratamiento del lenguaje, le proporcionó una experiencia afín. En ese ámbito escribió varios de los poemas que, luego de una afanosa y dedicada depuración, publicó en el año 1922 bajo el nombre de "Trilce".
Si la publicación de "Los heraldos negros" (1918) en Lima fue recibida entre el silencio y el desdén; la recepción de "Trilce" resultó aún peor. Esta circunstancia sumergió al poeta en la más absoluta soledad, sólo atenuada por la extremada convicción de la honradez de sus versos. Su personalidad tímida y reconcentrada la daba una austeridad que contribuía a afianzar la empresa revolucionaria que se había propuesto: una transformación poética de la lengua castellana.
Vallejo supo del desarraigo desde siempre: mestizo y pobre, a fuerza de voluntad terminó sus estudios universitarios y sólo fue reconocido como poeta por un grupo de amigos. Poseía una característica inusual para los poetas latinoamericanos que por aquellos años arribaban a Europa: carecía totalmente de interés por obtener fama literaria y, hasta su muerte en París, mantuvo un discreto aislamiento con el mundo de las letras.
Su amigo, Juan Larrea, definió su humildad en forma escueta y dolorosa:"El del poeta peruano es un fenómeno probablemente único. Nació aparte, vivió aparte, si bien diluido en la multitud, y murió aparte. Al desaparecer, hacía quince años corridos que no había publicado ningún libro de versos. Quiere ello decir que el poeta a quien muchos atribuyen hoy importancia excepcional, murió además de aparte, prácticamente desconocido"
Durante todos esos años que estuvo sin publicar y hasta su muerte, continuó escribiendo y los poemas fueron seleccionados bajo la supervisión de su viuda, en un volumen póstumo, “Poemas humanos”, cuyo título - inventado por los editores - quizás nunca hubiera aprobado el autor.
Lo que sí no deja lugar a dudas es que guano es el excremento de los alcatraces y que conforma una relación con las islas del paisaje evocado. En pocas palabras, puede decirse que César Vallejo inaugura su revolucionario libro de poemas con una escena de aves que defecan.
Los críticos han realizado variados trayectos en el esclarecimiento de esta poesía compleja y escurridiza. Muchos de ellos profundizaron su búsqueda en el valor simbólico, semántico e ideológico de su vocabulario hermético. De esta manera, ejercieron una especie de traducción que consiste en transformar este nuevo hábito de escribir poesía, de alguna manera anómala, en un discurso ordenado y normal que posibilite su comprensión. Un ejemplo, en referencia al sentido : la propuesta más significativa del poema es subrayar la necesidad de la libertad del artista. Otra interpretación, en términos económicos: las islas son el símbolo de los individuos como subproductos, porque la economía del hombre y su civilización convierten a la creación individual en un excedente. Cada una de estas aseveraciones ha sido debidamente justificada a partir de análisis que dan cuenta de los recursos empleados, como la supresión de los nexos lógico-gramaticales, la sintaxis disgregada y privada de las asociaciones tradicionales, las marcas tipográficas, etc.
Lo cierto es que durante más de cuarenta años no se hizo hincapié en el tan natural acto fisiológico de evacuación aludido en los versos. Evidentemente irritaba que el primer poema - en la tradición generalmente funciona a la manera de un ars poética - estuviese vinculado con los excrementos. Es sabido que a Juan Larrea, exégeta de su obra, le exasperaba la idea.
En 1965, un amigo juvenil, Juan Espejo Asturrizaga, publica en Lima "César Vallejo (Itinerario del hombre: 1892- 1925)". Cuenta en su libro que el poema N° I fue escrito en la cárcel y que cuando le preguntó al poeta acerca de la clave de su significado, éste lo remitió a una escena cotidiana de su reclusión. Cuatro veces al día, en la mañana y en el atardecer, los presos eran sacados de la celda a las letrinas para evacuar el intestino. Los guardias urgían groseramente a los detenidos para que se apuren. El lenguaje, las expresiones (Quién hace tanta bulla, Un poco más de consideración - modismo muy español - y tener bemoles) se vinculan con el acto fisiológico.
¿Por qué tantos años de negación y de interpretaciones fantasiosas? ¿Es importante conocer la anécdota? Evidentemente resulta de gran ayuda y es por eso que las ediciones serias de la actualidad dan cuenta acerca de la situación de enunciación del poema.
Los críticos que continuaron su labor con los nuevos datos aportaron también nuevas consideraciones. Se habló del carácter biológico del poema, de las relaciones dialécticas existentes entre la defecación y el alumbramiento, los excrementos y el tesoro, etc. Lo que tanto tiempo elegantemente se soslayó, emergió transparente.
Si bien es cierto que Vallejo crea en su poesía una materialidad sustantiva donde las cosas entran en rebelión frente a su nombrar habitual y que todo esto supone un desequilibrio del lenguaje con la realidad evocada, también es verdad que nunca el poeta se desvinculó de sus experiencias vitales concretas. A pesar de sus silencios, de sus elipsis, siempre resuena en sus versos el dolor de esos golpes en la vida, tan fuertes.
(Publicado en "Páginas latinoamericanas")
Entre la escritura de este verso que inicia el libro "Los heraldos negros" y el poema N° I de "Trilce", media una de las experiencias más penosas en la vida de César Vallejo: su reclusión de 112 días en la Cárcel Central de Trujillo. En el año 1920 fue injustamente acusado de incendiario e instigador de una asonada en su pueblo natal, Santiago de Chuco. Perseguido por la policía, debió huir y refugiarse en una casa de campo, donde finalmente resultó apresado y encarcelado. Gracias a la gestión de amigos e intelectuales fue liberado – juicio pendiente de por medio – y sólo quince años después (cuando el poeta se encontraba definitivamente afincado en París) quedó limpio de los cargos que pesaban sobre él.
La cárcel, para un poeta como Vallejo, que por esos tiempos experimentaba con un giro radical en el tratamiento del lenguaje, le proporcionó una experiencia afín. En ese ámbito escribió varios de los poemas que, luego de una afanosa y dedicada depuración, publicó en el año 1922 bajo el nombre de "Trilce".
El sentimiento de honda comprensión que su sensibilidad profundizó en este período signado por la humillación, repercutió – a la manera de bisagra – hacia una actitud poética sustentada en la compasión. Esta comprensión de los fenómenos humanos límites fueron expresados a través de una palabra que – a fuerza del instinto de recobrar una limpieza perdida – se mostró duramente castigada y un tanto dislocada en relación con los modelos tradicionales, pero también con muchos de los experimentos vanguardistas del momento. La suya era una práctica poética inusualmente personal y en el escenario de la literatura se la ubicó en el incómodo espacio de la incomprensión.
Si la publicación de "Los heraldos negros" (1918) en Lima fue recibida entre el silencio y el desdén; la recepción de "Trilce" resultó aún peor. Esta circunstancia sumergió al poeta en la más absoluta soledad, sólo atenuada por la extremada convicción de la honradez de sus versos. Su personalidad tímida y reconcentrada la daba una austeridad que contribuía a afianzar la empresa revolucionaria que se había propuesto: una transformación poética de la lengua castellana.
Vallejo supo del desarraigo desde siempre: mestizo y pobre, a fuerza de voluntad terminó sus estudios universitarios y sólo fue reconocido como poeta por un grupo de amigos. Poseía una característica inusual para los poetas latinoamericanos que por aquellos años arribaban a Europa: carecía totalmente de interés por obtener fama literaria y, hasta su muerte en París, mantuvo un discreto aislamiento con el mundo de las letras.
Su amigo, Juan Larrea, definió su humildad en forma escueta y dolorosa:"El del poeta peruano es un fenómeno probablemente único. Nació aparte, vivió aparte, si bien diluido en la multitud, y murió aparte. Al desaparecer, hacía quince años corridos que no había publicado ningún libro de versos. Quiere ello decir que el poeta a quien muchos atribuyen hoy importancia excepcional, murió además de aparte, prácticamente desconocido"
Durante todos esos años que estuvo sin publicar y hasta su muerte, continuó escribiendo y los poemas fueron seleccionados bajo la supervisión de su viuda, en un volumen póstumo, “Poemas humanos”, cuyo título - inventado por los editores - quizás nunca hubiera aprobado el autor.
La audacia y temeridad de la palabra poética de Vallejo van de la mano con el sostenido silencio que sobre su defensa realiza el poeta. Un ejemplo curioso lo proporciona una historia ligada a uno de sus poemas. Si se hace una lectura rápida e ingenua del poema N° I de “Trilce”, se advierte inmediatamente que merece una mayor atención. El lector desprevenido deberá recurrir a un diccionario para comprender el léxico poco habitual que oscurece su interpretación. Allí descubrirá que muchas de las palabras insólitas realmente existen, pero que su uso resulta totalmente desacostumbrado. La palabra calabrina que como arcaísmo significa cadáver y en español muy antiguo, olor muy fuerte; hialoidea, que remite al color del cristal; neologismos como tesórea y grupada; coloquialismos, como abozaleada y bulla; expresiones crípticas, como será tarde, temprano y la línea mortal del equilibrio; no hacen más que aumentar la ambigüedad del poema.
Lo que sí no deja lugar a dudas es que guano es el excremento de los alcatraces y que conforma una relación con las islas del paisaje evocado. En pocas palabras, puede decirse que César Vallejo inaugura su revolucionario libro de poemas con una escena de aves que defecan.
Los críticos han realizado variados trayectos en el esclarecimiento de esta poesía compleja y escurridiza. Muchos de ellos profundizaron su búsqueda en el valor simbólico, semántico e ideológico de su vocabulario hermético. De esta manera, ejercieron una especie de traducción que consiste en transformar este nuevo hábito de escribir poesía, de alguna manera anómala, en un discurso ordenado y normal que posibilite su comprensión. Un ejemplo, en referencia al sentido : la propuesta más significativa del poema es subrayar la necesidad de la libertad del artista. Otra interpretación, en términos económicos: las islas son el símbolo de los individuos como subproductos, porque la economía del hombre y su civilización convierten a la creación individual en un excedente. Cada una de estas aseveraciones ha sido debidamente justificada a partir de análisis que dan cuenta de los recursos empleados, como la supresión de los nexos lógico-gramaticales, la sintaxis disgregada y privada de las asociaciones tradicionales, las marcas tipográficas, etc.
Lo cierto es que durante más de cuarenta años no se hizo hincapié en el tan natural acto fisiológico de evacuación aludido en los versos. Evidentemente irritaba que el primer poema - en la tradición generalmente funciona a la manera de un ars poética - estuviese vinculado con los excrementos. Es sabido que a Juan Larrea, exégeta de su obra, le exasperaba la idea.
En 1965, un amigo juvenil, Juan Espejo Asturrizaga, publica en Lima "César Vallejo (Itinerario del hombre: 1892- 1925)". Cuenta en su libro que el poema N° I fue escrito en la cárcel y que cuando le preguntó al poeta acerca de la clave de su significado, éste lo remitió a una escena cotidiana de su reclusión. Cuatro veces al día, en la mañana y en el atardecer, los presos eran sacados de la celda a las letrinas para evacuar el intestino. Los guardias urgían groseramente a los detenidos para que se apuren. El lenguaje, las expresiones (Quién hace tanta bulla, Un poco más de consideración - modismo muy español - y tener bemoles) se vinculan con el acto fisiológico.
¿Por qué tantos años de negación y de interpretaciones fantasiosas? ¿Es importante conocer la anécdota? Evidentemente resulta de gran ayuda y es por eso que las ediciones serias de la actualidad dan cuenta acerca de la situación de enunciación del poema.
Los críticos que continuaron su labor con los nuevos datos aportaron también nuevas consideraciones. Se habló del carácter biológico del poema, de las relaciones dialécticas existentes entre la defecación y el alumbramiento, los excrementos y el tesoro, etc. Lo que tanto tiempo elegantemente se soslayó, emergió transparente.
Si bien es cierto que Vallejo crea en su poesía una materialidad sustantiva donde las cosas entran en rebelión frente a su nombrar habitual y que todo esto supone un desequilibrio del lenguaje con la realidad evocada, también es verdad que nunca el poeta se desvinculó de sus experiencias vitales concretas. A pesar de sus silencios, de sus elipsis, siempre resuena en sus versos el dolor de esos golpes en la vida, tan fuertes.
(Publicado en "Páginas latinoamericanas")
13 abril 2007
12 abril 2007
06 abril 2007
In My Craft or Sullen Art, by Dylan Thomas
Exercised in the still night
When only the moon rages
And the lovers lie abed
With all their griefs in their arms,
I labour by singing light
Not for ambition or bread
Or the strut and trade of charms
On the ivory stages
But for the common wages
Of their most secret heart
Not for the proud man apart
From the raging moon I write
On these spindrift pages
Nor for the towering dead
With their nightingales and psalms
But for the lovers, their arms
Round the griefs of the ages,
Who pay no praise or wages
Nor heed my craft or art.
Dylan Thomas
Dylan Thomas
05 abril 2007
Otelo ahora revisa el celular de Desdémona
"Los hombres y las mujeres son suspicaces entre sí, pero cada uno tiene sus métodos para confundir al otro", explicó el ex agente secreto británico Harry Ferguson.Esta encuesta fue realizada a 1.129 personas en el marco de la exposición sobre el espionaje que actualmente se desarrolla en el Museo de las Ciencias de Londres.
Un repaso a la historia de Jemmy Button
Por Humberto Acciarressi
Unos pocos códices mesoamericanos, una tradición oral desvirtuada por el paso del tiempo, algunas leyendas que circulan trasmutándose de acuerdo a las regiones, no es mucho más lo que queda de las etnias americanas anteriores a la llegada de los españoles. Cuando Neruda dice que los españoles se llevaron el oro pero nos dejaron las palabras, es una verdad a medias. Incluso las palabras -por suerte, en muchos casos- también corrieron por cuenta de los cronistas de Indias. Las crónicas aborígenes no llegan a ser un digno canto del cisne.
De las culturas nativas, la más elemental fue la que habitaba al sur del estrecho de Magallanes. Abandonado por los españoles, ese confín austral estaba en la mira de los ingleses, más interesados en negocios futuros que en Dorados imaginarios. En 1830, llegó a esos parajes un barco británico, el Beagle, al mando de Robert Fitz Roy, un aristócrata que descendía de un bastardo de Carlos II. A diferencia de otros de su linaje, el capitán mantenía un trato cordial con la tripulación y sus pares lo consideraban -despectivamente- un humanista.
Aunque el motivo se diluye en el tiempo, los marinos del Beagle capturaron a cuatro indios fueguinos a quienes bautizaron como York Minster, Boaf Memory y Fuegia Basket. El cuarto, Jemmy Button, debió su nombre a que Fitz Roy lo cambió por un botón de su chaqueta. La tragedia de los yaganes la conocemos por fuentes inglesas, de donde se nutrieron narradores posteriores como Richard Lee Marks, Bruce Chatwin y Eduardo Belgrano Rawson.
Durante el viaje, los nativos tenían la mirada perdida, triste, similar a la de aquel gigante patagón capturado por Magallanes unos siglos antes. Fitz Roy se encariñó con los fueguinos, uno de los cuales -Boat Memory- murió de viruela en Montevideo. Cuando llegaron a Inglaterra, aquellos extraños completaron el viaje sin retorno: la enseñanza del inglés y del dogma cristiano. A dos años de vivir en el imperio, los fueguinos vestían como británicos, tomaban el té en tazas de porcelana, dormían en camas que antes los habían asustado y acudían a la iglesia. En el verano de 1831, el rey Guillermo IV y la reina Adelaida los recibieron en palacio. Jemmy, Fueguia y York hablaron en un inglés chapurreado para diversión de los monarcas, a quienes también divertía la utopía civilizadora de Fitz Roy. La reina le regaló a Fueguia un bonete, un anillo y un bolso. El rey se lo llenó con monedas. Luego los despidieron.
El retorno a Tierra del Fuego fue un hecho cuando Fitz Roy ya no pudo hacerse cargo de sus amigos. El capitán humanista, antes de partir, vio como Fueguia, Jemmy y York cargaban juegos de té, finos manteles, ropas de lujo, muebles pequeños y una variedad de objetos absolutamente inútiles. En el viaje conocieron a un joven que nunca les cayó en gracia: Charles Darwin, que a diferencia de Fitz Roy, afirmaba que esos salvajes sólo servían para estudiarlos.
La llegada a Tierra del Fuego fue trágica. El capitán, viendo la tristeza de sus amigos, les preguntó si querían retornar a Inglaterra, pero Button se negó. Desnudo, demacrado y hambriento, volvió a negarse a los meses. York, en el interín, fue asesinado, y Fueguia se escondía entre las piedras australes por temor a que su familia le aplicara la "tabacana", la eutanasia fueguina.
En 1857, a más de dos décadas de su vuelta, Button volvió a negarse a viajar a Inglaterra y se empecinaba en enseñarles inglés a sus yaganes. Fitz Roy, enfrentado duramente a Darwin, en la mañana del 30 de abril de 1865 se miró largamente en el espejo y se cortó el cuello con una navaja. No alcanzó a enterarse que su amigo Jemmy había muerto durante una epidemia, apenas un año antes, a caballo entre dos culturas, sin pertenecer a ninguna. Un hombre de ningún lugar.
(Publicado en "La Razón" de Buenos Aires)
El cuerpo como un lienzo para pintar
Eran tiempos en que los artistas se recomendaban entre sí las manifestaciones relacionadas con las Tres "B": el pintor Jerónimo Bosch dentro de lo fantástico, el poeta William Blake en el marco del misticismo filosófico y el ilustrador Aubrey Beardsley en relación al grafismo de 1900 y el erotismo. Pasados los años de euforia, la aceleración de la historia se metió de lleno en las estéticas y hasta la plástica contestataria se volvió clásica en muy poco tiempo.
De esos tiempos de happening - se discute si los inauguró John Cage en 1952 o Allan Kaprow en 1957 - quedó sin embargo el concepto de la expresión como síntesis sin limitaciones. Entre éstas, el reemplazo de la tela por el cuerpo humano fue una de las innovaciones más llamativas. No huelga recordar estos antecedentes para contextualizar la idea del fotógrafo chileno Robert Edwards, que hace 25 años concibió el proyecto "Cuerpos pintados", del que participaron 45 artistas y se plasmó en un libro editado en los noventa y una muestra que recorrió el mundo.
04 abril 2007
Pieza de Venus de Milo
"Entregar pequeños trozos a la gente que acude a verla
Pedirles que las lustren en casa
Pedirles que las devuelvan dentro de cincuenta años para volver a armar la Venus"
Yoko Ono
(poema escrito en la primavera de 1964, recopilado en el libro "Pomelo", editado en la Argentina en 1970 por Ediciones de la Flor)
02 abril 2007
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