29 enero 2007

Hace 175 años nació Lewis Carroll


Una imagen, dice el adagio, vale más que mil palabras. Cuatro, entonces, serían el equivalente a cuatro mil. Pero la cosa, sin embargo, no es tan sencilla. En realidad, como no tenemos mucho tiempo para escribir lo que el reverendo Dogson - mundialmente conocido como Lewis Carroll- se merece, por ahora lo resolvemos de la siguiente manera:

Alice Lidell, la musa inspiradora
Lewis Carroll, el escritor
Los dibujos de John Tenniel
"Alicia en el País de las Maravillas", la obra

25 enero 2007

Pablo Neruda: coleccionista de poemas

Por Nora Abdala

Durante muchos años cierta orientación de la crítica literaria se ha obstinado en desatender la impronta biográfica que los escritores deslizan en su producción poética.En el caso particular de Pablo Neruda, resulta imposible desoír las huellas de una existencia que atestigua los vaivenes de un siglo atormentado en andar y desandar caminos.De la vanguardia a la postmodernidad, el poeta chileno recorre, en vida y poesía, todo el temblor que convulsiona a la subjetividad contemporánea.

Hans Georg Gadamer, el filósofo hermeneútico, entusiasta buceador en la tarea de comprensión de la obra de Paul Celan, se pregunta en su libro Quién soy yo, quién eres tú acerca de la tarea del lector. En referencia al aporte que se obtiene a partir de las comunicaciones biográficas con el fin de lograr una amplificación del sentido, surge en su perspectiva una cuestión radical: ¿qué debe saber el lector? Gadamer arriba a une respuesta sencilla: debe saber cuanto necesita y puede soportar. Lo que quiere decir es que una interpretación debe obedecer a todo aquello que un oído poético puede soportar sin provocar el ensordecimiento de la escucha del poema.

Ahora bien, frente a la lectura de Pablo Neruda, ¿cómo soportamos la determinación biográfica que él mismo ha establecido y creado a partir de contraseñas biográficas en toda su obra? La pregunta es si esa lectura condicionada por la biografía que el poeta determina (en sus memorias casi ficcionales de Confieso que he vivido, Memorial de isla negra, etc.) ofrece claves para descifrar algunos aspectos de su obra poética.Puede afirmarse que sí. La poesía de Neruda es un constante codificar, un constante cifrar la propia experiencia. Y este arduo trabajo lo ha realizado con la laboriosidad de un coleccionista.

Muy conocida resulta esta faceta del poeta que desplegó en el ámbito de sus tres casas chilenas, hoy destinadas al recuerdo de su memoria. Precisamente, a partir de la exhibición de su exuberante colección de objetos, puede decirse que ese anclaje material diseminado en un espacio definitivo, representa el registro de una verdadera cifra del planeta.Rafael Alberti, su amigo poeta, describe los rasgos de esta condición vital: "…en todas partes donde él pasaba dejaba su imborrable huella, su imagen de poeta caprichoso, infantil, de coleccionista obsesionado, de sus ansias de llevarse consigo todo aquello que le gustaba o impresionaba a su imaginación".

Desde muy joven, Pablo Neruda se dedicó a coleccionar libros, haciendo toda suerte de sacrificios y, poco a poco, llegó a formar una de las bibliotecas particulares más valiosas existentes en América.Cuando en 1952 regresa a Chile, luego de una larga estadía que lo llevó de Medio Oriente a Europa, vuelve a reunirse con su biblioteca abandonada. El reencuentro reaviva la intimidad perdida con lo volúmenes que habían sufrido un desorden propio de la orfandad adquirida.

Walter Benjamín, el gran escritor errático, reflexiona en su artículo "Desembalando mi biblioteca" acerca de la relación del coleccionista con sus objetos: "Si es cierto que toda pasión linda con el caos, la del coleccionista roza con el caos de los recuerdos". Lo que encuentra Neruda a su regreso en esa especie de biblioteca-hogar es un orden no familiar, la falta de caricia del dueño que recorre, manipula e incorpora nuevos ejemplares, con la seguridad de lograr permanencia y continuidad a través del recuerdo. El reencuentro con una parte fundamental del ser que dejó, pero también del que está de vuelta.

Esta biblioteca recuperada era pródiga en documentos, manuscritos de escritores y libros admirables. Se encontraba poblada de ediciones príncipes de Quevedo, Góngora, Calderón, Lope de Vega, Cervantes, Juan de la Cruz, Santa Teresa, Garcilazo y Boscón. Había un incunable de Petrarca de 1484, varias ediciones del Dante del siglo XVII y abundaban las ediciones originales de poetas americanos: Rubén Darío, Vicente Huidobro, Enrique Banchs, todo Herrera y Reissig, etc. Dos manuscritos de Rimbaud, la primera edición de Los trabajos del mar, corregidos de puño y letra por Víctor Hugo.

Un año después de su regreso, el 29 de noviembre de 1953, Neruda decide donar su biblioteca completa y su colección de caracoles (reconocidoa mundialmente por la importancia de su variedad y clasificación minuciosa) a la Universidad de Chile. ¿Cual fue la razón de esta actitud? Puede encontrarse alguna justificación de este gesto despojado en el discurso que pronunciara en el año 1954 (al mediar su medio siglo de vida), año en que se efectiviza su donación. Sus palabras dan cuenta de una paternidad libresca que libera a sus criaturas generosamente a una vida más productiva en el seno de la interacción social.

Dice Walter Benjamín en su célebre artículo mencionado: "De todos los modos de procurarse libros, el más glorioso es escribirlos uno mismo". ¡Qué extraña coincidencia! Afincado nuevamente en su tierra, y en el mismo año, Pablo Neruda inicia la publicación de un ciclo poético que se despliega en cuatro libros, aparecidos en entregas sucesivas durante un lustro – de 1954 a 1959 -. Se trata del ciclo de las Odas elementales.Y esto es lo que va realizando el poeta con su obra: una verdadera colección en la que los temas y los problemas adquieren diferentes versiones. La profundidad se alcanza y resuelve en ciclos que resumen todas las variaciones. No en vano es posible distinguir que el poeta organiza su producción a partir de libros que no son el resultado de poemas dispersos reunidos al azar. Es el caso de las Odas elementales.

Que Pablo Neruda haya sido un coleccionista (de libros, de caracoles, de mascarones de proa, en fin de todo tipo de objetos testigos de su vagabundear por el mundo) no sería sino un simple dato biográfico, si no fuera por la correlación evidente entre esta pasión y su método de producción poética. El oficio de inventario obsesivo está siempre presente en el ciclo de las Odas. Su disposición, en estricto orden alfabético, recorre los cuatro libros: Odas elementales (1954), Nuevas odas elementales (1956), Tercer libro de las odas (1957) y Navegaciones y regresos (1959).

Esta nueva aventura, tras el trajinar épico del Canto General, inauguraba una prístina relación con el mundo terrestre y el mundo cósmico. En un período de relativa estabilidad política y emocional se dedicó a observar con mirada adánica su reconciliación con el suelo de su patria. Como un verdadero microscopio verbal, de detalle en detalle, de la “a” a la “z”, entabla una conversación con los objetos del mundo terrestre y doméstico, apostando en una carrera que dispara como una flecha hacia una meta antaño impensable de felicidad. Esta nueva mirada, por cierto también rebelde, se rige bajo el estatuto de la alegría (condimento indispensable de la armónica reconciliación) que registra en el contexto de una poesía sensorial, todo aquello que es inmediato y lejano.

En este largo inventario – no debe olvidarse que el ciclo de las Odas constituye en toda su obra poética el corpus más voluminoso – el poeta se convierte en el portavoz de las cosas del mundo, aunando el predominio de la solidaridad con las cosas concretas, y también con el compromiso político, sólo que de características líricas en tono menor.Sencillez, claridad, transparencia, las Odas articulan sus apetencias de troglodita: viejas lecturas, amigos y enemigos, aceptaciones y rechazos, los grandes temas de la lírica como la noche, el otoño, la lluvia, el pasado; pero también aquellas cosas triviales y cotidianas que pasan inadvertidas. Con espíritu burlón, levemente irónico, Neruda desarrolla una especie de humor blanco, francamente optimista.

Las Odas atestiguan una actitud positiva, una acción poética transparente, capaz de comunicar una totalidad más allá de la forma y la sustancia, algo así como un pan-humanismo de las realidades ya transitadas. Volvamos a Benjamín en relación con el aspecto mágico del coleccionista: "Es posible adivinar en los grandes fisonomistas – y los coleccionistas son los fisonomistas del mundo de los objetos – características de descifradores del destino. Basta observar a un coleccionista cuando manipula los objetos de su vitrina. Apenas los tiene en sus manos, su mirada los trasciende y mira más allá de ellos".

Desde Rimbaud hasta la cebolla, el poeta tensa los contrastes con el fin de flexibilizar la distinción entre alta y baja cultura. Con la paciencia de un artesano, Neruda trabaja las dificultades de la lectura a partir de versos cortos (y cortísimos) que no son sino la fragmentación arbitraria y deliberada de los metro nerudianos de siempre (predominan los versos endecasílabos disfrazados, recortados) con la nueva factura de un sabio socarrón que reelabora las mismas melodías. No debe excluirse que esta generalización del recurso obedezca a la intención de adaptar la forma de las Odas a la forma columna del periódico El Nacional de Caracas, donde inicialmente fueran publicadas. Como tampoco debe olvidarse la intención de que aparecieran como verdaderas crónicas poéticas alejadas de la tradicional página de "Artes y Letras" del suplemento literario del periódico.

Desterritorialidad de la poesía y desterritorialidad de la realidad cotidiana. Un espacio anómalo para volver a nombrar.La escritora norteamericana Susan Sontag dice que bajo el temperamento nacido bajo el signo de Saturno uno puede ser, en el espacio, otra persona. A diferencia del tiempo, que es el instrumento de la constricción, de la inadecuación y de la repetición. El tiempo no nos permite mucha deriva, nos empuja por el estrecho embudo del presente hacia el futuro. Pero el espacio es ancho, henchido de posibilidades, de posiciones e intersección.

Así es como vemos la imagen eterna y terrenal de las Odas. En ese recoveco indeterminado del periódico, y de los libros después, Pablo Neruda representó un canto al desfile glorioso de las pequeñas y grandes cosas que viven y perviven con el ritmo sonoro de su demiurgo metrónomo de coleccionista.

(Publicado en "El Espectador de la Cultura")

"Oda a las cosas", por Pablo Neruda

Amo las cosas loca
locamente
me gustan las tenazas,
las tijeras,
adoro
las tazas,
las argollas,
las soperas,
sin hablar, por supuesto,
del sombrero.
Amo
todas las cosas,
no sólo las supremas,
sino
las
infinita-
mente
chicas,
el dedal,
las espuelas,
los platos,
los floreros.
Ay, alma mía,
hermoso
es el planeta,
lleno
de pipas
por la mano
conducidas
en el humo,
de llaves,
de saleros,
en fin,
todo
lo que se hizo
por la mano del hombre, toda cosa:
las curvas del zapato,
el tejido,
el nuevo nacimiento
del oro,
sin la sangre,
los anteojos,
los clavos
las escobas,
los relojes, las brújulas,
las monedas, la suave
suavidad de las sillas.
Ay, cuantas
cosas
puras
ha construido
el hombre:
de lana,
de madera,
de cristal,
de cordeles,
mesas
maravillosas,
navíos, escaleras.
Amo
todas
las cosas,
no porque sean
ardientes
o fragantes,
sino porque
este océano es el tuyo,
es el mío:
los botones,
las ruedas,
los pequeños
tesoros
olvidados,
los abanicos en
cuyos plumajes
desvaneció el amor
sus azahares,
las copas, los cuchillos,
las tijeras,
todo tiene
en el mango, en el contorno,
la huella
de unos dedos,
de una remota mano
perdida
en lo más olvidado del olvido.
Yo voy por casas,
calles,
ascensores,
tocando cosas,
divisando objetos
que en secreto ambiciono:
uno porque repica,
otro porque
es tan suave
como la suavidad de una cadera,
otro por su color de agua profunda,
otro por su espesor de terciopelo.
Oh río
irrevocable
de las cosas,
no se dirá
que sólo
amé
los peces,
o las plantas de selva y de pradera,
que no sólo
amé
lo que salta, sube, sobrevive, suspira.
No es verdad:
muchas cosas
me lo dijeron todo.
No sólo me tocaron
o las tocó mi mano,
sino que acompañaron
de tal modo
mi existencia
que conmigo existieron
y fueron para mí tan existentes
que vivieron conmigo media vida
y morirán conmigo media muerte.

Pablo Neruda

La exageración, según Julio Cortázar


"Vos dirás que exagero, y por supuesto que exagero porque para llegar a una esquina siempre conviene mirar un poco más lejos y entonces la esquina te queda ahí no más cerquita" 

Julio Cortázar
(Reportaje de la revista "Panorama" del 2 de diciembre de 1969)

23 enero 2007

Gran Hermano, el rey del cotolengo


Por Humberto Acciarressi

¡Basta! Parece el castigo impuesto por un Dios enojado. Durante horas, uno de los varios televisores del diario en el que este periodista trabaja, está clavado en la pantalla donde se alterna una pileta vacía (parece una absurda señal de ajuste), las gansadas al por mayor que hacen 18 pelotudos que fingen que actúan naturalmente, y las charlas plagadas de lugares comunes y muletillas que mantienen entre ellos. Como el pueblo argentino ya había sido castigado por tres “Gran Hermano” anteriores – y su lamentable secuela de personajes que dejó flotando en la farándula vernácula -, era de esperar que el número cabalístico cerrara el ciclo. No fue así.

Para el cuarto, los organizadores se esmeraron: no podían haber encontrado gente con menos coeficiente intelectual, un seleccionado tan perfecto de descerebrados. Como si los jóvenes argentinos – escritores, músicos, guionistas, artistas plásticos, actores y directores, periodistas, laburantes de doce o más horas al día en trabajos mal pagos, lectores y espectadores privilegiados del arte con mayúscula, estudiantes e investigadores, etc – pudieran estar representados por ese conjunto de analfabetos funcionales cuyo único objetivo es gozar de los quince minutos de fama mentados por Andy Warhol y, por añadidura, de algunos pesitos.

Es patético ver como la novia de un cantante (de alguna manera hay que denominar al sujeto de marras) se la pasa buscando las cámaras, en un alarde de falta de naturalidad que – hay que reiterarlo- también padecen sus compañeros de “show”. Ni qué hablar de quienes están horas mirando ese drama que tiene menos humanidad que un conjunto de chimpancés analizados en un laboratorio de la Nasa. Y si se piensa que miles de personas “participan” de las votaciones para decidir quien se queda o quien se va del lugar, hay que concluir que la patria de Borges y Piazzolla, Cortázar y Leloir, Discépolo y Hussay, Spinetta y Favaloro, Berni y Marechal, se encuentra en problemas.

Amigos y lectores de este blog, ustedes sabrán disculpar el tono apocalíptico de esta entrada, que no es lo usual en este espacio. Pero hay cosas que no se aguantan. En un rato nomás, trataremos – más racionalmente – de explicar las razones por las cuales este Gran Hermano también es un insulto a la memoria de George Orwell, el creador del verdadero Big Brother, el autor de "1984" y "Rebelión en la granja". Hasta entonces, nos quedamos con la esperanza de que los vientos huracanados de Europa lleguen al verano local y barran con la casa donde cohabitan estos muchachos abandonados de toda dignidad.

20 enero 2007

Las fantasías de Sandy Skoglund



"La marginación cultural de los animales es sin duda un proceso mucho más complejo que su marginación física. Los animales de la mente no se pueden dispersar con tanta facilidad. Los refranes, los sueños, los juegos, los cuentos, las supersticiones, el propio lenguaje no dejan de recordarlo. En lugar de haber sido dispersados, los animales de la mente pasaron a quedar incluidos en otras categorías..."
John Berger





18 enero 2007

Manuel Puig, Buenos Aires y después...


Por Humberto Acciarressi

Los datos de su vida, a pesar de su muerte temprana, no son fáciles de resumir. Fue tan intensa, prolífica y aventurera, que Manuel Puig bien podría ser un personaje de cualquiera de sus novelas o de esas películas que devoraba con un entusiasmo conmovedor. Nació en el bonaerense pueblo de General Villegas, el 28 de diciembre de 1932, rodeado de gente que décadas después abjuraría del hijo pródigo de aquel pago. Luego de años de estudio en Buenos Aires, en 1956 viajó a Roma con una beca para estudiar dirección en el Centro Sperimentale di Cinematografía.

En Londres y Estocolmo enseñó español e italiano, ganó unos pesos como lavacopas y conoció gente.En la aventura del cine, fue asistente de dirección de René Clement y Vittorio de Sica. Luego dejó el oficio por el de guionista, y el de guionista por el de narrador. De hecho, "La traición de Rita Hayworth" fue guión antes que novela. En una sucesión de viajes y estadías por Europa y Estados Unidos, alternada con visitas a Buenos Aires, publicó "Boquitas pintadas" y "Buenos Aires affair". Fue por esos años - fines de los 60, comienzos de los 70- que se gestó lo que podría llamarse "la paradoja Puig".

Manuel Puig fue uno de los autores argentinos más maltratados por la crítica. Ese hombre sensible que rehuía las muchedumbres, disfrutaba la soledad y reconocía enfáticamente la importancia de ser amado, sufrió el martirologio literario de ser considerado un autor menor. Juan Carlos Onetti tuvo palabras durísimas sobre su obra, que paradójicamente comenzaba a ser leída por miles de lectores. En 1978, el diario Le Monde criticó con dureza "El beso de la mujer araña"; apenas tres años más tarde, la obra figuraba entre los cuatro libros en lengua española obligatorios en las universidades francesas. Unos meses antes de su muerte ironizaba: "De ser por los críticos, no hubiera escrito".

Por esos tiempos ya se daba el lujo - no demasiado común en el medio - de vivir de sus derechos de autor. El gobierno de Isabel Perón prohibió algunas de sus obras y la Triple A lo incluyó en sus listas de la muerte. Puig se fue a México, luego a Rio de Janeiro y, más tarde, volvió a los pagos aztecas. Radicado con su madre en Cuernavaca, criticó levemente la adaptación fílmica que Babenco hizo de "El beso de la mujer araña", con Wiliam Hurt y Raúl Juliá, donde su personaje Molina es distorsionado.

En México, donde escribió "Cae la noche tropical", se jactaba de haberse formado en la lectura de Rico Tipo, El Tony y Las Aventuras de Isidoro Cañones. Provocador por reacción, se proclamaba "hijo del folletín" y confesaba que sus autores más admirados eran Abel Santa Cruz y Alberto Migré. A veces, agregaba que sus preferidos eran Severo Sarduy, Cabrera Infantes, Reynaldo Arenas, Borges y Cortázar. Y cuando lo agarraban con la guardia baja reconocía que su literatura tenía una gran deuda con "La sinfonía pastoral" de André Gide y con "Las palmeras salvajes" de William Faulkner.

Poco antes de morir el 22 de julio de 1990 - dejando inconclusa la novela "Humedad relativa 95% - extrañaba a la Argentina. "Mi propio medio - le reconoció a Almada Roche -, mi paisaje natal, la gente de mi pueblo, mi propia familia, me hicieron a su imagen. Pero me rechazan con la misma fuerza, me dejan afuera, hacen de mí un extraño". Y todavía alcanzó a decir antes de su muerte: "Buenos Aires ¿cuándo será el día que me quieras?".

(Publicado en "Tiempo de Arte")

17 enero 2007

El tigre de Borges


"Es un tigre de símbolos y sombras,
Una serie de tropos literarios
Y de memorias de la enciclopedia
Y no el tigre fatal, la aciaga joya
Que, bajo el sol o la diversa luna,
Va cumpliendo en Sumatra o en Bengala
Su rutina de amor, de ocio y de muerte..."

Jorge Luis Borges
("El otro tigre")

Foto: Néstor García

15 enero 2007

A 50 años, tócala de nuevo Humphrey


Por Humberto Acciarressi

Antes que nada hay que enfatizar algo: Humphrey Bogart era por sobre todas las cosas un excelente actor. Pero con eso no alcanza para aclarar la perdurabilidad de su nombre, de su personalidad (o en todo caso la de sus personajes) y el porqué su estampa de héroe solitario sigue pegando fuerte a cincuenta años de su muerte, acontecida el 14 de enero de 1957 como consecuencia de un cáncer de esófago que le estragó el cuerpo pero no el alma. Desde que protagonizó a un ganster acorralado en "El bosque petrificado" hasta sus últimas apariciones en "Horas desesperadas" y "La caída de un ídolo", Boggie creó -matices más, matices menos- uno de los personajes más atrayentes de la historia del cine. Y encontró su pico más alto en los filmes de John Huston: "El halcón maltés", "El tesoro de la Sierra Madre", "La reina africana" (con la que obtuvo un Oscar) y naturalmente en "Casablanca", de Michel Curtiz.

Bogart había nacido el 23 de enero de 1899 y, a diferencia de otros grandes, se crió en un hogar bien constituido, hijo de un cirujano y una ilustradora de revistas. Como estudiante cosechó los suficientes aplazos para que el día que se hartó e insultó a un profesor, todos -incluyendolo a él- respiraran aliviados con su expulsión. Su paso por la marina, sus estudios de teatro, una herida de guerra en el labio que derivó en su particular forma de hablar, algunos matrimonios frustrados antes del definitivo, son algunos de los datos que pueden apuntarse sobre su vida. Otros, como su activa militancia en contra del macartismo en plena guerra fría, en compañía de su esposa la brillante Lauren Bacall (que dicho sea de paso lo sobrevive hasta hoy), son los que no deben olvidarse.

Pero en todo esto no difiere demasiado de muchos otros. Hay que referirse, entonces, a esas particularidades que han hecho de Bogart un referente insustituible en la cultura del siglo XX. Para hablar de Boggie, entonces, no queda más remedio que referirse a sus personajes. ¿Cómo era el duro interpretado por este actor sin par? No era de esos tipos bellos en el sentido clásico; no tenía esa musculatura o el bronceado que algunas mujeres ponen por sobre los demás atributos masculinos; casi siempre era un perdedor nato, de esos que reciben palizas y cada tanto se juegan una patriada que los convierte en héroes por un día. Y a pesar de todo atraía a las damas, que muy pocas veces confiaban en él (el sentimiento, hay que decirlo, era recíproco).

Esos amores imposibles con Ingrid Bergman en "Casablanca" o con Mary Astor en "El halcón Maltés", por dar dos ejemplos, han quedado estampados en el imaginario colectivo como las grandes pasiones del cine. O la locura patética del oficial de "El motín del Caine", uno de sus mayores papeles en la pantalla. En general, los personajes de Bogart son siempre inestables en la socialización con el resto de los mortales: son detectives, soldados, delincuentes...Habitantes perpetuos del lado oscuro de la vida; sin familia y con un círculo de amigos que jamás excede el número de dos; héroes o villanos, pero simpáticos en su antipatía; solitarios en lucha contra el destino; desdeñosos e indiferentes. En fin, los famosos "duros" que además tienen esa cuota de romanticismo tardío (que no poseen los que se hacen los duros y son tarados ingenuos), surgidos de las páginas de Raymond Chandler y Dashiell Hammett.

Se cuenta que en una oportunidad, un periodista le preguntó por qué no era más amigable con sus admiradores. Bogart respondió: "La única cosa que uno le debe al público es una buena actuación". Genio y figura hasta la sepultura, aunque, hay que decirlo, en su vida cotidiana era definido por las mujeres como "un dulce". Así y todo, su sonrisa torcida, la forma irónica de mirar a las damas, las maneras de tomar un whisky o encender un cigarrillo, su sempiterno impermeable, su sombrero de ala caída y esa conversación cansina, son atributos que todos los hombres han envidiado más de una vez. 

Por eso, el papel de Woody Allen en "Sueños de seductor", de Herbert Ross, causa una ternura que no es otra que la que, a veces, se siente por uno mismo. Entre los que creen que la aventura está siempre ligada a una mujer, ¿quién no ha soñado alguna vez con ser Rick y darse el gusto de decirle a Ingrid Bergman, al pie del avión, que se vaya nomás con el otro, que después de todo nadie borra lo vivido? El que diga lo contrario miente o no se conoce, que es otra de las formas de la mentira. Y cuidado: el rostro imperturbable de Boggie está al acecho.

(Publicado en la Revista "Así")

14 enero 2007

Astor Piazzolla y Gerry Mulligan

Los Beatles en el Shea Stadium, 1965

Salvador Dalí: loco, fanfarrón y genial


Por Humberto Acciarressi

Uno de los grandes lujos del siglo XX -tan rico en sordideces- fue haber parido a un personaje como Salvador Felipe Jacinto Dali y Domenech. O Salvador Dali a secas. Excéntrico, bufonesco, renacentista y vanguardista a la vez, fue uno de los artistas más geniales de la centuria. Dali nació en España el 11 de mayo de 1904 con una desgracia a cuestas: sus padres le pusieron el mismo nombre que a un hijo anterior, muerto de meningitis, lo que le costó arrastrar de por vida con un trauma recurrente. Amante de su madre, tampoco pudo soportar que a la muerte de ésta su padre se casara con su tía Catalina. Fue tanto el dolor, que frente a la tumba de su mamá Dali hizo un llamativo juramento: "Voy a ser inmortal".

Sobre su obra se ha escrito mucho y sólo, en estas pocas líneas, puede darse un consejo: hay que recorrerla con el corazón y la sensibilidad en la mano. Más allá de bravuconadas al estilo de "el surrealismo soy yo"; sus antipáticas exclamaciones -como cuando al enterarse del fusilamiento de su amigo Federico García Lorca gritó "¡Olé!"-; o su locura fingida que terminó siendo real; Dali es uno de los más grandes íconos culturales de la modernidad.

En 1964 publicó una de sus tantas autobiografías, en la que sostenía: "Este libro va destinado a probar que la vida cotidiana de un genio, su sueño, su digestión, sus éxtasis, sus uñas, sus resfriados, su sangre, su vida y su muerte son esencialmente diferentes a los del resto de la humanidad". En materia política fue un reaccionario que apoyó a Francisco Franco y que adoraba la monarquía. Y también juraba con desdén: "En el mundo hay dos cosas que me interesan: la aristocracia y el pueblo. Detesto la burguesía". Esto, cabe aclararlo, ha llevado confusión a ciertas mentes retrógadas de la izquierda, incómodas frente a los grises que existen entre el blanco y el negro. Le gustaba y se divertía a lo loco con "boutades" al estilo de "Picasso es español, yo también. Picasso es catalán, yo también. Picasso es comunista, yo tampoco".

Hay datos poco interesantes en su vida, como que en 1979 ingresó a la Academia Francesa de Bellas Artes; o que su mujer lo hacía cornudo cada vez que podía; o que fue el artista-comerciante más vilipendiado del mundo (Picasso no le fue a la zaga, pero tuvo mejor prensa). Existen otros elementos que tienen mayor relevancia: publicó la novela "Rostros ocultos"; colaboró con la escenografía de "Cuéntame tu vida", de Alfred Hitchcock; o le contó a un sorprendido Sigmund Freud sus recuerdos intrauterinos.

El gran amor de su vida, naturalmente, fue Gala (Helena Diluvina Diakonoff), que anteriormente había sido la mujer de Paul Eluard, que cuando se la presentó -según recordó años más tarde- advirtió que la perdía. "Los vi mirarse y me di cuenta de que se habían enamorado. No me quedó más remedio que hacer mutis por el foro", reconoció el poeta flemáticamente. Dalí, que hasta ese momento era un onanista consumado, se encandiló perdidamente y se casó con ella dos veces: una por los cánones del catolicismo; otra por el ritual copto-ortodoxo. No sólo fue su esposa, sino que además fue su musa: hay por lo menos sesenta cuadros inspirados en ella.

El 10 de junio de 1982 Gala se murió. Dalí, sin más ataduras a la vida, se dejó llevar por una demencia insinuada en reiteradas oportunidades. Le comunicó al mundo "estoy muriéndome de amor" y se fue a encerrar en su castillo de Pubol, donde su psiquis entró en una vorágine sin retorno. En una oportunidad casi se quema vivo entre las sábanas de su cama; se habló de intentos de suicidio; se le comprobó una depresión descomunal; y él mismo afirmaba que era un caracol. Cuando en 1986 aceptó posar para unas fotos de "Vanity Fair", lo hizo con una gran cruz y el tubo nasal por el que fue alimentado durante cuatro años.

Siete años después de gala, el catalán murió el 13 de enero de 1989. Poco antes de ese tránsito deseado intensamente desde la muerte de su mujer, Dalí alcanzó a decir: "Es inútil...cada día soy más genial". Y no estaba equivocado. Por eso, aún antes de su triste final, el pintor ya sabía que tenía ganada la inmortalidad jurada ante la tumba de su madre.

(Publicado en la revista "Asi")

11 enero 2007

Cartier-Bresson, el ojo del siglo XX

Por Humberto Acciarressi

Fue llamado "el ojo del siglo XX", lo que no es poco en un mundo dominado por la imagen. Fue esa mirada la que se apagó allá por agosto de 2004, en la localidad francesa de Cereste, cerca de ese Mediterráneo que amaba desde que tuvo noticias de haber sido concebido por sus padres en un hotel de Palermo. Pero Henri Cartier-Bresson —a diferencia de su amigo Robert Capa, muerto al pisar una mina en los prolegómenos de la guerra de Vietnam— pudo disfrutar intensamente sus 95 años.

El fotógrafo —fundador con Capa, David Seymur y George Rodger de la mítica agencia Magnum— era un obsesionado de las cámaras Leica, asociadas al fotoperiodismo de los 40. Pero Cartier-Bresson fue un paso más allá. Un poco por su relación con la pintura, ya que siendo joven fue alumno del artista cubista André Lhote. Otro poco por sus incursiones en el cine, que cultivó de la mano de Jean Renoir, con quien realizó un documental sobre la Guerra Civil Española.

Cartier-Bresson fue cazador en Costa de Marfil, coqueteó con el surrealismo de los años 30, fue prisionero de los nazis en 1940, se escapó en 1943, y se dio el gusto de inmortalizar con su Leica la liberación de Paris. Gandhi, Guevara, Picasso, Matisse, el matrimonio Curie, la entrada de Mao en Pekin, fueron algunos de los hechos y personalidades que registró la mirada de quien sostenía que la cámara "es la prolongación del ojo".

En 1954 fue el primer reportero occidental en entrar a la Unión Soviética. Veinte años después, abandonó la fotografía y retomó su antiguo amor por la pintura. En algún reportaje confió que aborrecía los flashes, que no se consideraba un artista y que deseaba que sus imágenes fueran miradas con sensibilidad. "La foto —argumentaba— es para mí el impulso espontáneo de una atención visual perpetua, que capta el instante y su eternidad. El dibujo elabora lo que nuestra conciencia ha captado de ese instante. La foto es una acción inmediata, el dibujo una meditación". Sin embargo, su nombre siempre estará asociado a la fotografía. A pesar de Cartier-Bresson, los caprichos del destino suelen ser más fuertes que los de los hombres.

(Publicado en "La Razón" de Buenos Aires)

Las nenas y las armas en los EE.UU. de 1904


En los Estados Unidos de 1904, esta siniestra publicidad de los revólveres Iver Johnson aseguraba que los mismos no eran juguetes: "disparan derecho y matan". Y alentaba al respecto que "Quizás necesites uno solo una vez en la vida. Cómpralo ahora, así lo tendrás en esa ocasión”. Pero lo más terrible es que en la misma publicidad se afirmaba que eran "absolutamente seguros", al punto que una nena podía estar en su cama, con su muñeca y su pistola sin peligro alguno. Mama mía!!!

06 enero 2007

El incómodo Truman Capote


Por Humberto Acciarressi

Aunque nunca le salió demasiado bien, Truman Capote siempre jugó a guardar las formas, incluso con sus desafíos verbales al estilo de "soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio". En 1947, cuando recién dejaba la adolescencia, escribía "Otras voces y otros ámbitos" y se preparaba para crear los recursos literarios que renovarían la escritura del siglo, posó con cara de niño terrible para Henri Cartier-Bresson. La foto es, ni más ni menos, lo que Truman esperaba de él mismo.

Lo que pocos sabían es que por entonces ya había escrito un libro - "Summer Crossing"-, que años más tarde juró haber destruido. No fue así. O porque le faltó coraje, o porque imaginó que algún día valdría algo. Hace unos meses salió a la luz en una subasta, Random House se puso en primera fila, y luego de superar algunos pruritos fue publicada como la obra que un genio escribió a los 19 años.

La literatura atraviesa, desde hace un tiempo, una "capotemanía". No está mal por varios motivos. El fundamental, que es uno de los exponentes literarios más genuinos del siglo y su obra, más que deudora, es acreedora de otras posteriores. Por mal que le caiga a los seguidores de Norman Mailer, que criticó duramente "A sangre fría" y después siguió sus pasos con "La canción del verdugo".

Truman es autor de varias hazañas: se codeó con los poderosos y luego los desmenuzó con crueldad prolija. Puede decirse, incluso, que las "víctimas" del jet-set adoraban ser vapuleadas por ese geniecillo que con un par de adjetivos podía hundir o elevar a cualquiera. Entre tanto periodismo cholulo, Capote resulta incómodo. Sobre todo si eso va acompañado por reportajes como los realizados a Marilyn Monroe o a Marlon Brando.

Truman, seductor endiablado, necesitaba afecto. Pero no dudó en arrojar a los perros la virilidad de Errol Flynn al confesar que había sido su amante. O en calificar: "Jane Fonda es para vomitar"; "Robert De Niro es el hombre invisible, no existe"; "Meryl Streep me fastidia porque parece un pollo". Alcohol y drogas lo llevaron de la melancolía a las internaciones. En 1978 anunció su suicidio en cámaras. No cumplió. Duró unos años más con su sombrero Stetson, el moño, los anteojos negros y su genio descomunal.

Capote había nacido el 30 de septiembre de 1924; falleció en agosto de 1984, días antes de cumplir sesenta. Su anfitriona en Los Angeles lo encontró muerto en su cuarto, trabajando en "Plegarias atendidas", el libro que abre con una frase de Santa Teresa: "Se han derramado más lágrimas por las plegarias atendidas que por las que quedaron sin respuesta". Hubiera esperado vivir un poco más. Cuestión de terminar la obra y asistir a su propia fiesta de cumpleaños.

(Publicado en "Tiempo de Arte")

Dejen en paz a Vladimir Nabokov


Por Humberto Acciarressi

"The original of Laura".Ese el nombre de la última novela de Vladimir Nabokov (1899-1977), ahora en poder de su hijo Dimitri. Así como Virgilio y Kafka pidieron que quemaran sus libros tras sus respectivas muertes, el autor de "Lolita" habría encargado el incendio de su obra inédita. Nunca lo sabremos, pero es lo que dice el hijo. Queda, en todo caso, ver cómo reacciona el susodicho heredero: si como los amigos del romano o como Max Brod desobedece el mandato (algo que ya parece seguro), o si se convierte en un piromaníaco digno del Farenheit de Bradbury.

En tanto, no huelga recordar que estamos a cinco décadas de la publicación de "Lolita" en Francia y en inglés, muy lejos de Rusia y del idioma de Nabokov. La audacia del editor Maurice Girodias, el escándalo y la censura en sitios tan distantes como la URSS y la Argentina de aquellos años, son hechos bien conocidos. Las Lolitas del cine incrementaron el frenesí de los puritanos. Dolores Haze, que con sus mascadas de chicle y su trato áspero vuelve loco al torturado Humber Humber, fue al cine en un par de oportunidades. Primero, de la mano de Stanley Kubrick con James Mason y Sue Lyon; luego, Adrian Lyne optó por Dominique Swain para el papel de la nena y el inefable Jeremy Irons como el profesor desesperado.

Mientras se dilucida si lo del hijo es un ardid publicitario, no está de más recordar que Vladimir Nabokov fue mucho más que su escándalo. Coleccionista de libros y cazador de mariposas, fue un escritor de vida plácida y algunas páginas inquietantes. Huyó de Rusia y anduvo por Francia, Nueva York y Alemania. Obras como "Desesperación", "Invitado a una decapitación", "Mirá los arlequines" o "Pálido fuego" merecerían mayor difusión de la que tienen.

Podría agregarse que Nabokov no iba al cine ni tenía televisión, no asistía a reuniones sociales y, naturalmente, jamás las organizaba. O que en el umbral de su muerte en la apacible Suiza de los quesos y los relojes confesó: "No necesito amigos que lean mis libros. Prefiero a la gente alegre con sentido del humor". Podrían, por cierto, agregarse muchas cosas. Y siempre quedaría mucho por decir.

(Publicado en "Tiempo de Arte")