Por
Humberto Acciarressi
"Probó de todo. Simplemente no pudo resistirlo más", acaba de decir el padre de David Foster Wallace, que durante veinte años apenas intentó combatir su depresión con medicamentos, que el año pasado los abandonó, y que hace dos días se ahorcó en su casa de California. Mientras, la muerte del escritor a los 46 años dejó una infinita tristeza entre sus colegas y gran consternación entre sus lectores. Si Jonathan Franzen dijo que Wallace
"era enormemente talentoso, retóricamente el más afilado", Richard Powers fue más alla al afirmar:
"Era el mejor de nuestra generación y su muerte es una pérdida indescriptible".
Wallace era considerado uno de los escritores más importantes de Estados Unidos en la actualidad. Y uno de los que reflexionó con más ferocidad sobre esta sociedad narcisista hasta el desparpajo y adoradora acrítica de los medios de comunicación. De la administración Busch dejó dicho: "Un show horrorífico de rapacidad, orgullo desmedido, incompetencia, mendacidad, corrupción, cinismo y desprecio hacia el electorado". Entre nosotros, Mondadori tiene publicados y se consiguen tres de sus libros: "Extinción" y "La niña del pelo raro" (ambos de relatos) y el ensayo "Hablemos de langostas". Pero revolviendo un poco más se encuentran "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer", "Entrevistas breves con hombres repulsivos" y, claro, "La broma infinita", considerada como su obra cumbre y que alguien definió como novela pantagruélica.
Irónico, cultísimo y erudito, conocedor como pocos de los recursos de la escritura, Wallace era -y todo hace suponer que eso se acrecentará en los próximos tiempos- un autor de culto. En ese sentido, no hay necesidad de ir mucho más alla de su obra para verificar las constantes referencias al suicidio, que también se encuentran en reportajes donde mencionaba "mi extraña naturaleza autodestructiva". Y no hablar del drogadicto en recuperación de "La broma infinita", que dice entender "en un nivel intuitivo, el por qué la gente se mata" y añade que "si tuviera que seguir con ese sentimiento, me mataría yo también".
El ya citado Franzen -que era su gran amigo y Wallace tenía muchos- también dijo: "Era la persona más amable que conocí jamás. Y también la más torturada". En 1942, es decir hace casi 70 años, Albert Camus abrió su libro "El mito de Sísifo" con una frase ya histórica: "El suicidio es el único problema filosófico realmente serio". Una vez más, como en sus libros, David Foster Wallace deja flotando una duda, en su caso sin respuesta.
Post publicado en otro blog satélite de éste. Ahora lo subo acá