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Monumento al Cid Campeador en la ciudad de Buenos Aires, inaugurado el 13 de octubre de 1935 en el cruce de las avenidas Gaona, Honorio Pueyrredón, Díaz Velez, Angel Gallardo y San Martín |
Por
Iván Acciarressi
Si hablamos del legado del poema del Mio Cid, lo primero que deberemos hacer es reconocerlo, saber que existe. Aún hoy, aproximadamente 800 años después, todos tenemos aunque sea conocimiento de la obra, o de un monumento que la represente. Y aunque alguna persona no lo tuviera, si le preguntáramos si ha visto alguna estatua con un guerrero armado de espada subido a un caballo, nos diría que sí. Si continuáramos preguntándole, queriendo averiguar qué significa, tendríamos algunas pistas concluyentes, no sólo sobre la existencia del legado, sino de su contenido implícito y su huella en nuestra memoria celular.
Ubicado por los alrededores del año 1200, el cantar es el único registro de la épica castellana y, a la vez, la primera de las obras extensas españolas. Por tanto está a caballo (y con espada) entre dos eras. Es un hito. Y ya con esto marca la historia. Pero luego, al leerlo, nos hace ver que nada está ahí por casualidad. Y, sin embargo, se dice de él que es historia y no ficción.
A diferencia de Francia, una de las vertientes de influencia postulada como origen de la épica castellana, donde la llegada del Renacimiento hace virar las temáticas de gesta hacia otros rumbos, España mantuvo las características de composición de las "H" (honra, honor, heroismo, hidalguía) que las nutrían para su literatura posterior. Y también para la configuración de su folclore nacional, una vez que ya no tuvieron escisiones internas, se consolidaron como nación y hasta pudieron tener colonias a las cuales traspasarles a los héroes nacionales toda la simbología pertinente al respecto: tienen valor, honra, van a caballo y con espada.
Otro de los rasgos distintivos de la épica castellana es su realismo, la quita de velo que realiza a la típica imágen del héroe desde lejos, para luego acercarse y construir ese heroismo desde otro lugar, más de cerca de su humanidad. Pareciera que los sucesos de guerra son accesorios y que lo realmente importante es lo que al Cid le ocurre en lo que a su individualidad toca. El destierro, la afrenta. Y todas esas problemáticas las afronta de acuerdo a la ley, con sumisión al rey, sin rebeldía. Parece difícil de creer: practicamente un superhéroe capaz de ganar cualquier batalla, hace la fila para hacer los trámites con paciencia y soporta injusticias si el soberano lo manda. Es un perfecto ejemplo de español.
Si bien no es factible creer que el poema sea de origen panfletario, nadie lo prohibió; para ningún gobierno de España fue peligroso, e incluso algunos dictatoriales, como el de Franco, lo han realzado. No sólo representa una incuestionable defensa de la patria ibérica, sino que también, como vimos, delinea la intachabilidad de la conducta privada a seguir, incluso aquella de traza fuertemente patriarcal como el hecho de que una afrenta a la hija de uno, sea una afrenta al honor de uno, más que al de ella. Una última reflexión: a pesar de lo señalado, el héroe no revalida su honor a través de la venganza como se estilaba antes, ahora va a la corte y lo resuelve con civilidad.
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Primer códice del Mio Cid que se conserva en la Biblioteca Nacional de España |