30 noviembre 2006

Personajes de historieta (1): Avivato


Por Humberto Acciarressi

Avivato es, entre los personajes del humor gráfico argentino, uno de los más odiables. Y no es para menos, ya que se trata de un vividor insoportable, astuto para esquilmar a sus víctimas, especialista en hacer caer a los incautos en las trampas más insospechadas. En síntesis, un aprovechador mayúsculo que Lino Palacio creó sin la simpatía que - por ejemplo - Dante Quinterno le dio a Isidoro Cañones, otro de los vivillos ilustres de la caricatura nacional.

Nacido en 1948 e inspirador de una película protagonizada por Pepe Iglesias, el propio nombre de "Avivato" pasó a formar parte del léxico de varias generaciones de porteños para definir al vividor profesional. Como dato aleatorio, cabe recordar que en 1953 Jorge Palacio, hijo de Lino, fundó una revista que se llamó "Avivato". Este sujeto que vende terrenos en el medio del río o buzones a los chacareros; manguero de cigarrillos y de plata; y que -según confiesa en la tira- tiene un amigo psicoanalista que le saca "todos los complejos de culpa" referidos a sus deudas, casi nunca se encuentra con alguien que lo ponga en vereda.

La saga de Avivato es una epopeya ciento por ciento maniquea: todos los que lo frecuentan son unos incautos, víctimas propiciatorias puestas por Lino Palacio para contrastar con las tropelías del villano. En un episodio, un hombre le dice: "Yo no tengo plata, pero porque no le pedís a Luis, que gana bien". En el segundo cuadro, el vividor, con aire digno, replica: "¿A Luis?, no...no". Y en el tercero remata: "Anota todo lo que presta".

Avivato es perfectamente consciente del rol social que cumple. En otra historieta le cuenta a un sujeto: "Un amigo que tiene imprenta me hizo tarjetas. Voy a darte una". El interlocutor interroga: "¿Por qué hiciste poner debajo de tu nombre ´asesor financiero´". Y Avivato responde: "¿Y qué querías que pusiera?, ¿manguero?". Lo curioso del personaje es que a veces enuncia, con propósitos didácticos, la naturaleza de sus estafas, el contenido de su avaricia y su intransferible don para vivir de acuerdo a la ley del menor esfuerzo. Como si le advirtiera al mismo lector: "Poné las barbas en remojo, que sos la próxima víctima".

(Publicado en el diario "La Prensa", de Buenos Aires)

29 noviembre 2006

Johnny Weissmuller, tarzán de los locos

Por Humberto Acciarressi

Había nacido en junio de 1904 en Pensilvania, pero pasó su infancia en la turbulenta Chicago de los blues y de las bandas de delincuentes callejeros que años más tarde formarían los grupos mafiosos. Johnny Weissmuller,sin embargo, no tenía nada que ver con lo que ocurría en los suburbios. Era un chico aplicado, grandote de cuerpo y con aire estúpido, más preocupado en contemplarse en el espejo y en desarrollar sus dotes natatorias. Cuando contaba con ocho años, ni se debe haber enterado de que en la publicación "All story" había nacido Tarzán, la creación del soñador Edgar Rice Burroughs. Pero Johnny seguía preocupado por sus logros atléticos, que le permitían desarrollar una musculatura casi arquetípíca.

La mayoría de sus éxitos se concretaron en la década del veinte. Fue el primer hombre en nadar los cien metros en menos de un minuto, lo que significó el inicio de una serie de triunfos olímpicos y la friolera de 67 récords mundiales. El grandote estúpido ya era un notable. Desde años atrás, varios de los casi veinte Tarzanes que tuvo el cine, ya se paseaban por la pantalla en taparrabos y a los gritos. El tiempo de Weissmuller aún no había llegado.

En 1929 Johnny debutó en el cine. Obviamente no fue el inicio de una gran estrella ni mucho menos: interpretaba a Apolo en un film llamado "Paso a la belleza", tarea paralela a una campaña de publicidad de ropa interior. "Big Johnny" ya se despojaba de sus prendas. A comienzos de la década del treinta, contrato de la Metro en el medio, Tarzán comenzó a ser sinónimo de Weismuller. Acompañado de Maureen O´Sullivan en el papel de Jane (la madre de Mía Farrow, el espectacular minón de la foto adjunta), y de la inseparable mona Chita (en rigor ocho simios diferentes), el gran deportista y pésimo actor se ganó un lugar en el corazón de decenas de millones de espectadores. Para eso le bastó una media docena de películas. Entre gritos, golpes en el pecho, lianas, sonidos selváticos y la admiración del público, "Big Johnny" pasó los mejores años de su vida. Lo peor le estaba reservado para los últimos.

Al simio blanco de la pantalla no le fue muy bien en su vida personal: varios matrimonios frustrados, entre ellos con Lupe Vélez, que terminó suicidándose. Cuando en 1948 hizo su último film de Tarzán, la Columbia le ofreció interpretar a "Jim de la jungla", cuyos pantalones y camisa apenas disimulaban una gordura inaudita para el actor. Así pasaron los años: su psiquis se deterioró a pasos agigantados; los negocios le fueron mal; y terminó de recepcionista en un hotel de Las Vegas.Añorando los tiempos de gloria, comenzó a aturdir a los vecinos con sus gritos nocturnos, emulaciones de los alaridos selváticos de Tarzán. En una ocasión, sin razón alguna, comenzó a hacer sonar la alarma de incendio. Estaba irremediablemente perdido.

Cuando lo internaron en un hospicio, los otros enfermos no lo pudieron aguantar. De tanto en tanto, su última mujer, Marie - "la mayor parte del tiempo no está en sus cabales", declaró -, le leía las miles de cartas que le llegaban de todo el mundo. El escuchaba con la mirada perdida, vaya a saber uno en qué lugar imaginario de la selva. "Big Johnny" había dicho varias veces que le gustaría morir en Acapulco. Varios infartos y sus alaridos obligaron a su esposa a cumplirle el deseo. Y así nomás ocurrió: el 21 de enero de 1984, el Tarzán más famoso de la historia dejó de molestar con sus gritos.

("Publicado en la revista "Asi")

26 noviembre 2006

Un viejo blues


Por Humberto Acciarressi

El músico negro arqueado sobre su contrabajo, con un cigarrillo colgando displicente de sus labios; un grupo de alegres mulatonas poniendo swing en una vieja taberna; seis vaqueros, con aire desconfiado, rumiando un póker en un clásico “saloon”. La música negra -especialmente el blues-, el clima hollywoodense de los años del Gran Gatsby, el ritmo del jazz y sus cantantes, los autos coloridos de las antiguas publicidades, componen el exuberante y original collage de técnicas, estéticas y temas de Max Hoeffner.

El artista - que cantaba blues a los cinco años, pintaba a los diez, y escuchaba las charlas de su padre, Guillermo, uno de los pioneros del coleccionismo blusero- ejerce un hiperrealismo al que no son ajenos los óleos, los esmaltes, las telas y otros elementos que ennoblece con su arte. Hoeffner vive en el delta del Tigre, donde tiene su atelier. Un espacio creativo no muy diferente al de los artistas de paisajes rurales del sur de Estados Unidos, o de quienes pintaron, escribieron y cantaron a orillas del Mississippi. Y naturalmente viene a la memoria Mark Twain, con sus largos viajes por el río mítico.Tampoco pueden obviarse, claro, los escenarios de los libros de Faulkner, quien afirmaba que el mejor lugar para crear era un prostíbulo.

En la obra de Hoeffner están presentes los íconos de la cultura popular norteamericana, extraidos de tapas de viejos discos y libros. Como herencia, su padre le dejó la devoción por las carreras de caballos, los westerns y las películas cómicas. Pero fundamentalmente, sus cuadros están emparentados con cierto comic que en los ochenta se dedicó a rastrear estéticamente aquella vieja cultura, tan cara a personajes como Clint Eastwood. Lo sugestivo, en todo caso, es encontrar en nuestros pagos un fervor por aquellos rastros que sedimentaron las artes posteriores. Lo que prueba que las culturas populares tienen un punto donde se reconocen. En este caso, pintor por medio.

(Publicado en "La Razón" de Buenos Aires)

23 noviembre 2006

Janis Joplin, el llanto blanco del blues


Por Humberto Acciarressi

Antes que nada, hay que decir que Janis Joplin fue la más grande cantante de blues que dio la raza blanca y que con un puñado de canciones dejó, a su muerte temprana, una estrella que sigue iluminando el firmamento del rock internacional. Sin embargo, para comprender la tragedia de Janis, también hay que agregar otras cuestiones, más personales, más dolorosas. Como por ejemplo que era fea, pequeña y regordeta; que en sus épocas de estudiante sus compañeros la humillaban con un apóstrofe: "El hombre más feo de la universidad". O que era tan atrevida y estridente, que jóvenes y adultos la trataban como a una prostituta. O que era tan desarreglada en el vestir y tan chicanera en sus modales, que las pocas parejas formales que tuvo no osaban presentarla "en sociedad". O que era tan ingenua que aceptaba mansamente y sin decir palabra,que la criticaran y se burlaran de ella. Y que era, por sobre todas las cosas, una de las más sensibles y sufrientes mujeres que haya subido a un escenario en la concurrida historia de la música.

La hipersensible Joplin había nacido el 19 de enero de 1943 en Port Arthur, una ciudad con olor a petróleo, largas y aburridas siestas, y mediocres bebedores de whisky, adoradores de las "pinups girls" de los calendarios. No es difícil imaginar cómo tratarían a la jovencita Joplin, que en poco tiempo se convirtió en una presencia desagradable. Ella, a partir de cierto momento, se puso una máscara y resolvió embestir contra ese mundo pequeño que la agraviaba. No tenía, entonces, ese dulce abrigo del blues. Por entonces, Janis pintaba. Aunque, autocrítica feroz, abandonó esa rama del arte porque un día descubrió que un amigo era más ducho que ella en el manejo de los pinceles (cuentan que ya cantante, estuvo a punto de callar su voz cuando oyó a una joven imitadora de Joan Baez). Impulsada por su familia a viajar, se trasladó de Port Arthur a Lamar, y de esa ciudad a Los Angeles.Allí comenzó la etapa que iba a culminar con Joplin en los escenarios.

En esos años, también empezó a caer por la pendiente del alcohol y, al poco tiempo, comenzó a utilizar las drogas pesadas, la heroína entre ellas. Sus pininos en la canción los hizo en un grupo universitario: "The waller creek boys", donde canta jazz, folk y un poco de blues. Todavía no tenía la voz áspera y dramática que la iba a inmortalizar. En su vida faltaban algunas tragedias. Con otra banda, "Big brother and the Holding Company", recala en bares y tabernas, sin aprovechar las buenas críticas recibidas en el Festival Folk de Monterrey de 1963. En la misma ciudad, pero en los legendarios encuentros pop, se consagra definitivamente en 1967. En el escenario, antes y después de ella, suben otros dos grandes: Jimi Hendrix y Otis Redding. Curiosidades de la historia: ninguno de los tres iba a vivir para ver los setenta.

El Festival de Monterrey permitió, entre otras cosas, que Janis se convirtiera en un mito en vida. Su voz, su salvajismo, el dolor que expresaba en cada uno de los temas, la convirtieron en un referente obligado en esos años del flower power. Y todavía no había grabado nada. La primera placa de Janis, "Cheap thrills" ("Excitación barata", título que reemplazó al que ella quería que era "Droga, sexo y excitación barata") fue fagocitada por los jóvenes. Después llegó "I got dem Kozmic Blues again mama"; y póstumamente fue editado "Pearl", otro disco de culto. Pero mientras Janis se codeaba con el éxito, en su vida privada se hundía en la tragedia.

"En escena es como si hiciera el amor con 25.000 personas. Pero termina el show y ellos se van a sus casas y yo me voy sola a mi cuarto", decía por esos días de gloria efímera. Y cuando se le recriminaban sus excesos, ella se limitaba a puntualizar: "Tal vez no dure tanto como otras cantantes, pero no voy a destruir mi hoy pensando en el mañana". Algunos pensaban como ella: en poco menos de dos años, Jim Morrison, Jimi Hendrix y Brian Jones se fueron al Olimpo del rock. "No quiero nada a medias. Tengo 26 años. Todo lo que me preocupa son los 26 y no los 95. No quiero que me devuelvan la inversión dentro de unos años. Lo quiero ahora, ahora,ahora...", enfatizaba por esos días de tragedia cuando, además de las drogas pesadas, solía consumir hasta un litro de whisky en escena. Una mañana de octubre de 1970, se consumó su deseo de beberse la vida de un sólo trago. El guitarrista John Cooke la encontró en la cama, con un camisón que la hacía parecer una muñeca antigua, con una sonrisa congelada en los labios, con el cuerpo saturado de heroína. Sus cenizas, esparcidas en la costa de California, hace más de tres décadas que forman parte del paisaje que la hostilizó. Quedan, eso sí, sus lamentos desgarradores y esa voz que desarticula melodías y provoca tristeza en el corazón.

(Publicado en la revista "Asi")

19 noviembre 2006

El viejo de la plaza

Por Humberto Acciarressi

Lo vi sentado esta mañana,
que pudo ser ayer
o la semana entrante,
allí entre los toboganes,
a casi un siglo de la calesita
Y se tanteaba el rostro,
los ríos de su cuerpo,
y su mirada iba detrás
de esa mujer que cruza
el parque en dos minutos,
con niño y pan a cuestas
Lo vi arbitrario y tierno,
casi final,
barrido por el viento,
sentado o muerto o vivo
Sólo más tarde
los pájaros y el cielo
me contarán su ausencia.


(Del libro de poemas "Nosotros, sobrevivientes")

Estampas del ánimo

Por Humberto Acciarressi

Andaba con el destino extraviado
Eran tan leves sus creencias
que el alma le pesaba toneladas
Era más memoria que futuro
y la oquedad y el desatino
le entretenían el presente
Estaba en el costado de la ruta,
donde la banquina presagia el abismo,
a una eternidad de las caricias
Se desdibujaba en la mirada de los otros,
perdía consistencia, se hacía sutil
Entre los autos había olor a cólera,
ardía el asfalto, subía el dolor
Y era tan permeable a esas tormentas
que el agua lo mojaba desde adentro.

(Del libro de poemas "Nosotros, sobrevivientes")

18 noviembre 2006

Verne, mucho más que un oráculo


Por Humberto Acciarressi

Julio Verne sigue siendo una caja de sorpresas a un siglo largo de su muerte. Sobrino de Chateaubriand e hijo de un hombre de leyes, el autor de "Viaje al centro de la tierra" escribió, entre 1862 y 1905, nada menos que 82 novelas y relatos largos. Por un abuso de las estadísticas, cada tanto salen a la luz las predicciones cumplidas de Verne: el submarino, la nave espacial, el transatlántico, la televisión, el micrófono, los rascacielos o el bombardeo teleguiado. En síntesis, un oráculo eficiente. En todo caso, establecer un paralelo entre Verne y Nostradamus es menos importante que precisar que más alla de sus dotes proféticas, llegan sus virtudes poéticas.

Tomas Eloy Martínez, que definió a Verne como "un revolucionario violento que vivió disfrazado de conservador", recordó en alguna ocasión que Henri Michaux consideraba irrepetible el lenguaje utilizado por los pasajeros del Nautilus para describir la fauna de las profundidades marinas. Leámos un párrafo: "Tricópteros de alas con filamentos de pesadilla; costas siempre manchadas de barro en el que nacen los frufrú; triglos de hígado venenoso; badianes que llevan sobre los ojos una anteojera móvil; y fueles de hocico largo y tubular, verdaderos papamoscas del océano, armados con un fusil que no previeron ni los Chapesot ni los Remington, y que matan a los insectos disparándoles una solitaria gota de agua". Y esto mucho antes de Virginia Woolf o Gabriel García Márquez.

Desde que nace el 8 de febrero de 1828, la biografía de Verne registra ciertos hitos decisivos. A los once años, sin que su familia se entere hasta último momento, se apresta a embarcarse a la India con el objeto de llevarle un collar de coral a su prima Carolina. El padre lo baja del barco y le da una paliza inolvidable. En 1857 se instala en Amiens y en 1886 un sobrino le dispara dos tiros en una pierna. En 1889 se candidatea para concejal por la extrema izquierda; en 1882 se enferma de neurastenia y quema sus papeles íntimos; en 1904 le exige a su mujer vivir en absoluto silencio y ordena que nadie se le acerque. En 1905 muere a consecuencia de la parálisis y la diabetes.

Hasta aquí la fría ennumeración de datos, tantos como para hacernos una idea del verdadero Verne, bastante alejado del que durante más de un siglo se utilizó como prototipo del buen burgués. Pero la verdad es otra: este lector apasionado de Nietzche, que escribe sin parar desde el amanecer hasta la noche, va cayendo con el correr de los años en un pesimismo cada vez más intenso. Desengañado de su siglo y del futuro, escribe "Robur el conquistador", donde el optimismo de sus primeros libros da un giro definitivo. Entre 1903 y 1905, se dedica a la narración "Amo del mundo", donde da cuenta de un vehículo llamado "Espanto" que circula por el aire, la tierra y el agua; deja inconclusa "La sorprendente aventura de la misión Barzac"; y termina rápidamente, como poseído, "El eterno Adán", que su hijo Michael tardó un lustro en editar.

En el apogeo de su gloria, en Italia llegó a dudarse de la verdadera existencia de Verne, al punto que Edmundo D´Amicis debió viajar a Amiens para verificar personalmente que el autor de los "Viajes extraordinarios" era un ser de carne y hueso. No fue un viaje ocioso, ya que el propio Verne pretendió muchas veces disfrazar su verdadera personalidad. Basta leer las necrológicas escritas en 1905, para verificar que en cierto sentido lo logró. Pero ahora sabemos que el abuelo moralista era un viejo pícaro que dejó en su literatura las claves de su negra visión del mundo. A veces, el candor de la posteridad suele ser pasmoso.

(Publicado en el Diario Oficial de la Feria del Libro de Buenos Aires)

12 noviembre 2006

Reflexiones a bordo de un colectivo


Por Humberto Acciarressi

El colectivo de la línea 168 sortea autos y asusta peatones por la calle Moreno. El calor es tan insoportable como la señora que le canturrea al hijo y al resto del pasaje una melodia horrible y mal entonada. Secuelas del televisivo "Cantando por un sueño" - ya insoportable de por sí-, que con casi 35 grados tiene el agrio sabor de una pesadilla. Como amigos de los ejemplos, sugerimos imaginar a Nazarena Velez cantando en un colectivo en movimiento. Los pasajeros debemos sufrir un extraño karma, porque no hay uno que no se sienta un personaje del Infierno del Dante. Salvo dos mujeres, que ajenas al "concierto" dialogan animadamente en un asiento doble.

-Los dolores de cabeza que tengo son terribles. Tomo aspirinas y nada. Llamé al médico por teléfono y me dijo que si me siguen vaya a verlo.
-Señora, ¿no habrá mal de ojo?.
-¿Le parece?.

En los supermercados o en los bancos, en los barrios alejados o en el microcentro, ¿a quién no le han aconsejado alguna vez la consulta a un curandero?, ¿quién no ha reído con las sugerencias de este tipo?, ¿quién no las ha meditado con serenidad y cierta vergüenza? Desde la antigüedad, el hombre se ha visto inclinado a recurrir a la medicina natural. El "No creo en brujas, pero que las hay, las hay..." no es un adagio de los tiempos actuales, aunque eso no impide que siga vigente.

Durante la Edad Media europea, cuando la ciencia estaba recluida en los cuartillos plagados de manuscritos de los alquimistas, los hechiceros se multiplicaban paralelamente a las enfermedades. Claro que también alimentaron las hogueras mejor que el carbón. Y no sólo por prejuicios religiosos, sino en la supuesta defensa de lo que se llamaban "las verdades naturales". Pero las brujas se adaptaron a los tiempos modernos, dejaron de viajar en escoba y se refugiaron en las campañas bajo el nombre de curanderas. Y cuando hacen unos pesos, se alquilan un espacio en las mejores radios y transmutan sus "verdades" en oro como alquimistas del siglo XXI.

-Señora, ¿y si visita a un curandero?.
-¿Y dónde lo busco?.
-Pregunte, siempre alguien sabe.

Un anuncio propagandístico de principios de siglo XX aconsejaba la visita a una pitonisa que se jactaba de tener "el verdadero talismán del Jordán y la verdadera piedra de Imán". Todo un arcano, pero sugerente. Gatos egipcios, extraños lamas tibetanos, talismanes mágicos y patas de conejo. Y dentro de ese clima esotérico, el aviso informaba el pedestre "Hay sala de espera para señoras". No hace muchos años, una vidente que ponía avisos en los diarios era la proveedora de amuletos a varios jugadores de futbol.

En el siglo pasado, los curanderos llegaron a tener gran predicamento en los campos argentinos. El propio José Hernández debió consultar o conocer a algunos. "Y me recetó que hincao/ en un trapo de la viuda/ frente a una planta de ruda/ hiciera mis oraciones,/ diciendo: No tengas dudas/ eso cura las pasiones". Brebajes que los gauchos tomaban con asco, pero confiados. Y después se sacaban el feo gusto con una ginebra.

Nos dice un amigo viajero que en las zonas rurales de Alabama, para que a un chico le salgan bien los dientes no hay nada mejor que envolver el nido de un grillo en un trapito y atárselo al cuello. Para el dolor de estómago se recomienda masticar un palito de olmo o pasarse un huevo frío por la garganta. Frente a esto, por si las moscas, ante una dolencia estomacal convendría hacerse una pasada por la heladera antes de acudir a la Buscapina. De cualquier forma, ante cualquier duda consulte a su médico.

(Publicado en "El espectador de la Cultura)

07 noviembre 2006

Cioran, marginal del intelecto


Por Humberto Acciarressi

A los 84 años, sesenta más de los que esperaba vivir en su juventud, el 20 de junio de 1995 murió Emil Ciorán. Puede suponerse que no temía ese trámite. No por considerar que "la idea del suicidio es lo único que hace llevadera la vida", sino por su método para afrontar el último trago sin resistirse: disciplinarse en el horror, meditar en la podredumbre, reducirse deliberadamente a cenizas en vida. Amante de las paradojas, murió víctima del Mal de Alzheimer, una enfermedad que afecta los mecanismos del pensamiento. Justo él, que en la Rumania donde nació el 8 de abril de 1911 había elegido el camino del "pensar por pensar".

Ciorán - señaló Fernando Savater - nunca fue un autor de moda. Sus compatriotas Eugene Ionesco y Mircea Eliade tuvieron más fama que él, que se decía un marginal del intelecto. Sin embargo, en los últimos años, eran muchos los que iban al Barrio Latino de su Paris adoptivo con la ilusión de toparse con este hombre de cabello blanco y sobretodo gris que disparaba sobre la religión, la filosofía, la escritura y la política. Mezcla de metafísico y moralista, a ratos teólogo, Ciorán llevó el pesimismo nihilista a la cumbre. Fue más allá que Schopenhauer y Nietzche, que metodizaron esta corriente de pensamiento, al reinvindicarse como un anti-filósofo capaz de demoler sus propias ideas.

Enemigo de ídolos y prejuicios, para él el optimismo es una forma de la hipocresía: la sociedad está maldita y la historia humana es estúpida, incluyendo la Razón salvada de la estupidez por Voltaire. Desde el título, sus libros son la expresión de su pensamiento: "Breviario de la podredumbre", "Del inconveniente de haber nacido", "Silogismos de la amargura". Cuando admiradores y detractores se peleaban por encasillarlo en alguna corriente, Ciorán declaró - con su ferocidad impar - que las personas más sabias que había conocido eran las prostitutas frecuentadas en su geografía de juventud. La misma del feroz conde Drácula.

(Publicado en la revista "Noticias")

Robin, el más delicado escudero


Por Humberto Acciarressi

Es, sin duda, el héroe más vilipendiado de la historia de los comics y sus emergentes televisivos y cinematográficos. Es, entre todos los laderos que se recuerden, el menos interesante. Y sin embargo, ese halo entre bobo e intrascendente ha convertido a Robin en un sujeto inmortal en el mundo de la historieta. Tal vez porque el delicado escudero de Batman, contrariamente a lo que pueda creerse, tiene su propio universo interior. Algo debe pasar detrás de tanta estupidez.

Es sabido que el hombre murciélago debutó sin compañeros en mayo de 1939, en el número 27 de la revista "Detective Comics", en una tira titulada "El caso del sindicato químico". Pero el sombrío vengador se sentía muy solo. Bob Kane, su creador, recuerda en su autobiografía "Batman y yo" que Robin nació como alguien con quien el encapuchado pudiera hablar. "Pensé que todo chico querría ser como Robin: travieso, divertido, libre; sin escuela, sin tareas, que vive en una mansión sobre la baticueva y viaja en el batimóvil". Así, en 1940, Bruce Wayne (Bruno Díaz) se hace cargo de un joven cuyos padres han sido asesinados: Dick Grayson, conocido por los argentinos como Ricardo Tapia.

La aparición del joven causó conmoción; las ventas de la historieta se duplicaron. A partir de entonces, Batman y Robin se convirtieron en dos seres inseparables. Y tan juntitos estaban siempre, que en la década del 50, en su libro "Seducción del inocente", el cruzado contra la historieta Freederic Wertham escribió: "Viven en habitaciones suntuosas, con flores hermosas en jarrones enormes, y tienen un mayordomo, Alfred. Es como el sueño de la convivencia entre dos homosexuales". La primera piedra había sido arrojada. Y más que en Batman impactó en el pobre Robin.

En el universo del papel y la tinta, el murciélago tuvo tres escuderos con el mismo apelativo: el mencionado Grayson, a quien, en 1986, los guionistas lo dejaron crecer y adoptar el nombre de Nightwing; el pendenciero Jason Todd (que en 1988 fue "asesinado" a pedido de los lectores); y Tim Drake, un pirata informático que ingresa a la baticueva. También en la pantalla Robin tuvo varias caras. En 1943, la Columbia Pictures produjo un serial de quince episodios con Lewis Wilson como Batman y Douglas Croft como el joven maravilla. El segundo ciclo se emitió en 1949, con Robert Lowery y John Duncan como el hombre murciélago y su Sancho Panza respectivamente, dúo que reeditó el boom un año más tarde.

La gloria, sin embargo, llegó en 1966, cuando la 20 th Century Fox produjo los 130 episodios de la tira en color de Batman, dirigida por Leslie H. Martinson y protagonizada por Adam West en el papel del murciélago y por Burt Ward en el de su acompañante. Fue el tiro de gracia a la virilidad de Robin. Aquella pareja que causó las delicias de los chicos de todo el mundo, que llevó a la TV los códigos del comic (los "Zas", "Shock", "Boom", "Augh" pintados en colores), no sólo no era sombría como la original, sino que era patética en su bobería. Esa serie alimentó hasta el hartazgo las bromas acerca de la sexualidad del dúo dinámico. Cuando Adam West estuvo en Buenos Aires se creyó en la obligación de aclarar el asunto: "Entre Robin y yo no pasaba nada...No éramos una batipareja gay".


Hay cosas, sin embargo, que pocos saben. Por ejemplo que el actor Burt Ward, con ese aire aniñado, estúpido y ambivalente, a los 21 años ya se había casado dos veces y su primera esposa lo había dejado acusándolo de "crueldad mental". Varios años más tarde, cuando nadie le daba ni un bolo en una película clase B, escribió un libro titulado "Boy wonder, my life in tights" ("Muchacho maravilla, mi vida en calzas"). En esa autobiografía, Ward cuenta los problemas que tuvieron con la censura por la estrechez de sus mallas, y cómo, para pasar sus ratos de ocio, él y West iban juntos (¡Recórcholis!) a playas nudistas.

Así transcurrió el tiempo para Robin. En la saga cinematográfica inaugurada por Tim Burton, el escudero aparece en la tercera versión, en la piel de Chris O´Donnell. Y como había que amoldarlo a los años noventa, hasta le pusieron aritos. Ward, el ahora gordo chico maravilla de los años 60, puso el grito en el cielo. Criticó a su sucesor por "arrogante y agresivo" y añadió una divertida apreciación: "Mi Robin nunca se hubiera atrevido a llamar Al a Alfred, el mayordomo, o dar un paseo en batimovil sin pedir permiso a Batman". ¡ Santa estupidez, chico maravilla!.

(Publicado en la revista "Así")

Miguel Abuelo y el himno de su corazón


Por Humberto Acciarressi

Se llamaba Miguel Peralta, aunque claro, no siempre el documento de identidad revela verdades absolutas. Para todo el mundo fue, a secas, Miguel Abuelo, pionero del rock del país y fundador de "Los Abuelos de la Nada", una de las mejores bandas que han pasado por los escenarios locales. Y si con eso no bastara, aún fue más. "Soy un negrito resentido y peleador", se autodefinía en su adolescencia, mientras maduraba su pasión por la música y alternaba el boxeo con la venta callejera, sus actuaciones como mimo con su condición de poeta. Cuando formó un dúo con su hermana Norma, ya era un joven y voraz degustador de literatura.

Nacido el 21 de marzo de 1946, de su amor por las letras surgió el nombre que lo inmortalizó. Leyendo "El banquete de Severo Arcángelo" quedó impresionado con una frase con la que reprenden al personaje Lisandro Farías, de la novela de Leopoldo Marechal: "Padre de los Piojos, Abuelo de la Nada". Así se convirtió en Miguel Abuelo y formó el ya legendario grupo. Hace poco, a dos décadas de su muerte, apareció el libro de Juanjo Carmona "El paladín de la libertad. Biografía de Miguel Abuelo y sus Abuelos de la Nada". En la obra, con abundancia de datos, reportajes, testimonios y fotos rescatadas durante diez años, el autor llenó baches de la vida del músico que permanecían en las sombras, incluyendo su muerte a causa del Sida en 1988. Hay, por supuesto, información sobre los años europeos, hacia donde se marchó con la guitarra al hombro a mediados de los 70 y de donde regresó con la democracia.

La primera formación de "Los Abuelos de la Nada", a fines de los 60, la integraron, además de Miguel, Claudio Gabis (futuro "Manal"), Pappo (que antes de largarse como solista integró "Conexión n° 5"), Micky y Alberto Lara, y Pomo Lorenzo. Pasada la dictadura de Videla y compañía, Miguel retornó de Europa y refundó "Los Abuelos..." con un seleccionado de lujo: Cachorro López (luego derivó a "Zas" con Miguel Mateos), Andrés Calamaro, Gustavo Bazterrica, Daniel Melingo y Polo Corbella (ambos integrantes posteriormente de "Los Twist"). Esta formación tuvo uno de sus picos más altos en los recordados recitales del Opera en el 85. "Chalamán", "Ir a más", "Himno de mi corazón", "Lunes a la madrugada", "Sintonía americana", "Tristeza de la ciudad", "Mil horas", son apenas algunos de los clásicos de aquella banda que cubrió parte de los 80. Broncas por el liderazgo y choques de personalidades acabaron esa segunda formación, que dio paso a la tercera, cuyo único disco se llamó "Cosas mías" por el tema homónimo que, adaptado por la hinchada de River, con el tiempo ganó todas las tribunas. En ese último grupo, Kubero Díaz, "Chocolate" Fogo, Juan del Barrio, Polo Corbella, Alfredo Desiata y Willy Crook, acompañaban al histriónico frontman.

En los días finales de su vida, Miguel escribía y hacía planes pra un futuro imposible. La muerte lo alcanzó en la tarde del 26 de marzo de 1988. El 21 de diciembre, el Sida arrastró a Federico Moura. En diciembre del año anterior, la cirrosis había consumido la vida de Luca Prodan. En menos de doce meses, "Sumo", "Virus" y "Los Abuelos de la Nada", tres de las bandas ícono de la época, se convirtieron en leyenda. Y el rock argentino comenzaba a llorar a todos sus muertos.

(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)