Por
Humberto Acciarressi
Es, sin duda, el héroe más vilipendiado de la historia de los comics y sus emergentes televisivos y cinematográficos. Es, entre todos los laderos que se recuerden, el menos interesante. Y sin embargo, ese halo entre bobo e intrascendente ha convertido a Robin en un sujeto inmortal en el mundo de la historieta. Tal vez porque el delicado escudero de Batman, contrariamente a lo que pueda creerse, tiene su propio universo interior. Algo debe pasar detrás de tanta estupidez.
Es sabido que el hombre murciélago debutó sin compañeros en mayo de 1939, en el número 27 de la revista "Detective Comics", en una tira titulada "El caso del sindicato químico". Pero el sombrío vengador se sentía muy solo. Bob Kane, su creador, recuerda en su autobiografía "Batman y yo" que Robin nació como alguien con quien el encapuchado pudiera hablar. "Pensé que todo chico querría ser como Robin: travieso, divertido, libre; sin escuela, sin tareas, que vive en una mansión sobre la baticueva y viaja en el batimóvil". Así, en 1940, Bruce Wayne (Bruno Díaz) se hace cargo de un joven cuyos padres han sido asesinados: Dick Grayson, conocido por los argentinos como Ricardo Tapia.
La aparición del joven causó conmoción; las ventas de la historieta se duplicaron. A partir de entonces, Batman y Robin se convirtieron en dos seres inseparables. Y tan juntitos estaban siempre, que en la década del 50, en su libro "Seducción del inocente", el cruzado contra la historieta Freederic Wertham escribió: "Viven en habitaciones suntuosas, con flores hermosas en jarrones enormes, y tienen un mayordomo, Alfred. Es como el sueño de la convivencia entre dos homosexuales". La primera piedra había sido arrojada. Y más que en Batman impactó en el pobre Robin.
En el universo del papel y la tinta, el murciélago tuvo tres escuderos con el mismo apelativo: el mencionado Grayson, a quien, en 1986, los guionistas lo dejaron crecer y adoptar el nombre de Nightwing; el pendenciero Jason Todd (que en 1988 fue "asesinado" a pedido de los lectores); y Tim Drake, un pirata informático que ingresa a la baticueva. También en la pantalla Robin tuvo varias caras. En 1943, la Columbia Pictures produjo un serial de quince episodios con Lewis Wilson como Batman y Douglas Croft como el joven maravilla. El segundo ciclo se emitió en 1949, con Robert Lowery y John Duncan como el hombre murciélago y su Sancho Panza respectivamente, dúo que reeditó el boom un año más tarde.
La gloria, sin embargo, llegó en 1966, cuando la 20 th Century Fox produjo los 130 episodios de la tira en color de Batman, dirigida por Leslie H. Martinson y protagonizada por Adam West en el papel del murciélago y por Burt Ward en el de su acompañante. Fue el tiro de gracia a la virilidad de Robin. Aquella pareja que causó las delicias de los chicos de todo el mundo, que llevó a la TV los códigos del comic (los "Zas", "Shock", "Boom", "Augh" pintados en colores), no sólo no era sombría como la original, sino que era patética en su bobería. Esa serie alimentó hasta el hartazgo las bromas acerca de la sexualidad del dúo dinámico. Cuando Adam West estuvo en Buenos Aires se creyó en la obligación de aclarar el asunto: "Entre Robin y yo no pasaba nada...No éramos una batipareja gay".
Hay cosas, sin embargo, que pocos saben. Por ejemplo que el actor Burt Ward, con ese aire aniñado, estúpido y ambivalente, a los 21 años ya se había casado dos veces y su primera esposa lo había dejado acusándolo de "crueldad mental". Varios años más tarde, cuando nadie le daba ni un bolo en una película clase B, escribió un libro titulado
"Boy wonder, my life in tights" ("Muchacho maravilla, mi vida en calzas"). En esa autobiografía, Ward cuenta los problemas que tuvieron con la censura por la estrechez de sus mallas, y cómo, para pasar sus ratos de ocio, él y West iban juntos (¡Recórcholis!) a playas nudistas.
Así transcurrió el tiempo para Robin. En la saga cinematográfica inaugurada por Tim Burton, el escudero aparece en la tercera versión, en la piel de Chris O´Donnell. Y como había que amoldarlo a los años noventa, hasta le pusieron aritos. Ward, el ahora gordo chico maravilla de los años 60, puso el grito en el cielo. Criticó a su sucesor por "arrogante y agresivo" y añadió una divertida apreciación:
"Mi Robin nunca se hubiera atrevido a llamar Al a Alfred, el mayordomo, o dar un paseo en batimovil sin pedir permiso a Batman". ¡ Santa estupidez, chico maravilla!.
(Publicado en la revista "Así")