30 enero 2010

Salinger se llevó a la tumba sus misterios


Por Humberto Acciarressi

Jerome David Salinger, uno de los escritores más enigmáticos del siglo XX, murió en su inexpugnable cabaña de New Hampshire, en el nordeste de EE.UU. Tenía 91 años (había nacido el 1° de enero de 1919 en Nueva York) y su fallecimiento fue sin estridencias, como le hubiera gustado a quien atravesó casi todo el siglo a hurtadillas. "Muerte natural", informa el escueto comunicado de su hijo, que parece redactado por el propio escritor.

Las voces más autorizadas a hacerlo juran que escribía siempre, pero lo cierto es que hace cuatro décadas que no publicaba nada. El año pasado, fiel a su costumbre, celebró sus noventa años en el misterioso silencio que rodeó cada uno de los actos de su vida, desde que a comienzos de los ´80 concedió una casi imperceptible y rara entrevista. Especie de Greta Garbo de la literatura, Jerome David Salinger era impenetrable hasta en los más mínimos detalles. En 1974 charló con Lacey Fosburgh del "The New York Times". Fue cuando dijo aquello de "vivo para escribir, pero escribo para mí mismo y mi propia satisfacción. No publicar me reporta una maravillosa sensación de paz. Publicar es una terrible invasión de mi privacidad".

Su manía de no dar señales de vida (que en numerosas oportunidades dio pie a la idea de su "no existencia", como si fuera un vampiro con algunos escrúpulos) no impidió que se conocieran muchos aspectos de su biografía. Entre ellos su intervención en la Segunda Guerra Mundial después del ataque japonés a Pearl Harbor; su papel activo en el desembarco aliado en Normandía; su efímera esposa Sylvia, funcionaria nazi de la que se enamoró después de detenerla. Y la publicación de algunos de sus primeros relatos. Hasta que en 1951 apareció "El guardián entre el centeno", la novela que narra las peripecias de Holden Caulfield que lo proyectaría a una fama no deseada pero inevitable.

Es sabido que a Salinger le importaba bien poco el asunto éste de las estridencias de la gloria en vida. Sin embargo, su obra ícono, "El guardián entre el centeno", fue objeto de culto de varias generaciones. Tal vez el más famoso de sus lectores haya sido Mark Chapman, el asesino de John Lennon, quien dijo haber actuado inspirado en la novela. En el otro extremo, Bill Gates reconoció que a pesar de los años, sigue siendo su libro de cabecera. Y en el medio de ambos, miles y miles de famosos y anónimos lectores.

"Nueve cuentos" en 1953, "Franny y Zooey" (el más flojo de todos) en 1961, y "Levantad, carpinteros, la viga maestra y Seymour: una introducción" (un libro con dos relatos editado en 1963 y que previamente había publicado The New Yorker). Después, el silencio más absoluto. Es sabido que el escritor entabló demandas para detener la publicación de biografías (lo que logró apenas a medias, ya que una de ellas, bastante buena, es la de Ian Hamilton); se convirtió en el inspirador de otros escritores; personaje de varias novelas y de alguna que otra película. Así, Salinger llegó al final de sus días en el más rotundo silencio.

Entre los múltiples homenajes que recibió este reservado escritor se encuentra el tema Catcher in the Rye, de Axl Rose, que figura en el último álbum de la banda, "Chinese Democracy", que será presentado a los argentinos el 20 de marzo, como ya se ha confirmado en la página oficial del grupo. En el estadio Monumental de River, Axl y los músicos que ahora lo acompañan (ninguno de los legendarios que vinieron en la década del 90), interpretarán este homenaje, ahora póstumo.

Especialista en esconderse y levantar muros en torno suyo, no pudo evitar que tres mujeres le quitaran algunos ladrillos a la pared de silencios y misterios. La primera de ellas, Betty Eppes, le arrancó algunas frases para un entrecortado reportaje en los años ochenta Las otras dos fueron más contundentes y dejaron testimonio en sendos libros. Una, y hay motivos para creer que sabía mucho, fue su ex amante Joyce Maynard. La otra, la más cruel, fue nada menos que su hija Margaret "Peggy" Salinger. Entre las cosas más leves que contó la chica, figura que a su padre le encantaba beber su propia orina, que le pegaba a su esposa y que era hiperadicto a la TV basura. El escritor, fiel a su costumbre, no dijo nada. Por lo menos no públicamente. Y nunca sabremos que pensó.

(Publicado en la sección Cultura de La Razón, de Buenos Aires)


28 enero 2010

Alerta naranja por el "efecto microondas"

Por Humberto Acciarressi

Que hace un calor insoportable ya es un dato cotidiano en el marco de este apocalipsis porteño. Humildemente pensamos que el causante de nuestros padecimientos es el inventor de la "sensación térmica". Antes, el calor era "calor", sin demasiadas vueltas. Salvo en el caso de Mersault -el personaje de El extranjero que mata al árabe a causa del sol-, cuando nos decían "hacen 30°", nos tomábamos una cerveza o una coca, nos zambullíamos en una pileta o nos mojábamos la cabeza en una canilla.

Ahora las cosas han cambiado. Si los meteorólogos indican "30°", inmediatamente añaden que la "sensación térmica" es de 45° a la sombra. Y ya nada vuelve a ser como antes. El terror se apodera de los sudorosos ciudadanos, que siempre retienen el número más alto. El dato salta del televisor al taxista, y del taxista a todo el mundo. El pánico cunde. La gente, que se banca los 30°, siente la cercanía de la muerte frente a los 45° de "sensación".

Hace unos años fue el "riesgo país", con todos aterrados con datos que nunca se supo que significaban. Y no me vengan con explicaciones técnicas. Ahora han lanzado una muletilla que está llamada a hacer carrera: el llamado "Alerta naranja" ¿Sabés qué combina? Las altas temperaturas con la mortalidad. Lo anuncian para este fin de semana. ¡Otra que el 2012! Y ya todos hablan de esa fórmula atemorizante. Dicho de otra manera, estamos a horas del pánico global. Es urgente apelar al Plan B: una temporada en la Base Marambio.

(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)

26 enero 2010

Luca Prodan: veinte años no es nada


Por Humberto Acciarressi

Parece un sueño que hayan pasado más de dos décadas de aquella madrugada del 22 de diciembre de 1987 en que ocurrió lo inevitable: la muerte largamente postergada de Luca Prodan, el pelado más famoso del rock del país. Y sin embargo, a pesar de las apariencias, “Luca not dead”, o por lo menos así lo afirman los graffitis y la música de Sumo, la banda que pasó entre nosotros como una locomotora cuyo humo aún nubla las miradas. Con lo cual -una vez más y van...- hay que coincidir con Gardel en que veinte años no es nada.

Pero ¿quién fue realmente Luca? Posiblemente nunca lo sepamos. La biografía y la leyenda se confunden. Se sabe que nació en Roma el 17 de mayo de 1954 y que siendo joven se trasladó al Reino Unido, donde fue compañero de estudios del príncipe Carlos. En un mar de versiones se confunden deserciones al servicio militar, bohemias londinenses, viajes al Africa y una fuerte adicción a la heroína. Precisamente para escapar de las drogas pesadas, a comienzos de los ochenta Luca aceptó la invitación de un amigo argentino, Timmy McKern, a pasar una temporada en nuestros pagos. Y el pelado que todavía tenía pelo aceptó.


Luca, que había visto en vivo a las mejores bandas del mundo (suerte que a los argentinos nos llegó más tarde), desembarcó en Córdoba con un centenar de discos de Joy Division, The Cure, The Buzzcoks y naturalmente de los Sex Pistols. Con un conocimiento casi académico del reggae, del punk y del post-punk, al poco tiempo ya estaba decidido a formar una banda en estas tierras que nunca abandonaría.

Marginal, por momentos salvaje, con un dominio impar del escenario y una voz surgida de los vahos de la ginebra y el talento, Luca se metió en las tripas del público under desde el día en que se presentó en el Caroline´s de El Palomar, con Germán Daffunchio, Alejandro “Bocha” Sokol (de cuya muerte se acaba de cumplir un año) y Stephanie Nuttal, la joven baterista que el pelado hizo venir de Manchester. Más tarde llegarían Ricardo Mollo, Diego Arnedo, Roberto Pettinato y Alberto Troglio.


En la leyenda de Sumo no se pueden obviar las presentaciones en bares como el Zero y el Einstein, en Obras, en el Astros... Incluso estuvieron, para escándalo de algunos fans, en la televisión. La banda grabó en estudio apenas tres discos en vida de Luca (“Divididos por la felicidad” en 1985, “Llegando los monos” en 1986 y “After chabon” en 1987). También hay que incluir "Corpiños en la madrugada" (cronológicamente fue el primero, de 1983, pero apenas se hicieron 300 cassettes que se vendieron en un par de recitales, y recién fue reeditado, con otros temas agregados, en la década del noventa). "Fiebre" e innumerabales recopilaciones y placas piratas llegaron más tarde.

“Con los discos, como con los conciertos, me divierto”, le gustaba decir al Pelado, que ya era una leyenda antes de esa madrugada triste en que los forenses asentaron: “Paro respiratorio no traumático debido a un cuadro de debilidad cirrótica”. Y tan mítica se hizo su figura que de creerle a quienes dicen haber tomado ginebra con él, dos de cada tres argentinos se sentaron a su mesa. De historias como ésta se nutren los mitos.


Después de la muerte de Luca, Sumo se bifurcó en Divididos, Las Pelotas y Pachuco Cadaver. Pero ningún fan de Luca dejó de escucharlo en sus clásicos “La rubia tarada”, “Virna Lisi (TV caliente)”, “Una noche en New York City”, “Los viejos vinagres” o “Divididos por la felicidad”. Dos días antes de morir, se presentó por última vez en el Club Los Andes, en Lomas de Zamora, donde -tal vez presintiendo el final -repitió, para sorpresa de todos, un par de temas. Después llegó la madrugada fatal. De su casa de la calle Alsina, con el cuerpo de Luca aún caliente, saquearon sus guitarras, sus discos, sus libros. Una verdadera tropelía de fetichismo post-mortem.

Luca, que tenía 33 años cuando murió, tuvo muy poca vida entre nosotros los argentinos, pero eso sólo le bastó para ser mucho más que “alguien”. Existencia muy escasa, aunque intensa, en comparación con la huella que dejó. Efímero como una mariposa, cuando se consumió en su propio fuego comenzaron las versiones, se sumaron los datos, se inventaron itinerarios, se escribieron libros y se hicieron películas. Por todo esto es que decimos que tal vez nunca se sepa quién fue Luca Prodan. Y eso no está nada mal.

(Publicado en el suplemento de música "Te Suena", de La Razón, de Buenos Aires)

15 enero 2010

Twitter y la tragedia de Haiti

Por Humberto Acciarressi

Sé que muchos se ofenderán, pero Twitter es la mejor de las redes sociales. Puede ser extremadamente frívola o inquietantemente inteligente y sofisticada, pero hay que serlo en 140 caracteres, lo que no es fácil. Los adeptos más "viejos" le encontraron la vuelta para decir con esos cuasi haikus si toman un café o si las paredes del edificio en donde se encuentra el twittero se quiebran en la antesala de una tragedia desaforada. Eso fue lo que ocurrió en Haití, ese país de pobreza inexplicable e historia terrible, en donde algunos favorecidos cuentan con internet.

En el marco del horror inicial, con los servicios de comunicaciones desbaratados, las primeras noticias de la tragedia llegaron por Twitter y las primeras imágenes por Twitpic, el servicio que permite cargar fotos en el microblogging. "Recen por los que están en los barrios de chabolas", decía un mensaje. "Las réplicas continuaron toda la noche", se preocupaba otro. "Vimos cuerpos sacados de los escombros", "El sol se puso poco después del gran terremoto", "... está inquietantemente silencioso". Los twitts se suman y los diarios del mundo abren cuentas Twitter para seguir la información que dan las víctimas. La tragedia en directo; el retwitt que se multiplica como en un dominó de espejos hasta llegar a todo el planeta. "Grupos religiosos cantan en toda la ciudad, toda la noche de oración. Es un sonido hermoso en medio de una horrible tragedia", escribe amargamente un twittero durante la noche más amarga de un país donde todas las noches son amargas.

(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)

The Monster of Piedras Blancas, 1959

El Café Tortoni en el año 1910

14 enero 2010

Grandes caderas y buen lomo = salud

Por Humberto Acciarresssi

Amiga: ya podemos comunicarte que si tu trasero parece el de la mulatona, tu cadera la de un cetáceo y la carne de tus muslos alcanza para alimentar a todo un barrio de Calcuta, ya no tenés que lamentarte. Es cierto: estuviste -dietas mediante- conspirando y mucho contra tu salud. La culpa no sirve de nada, de manera que a seguir adelante sin tanto producto light.Ahora, investigadores británicos (últimamente estamos comenzado a dudar de la existencia de alguna otra actividad en Gran Bretaña que no sea la investigación), aseguran que los kilos extra y la acumulación de grasa en las nalgas, los muslos y la cadera le hacen fenómeno al metabolismo y a las enfermedades cardiacas. De cualquier forma, antes de comenzar a ingerir hidratos a lo bestia y convertirte en la hermana terrestre de Moby Dick, consultá a tu médico.

Pero volviendo al tema central, y para decirlo con lenguaje extremadamente científico, si tu cuerpo tiene forma de pera estarás mejor que si parecés una manzana. Lo que en lenguaje no frutal significa que donde no tiene que haber grasa es en la cintura. Y en términos mediáticos algo así como Shakira es sana; Susan Boyle está en el horno. Y aunque lo parezca, acá no estamos hablando de estética, ni de belleza corporal, ni de la carrera de una top model con el físico de una momia incaica, sino de salud. De las más flacas ni hablamos, ya que -según el estudio de marras- están todas muy (pero muy) enfermas. ¿Entendiste, gordita?

(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)

13 enero 2010

Haiti

"Pisamos los escombros de nuestras soledades"

Jacques Roumain 
(poeta haitiano)
"Cuando la boca como luna soñadora, esconde la cara bajo las palabras"

Anthony Phelps
(p
oeta haitiano)
"Hemos ido acumulando corazones en nuestro corazón, palabras en nuestra voz quebrantada por azadones"

Jacques Viau 
(poeta haitiano)

11 enero 2010

La señora Robinson ataca de nuevo

Por Humberto Acciarressi

Ella no es Anne Bancroft, el joven no es Dustin Hoffman, y el escándalo no competirá por los Oscar de la Academia como lo hizo El Graduado allá lejos y hace tiempo. Muy por el contrario, el tremendo frío que hace hoy en Irlanda es bien diferente de ese calor sofocante que se vivía en el film famoso.

Pero la señora Robinson -así también se llama la real, la esposa del premier norirlandés - acaba de protagonizar un escandalete que no tiene nada que envidiarle al de la ficción. A iguales apellidos, historias similares. Iris, de 60 años, hizo valer sus influencias para favorecer a su amante, de 19, en la compra de un café de Belfast. Ahora peligra el cargo de su marido, ella es objeto de chistes, el muchacho puede perder el local, y hasta que a alguien se le ocurra comenzar el rodaje de otra película, seguirán pasando muchas cosas más en torno a este caso.

Sin embargo, en Irlanda parece ser que los amores furtivos de una señora con un joven 40 años menor, son más peligrosos para la integridad del estado que la corrupción para favorecerlo en un negocio. Para colmo, cuando los amantes rompieron, ella -despechada- le pidió al joven que le devolviera la plata. Una ingenua. Mrs Robinson, definida como "una cristiana fundamentalista", no tiene empacho en contar la historia de sus relaciones extramaritales. Quien pierde más, el señor Robinson, casi no habla. Los amigos lo distraen como pueden, con cuestiones políticas y de todo tipo. Pero a ninguno se le ocurre prestarle El Graduado.

(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)

05 enero 2010

Sandro: la pasión frente al amor edulcorado

Por Humberto Acciarressi

Las pasiones no salen de la nada:pueden ser justas, arbitrarias, incomprensibles, compartidas y miles de cosas más. Pero no nacen de la nada. Y el caso de Sandro no es ajeno a esta regla sino que la confirma. Para rastrear el fenómeno del gitano más famoso de la Argentina -apenas para intentarlo, ya que las pasiones no admiten demasiado raciocinio- hay que retroceder en el tiempo.

Antes de ser el baladista romántico por quien las mujeres hicieron las cosas más descabelladas debajo del escenario, Sandro fue uno de los primeros íconos del rock argentino. De hecho, el gitano fue el más famoso de los imitadores de Elvis Presley que hubo en el país, y si llegó a la TV fue con algunos simples de puro rock and roll cantados en castellano. Sandro y Los de Fuego, tal el nombre, hoy es apenas un recuerdo, aunque bien debería ser una referencia obligada en la historia del rock del país. Como suele ocurrir, varias veces fue rechazado por las discográficas, hasta que en noviembre de 1963, en los estudios de CBS, el grupo grabó "Hay mucha agitación", cover del tema de Jerry Lee Lewis. Ese fue el comienzo de una carrera que incluyó unos 52 discos con más de 22 millones de placas vendidas, según los cálculos más sobrios.

De Los de Fuego saltó a The Black Combo (con su primer LP), pero fue entonces cuando le salió al cruce a Palito Ortega en un terreno donde el tucumano parecía invencible: las baladas románticas. Y fue allí donde Sandro se volcó a un género que cosechó con éxito gracias a los antecedentes rockeros: el de la pasión y el amor salvaje, frente al almibarado Palito. "Quiero llenarme de ti" contra "La felicidad", "Rosa, Rosa" ante "Despeinada". A Ortega, las madres lo querían de novio de sus hijas. A Sandro, lo querían de amante para ellas. Eso no impidió que en la naciente escena rockera lo criticaran, pero años más tarde, desde Patricia Sosa hasta Charly García, desde Javier Martínez hasta Attaque 77, los músicos lo pusieron en el cielo de los homenajes.

Cuando en los carnavales de 1970 cantó frente a 60 mil personas en el viejo estadio de San Lorenzo en la avenida La Plata, Sandro ya tenía varios discos en su cosecha y muchos más corazones ganados. Con el tiempo, su leyenda, su vida personal, su pasado siempre narrado en cuentagotas y su música, se fueron convirtiendo en una película en tiempo real con fanáticos (encabezados por quienes él llamaba "mis nenas") y detractores. El misterio de su música va más allá de lo estético y se adentra en lo sociológico. Lo que es claro es que no deja herederos. Tal vez quienes le tiraban sus bombachas al escenario sepan algo que nosotros ignoramos.

(Publicado en La Razón, de Buenos Aires, en el suplemento dedicado a la muerte de Sandro)