22 julio 2007

Hasta siempre, Negro

Por Humberto Acciarressi

Ultimamente, por sus problemas de salud -que afrontaba con verdadero buen gusto y mejor humor-, casi no salía de Rosario. Sin embargo, hace muy poco, viajó a Buenos Aires para charlar en la Biblioteca Nacional sobre humor y literatura. Nada más, pero nada menos. Nunca, en la larga historia de la institución que alguna vez presidieron Groussac o Borges, la gente rió tanto en su salón principal. Sin la solemnidad de los tontos y con la seriedad de los verdaderos humoristas, confesó que las únicas veces que se había levantado antes de las once fue cuando le informaron que la Argentina había invadido las Malvinas y cuando Maradona firmó para Newell''s. Y añadió: "Todavía no sé cuál fue la peor noticia".

Ayer, este rosarino empedernido y argentino hasta la médula nacido el 26 de noviembre de 1944, falleció de un paro cardiorrespiratorio producido por una esclerosis lateral amiotrófica contra la que luchaba desde 2003. Lo que sufrió desde entonces, sólo él y su mujer pueden saberlo. Su entusiasmo hacia afuera fue, en todo caso, ejemplar.

A pesar del enorme cariño que lectores y colegas le tuvieron, de la fama casi única de sus célebres historietas, de sus narraciones memorables -el cuento "19 de diciembre de 1971" figura, para quien escribe estas líneas, entre los diez mejores de la literatura argentina de todas las épocas-, de sus novelas y de las adaptaciones de ellas, uno tiene la impresión de que el Negro Fontanarrosa no muere con el reconocimiento debido. Dicho de otra forma, todavía hay gente que lo considera un humorista más, lo que por cierto - de ser así - no sería lo de menos. Pero Fontanarrosa fue - es - mucho más que eso. En primer término, la cultura argentina de los últimos años no puede prescindir de sus historias y de sus personajes. Más aún, no puede prescindir de Fontanarrosa.

El tono coloquial de sus relatos, el conocimiento profundo de las más diversas idiosincracias, la vasta cultura que él se encargaba - sin lograrlo - de ocultar, los rasgos de su estilo que se manifestaban en cada una de las disciplinas que abordaba, hacen que leer ciertas obras multipremiadas provoquen vergüenza ajena.

Ayer, no sin cierta verdad, alguien aventuró que el futbol perdió a su más grande escritor. El dato no es falso, pero no es del todo cierto. Lo que hay que decir con todas las letras es que la Argentina perdió a uno de sus más notables escritores. Y que por añadidura era popular, "carga" que también compartieron Roberto Arlt, Osvaldo Soriano y Manuel Puig. Un dato accesorio pero no menor. Cuando el primer cable con su muerte llegó a esta redacción, algunos dejamos todo y subimos una entrada en nuestras páginas digitales. No es muy seguro que muchos personajes públicos merezcan trato similar.

Aquel día, ahora tan lejano de la Biblioteca Nacional, el Negro me dijo: "No soy de los que lloran una semana cuando se les muere un personaje. Además, cuando se muere un personaje, es porque sencillamente yo lo quise así". Ayer al enterarse de su muerte, a muchos más argentinos de los que es dable imaginar, se les piantó un sincero, tierno, conmovedor lagrimón. También me aseguró aquel día ahora entrañable, que "el peligro atómico es una cortina de humo que tapa el drama real de la humanidad, que es la calvicie". Hoy, el drama real de la humanidad es que el mundo tiene un artista y un buen tipo menos. Lo que no es poco.

(Publicado en La Razón, de Buenos Aires, el viernes 20 de julio de 2007. Paradójicamente, ese es el Día Internacional del Amigo, fecha que tiene su origen en la Argentina y que le debemos a Enrique Ernesto Febbraro)