He comprobado que Clarice Lispector, la escritora brasileña con mayor proyección internacional, o por lo menos la más conocida, comparte con nuestra Alejandra Pizarnik una curiosa paradoja: ambas son más nombradas que leídas. A diferencia de otras escritoras de trágico destino –la uruguaya Delmira Agustini, la argentina Alfonsina Storni, etc– ambas crecieron hasta convertirse en mitos literarios, y eso, como suele ocurrir, conspira contra la lectura de sus textos, extraños, oscuros, fascinantes. Clarice nació el 10 de diciembre de 1920, en los albores soviéticos, en un posiólok, especie de asentamiento entre pueblo y ciudad, llamado Chechelnik, fundado en el siglo XVI en Ucrania. Ese paraje fue un bastión anticomunista en esos años posteriores a la revolución rusa, y la futura escritora vio el mundo allí, casi de casualidad, con el nombre Chaya Pinjasovna Lispector, mientras sus padres huían de las masacres soviéticas. De allí, la familia escapó a la actual República de Moldavia, de allí a Rumania y en 1922 ya estaban en Recife, Brasil. El 9 de diciembre de 1977, un día antes de cumplir 57 años, falleció en Río de Janeiro, donde vivió desde los 14.
Entre una fecha y otra, Clarice tuvo una vida entre pintoresca y dramática, atravesada por una sensibilidad que se refleja en su arte poética, esa que exige a los lectores que se metan de cabeza en las profundidades de sus conceptos. La trama, en ella, a veces es lo de menos. Fue por eso que alguien, en cierta oportunidad, cometió la gaffe de decir que Lispector era una escritora en busca de un argumento. En su ajetreada existencia, Clarice fue periodista (a veces con seudónimo); en 1944 cuidó como enfermera a integrantes del batallón brasilero que peleó en la Segunda Guerra Mundial; fue retratada por Giorgio de Chirico; Henri Matisse ilustró la portada de la primera traducción que se hizo de un libro suyo ("Cerca del corazón salvaje", en francés); en la década del 60 se quedó dormida con un cigarrillo, prendió fuego a su dormitorio y quedó con severas quemaduras el resto de su vida; y en extensas reuniones de amigos le gustaba hablar de la muerte en todas sus variantes.
En una oportunidad, alguien hizo correr la versión que era una hechicera y ella ni se molestó en confirmarlo o desmentirlo. Si se sabe que concurrió, aunque no montada en una escoba, a un congreso de brujas realizado en Colombia. Cuando le preguntaron a Nádia Battella Gotlib, la autora de "Clarice, una vida que se cuenta" (editado por Adriana Hidalgo, se trata de uno de los más completos acercamientos realizados a la vida y la obra de la autora de "Un aprendizaje o el libro de los placeres"), si le había costado mucho armar el rompecabezas de esa existencia compleja, la biógrafa contestó: "Ella mentía muchísimo respecto de su vida. Tuve que montar la historia dejando de lado y cuestionando todos los datos que Clarice había dado, porque ella intentaba borrar todas sus huellas". No parece casual que ya internada para morir unas horas más tarde, sus últimas palabras -a una enfermera- hayan sido "Se muere mi personaje".
¿Qué la llevaba a borrar sus pasos? Tal vez no sea demasiado importante, como no lo es –salvo para armar la historia – el Rosebaud de "Citizen Kane", de Orson Welles. De hecho, ella misma escribió: "No hay hombre ni mujer que no se haya mirado en el espejo y no se haya sorprendido consigo mismo". Lo que es definitivamente insoslayable es su obra: sus novelas, sus poesías, sus libros infantiles. Estas piezas son las que llevan a decir que una vez que se llega a ella, es muy difícil de abandonar, como sucede con los grandes amores. Clarice tenía, sí, una convicción que dejó escrita: "No me den fórmulas ciertas, porque no espero acertar siempre. No me muestren lo que esperan de mí porque voy a seguir mi corazón. No me hagan ser lo que no soy, no me inviten a ser igual, porque sinceramente soy diferente. No sé amar por la mitad, no sé vivir de mentira, no sé volar con los pies en la tierra. Soy siempre yo misma, pero con seguridad no seré la misma para siempre".
(Publicado en el diario "La Razón", de Buenos Aires)
CLARICE LISPECTOR RETRATADA POR GIORGIO DE CHIRICO |