Por Humberto Acciarressi
Una familia, cuyo nombre no se dio a conocer, estaba lo más tranquila en su casa en Ayrshire, en el oeste de Escocia. La mujer preparaba la comida, los chicos jugaban y el marido leía el diario. El cuadro típico de una familia del Reino Unido. De golpe, como si los hubieran trasladado a un set de filmación de una película de guerra, un avión de combate de la Royal Air Force les pasó casi por sobre la cabeza.
Fue tan tremendo el ruido que provocó la aeronave de guerra, tan inesperado, que los animales se convulcionaron y las aves volaron espantadas. Estas últimas tuvieron mejor suerte que el loro de la familia. El ave se pegó tal susto que no pudo aguantarlo: se murió. Su cuerpo verde quedó tirado a metros de su dueño, duro como una roca y con los ojos abiertos. Lo que se sabe con certeza es que entre los integrantes de la familia y el loro había un vínculo muy estrecho.
Luego de cumplir con el luto de rigor y después de dar pruebas fehacientes de que el lorito colapsó por el paso del avión de combate, el hombre demandó al estado. Los detalles técnicos arrojaron que la nave pasó "a baja altura", lo que en buen criollo significa que lo hizo a menos de 610 metros del suelo. En síntesis, no quedó la menor duda de la causa de la muerte del loro: el ruido del avión y la succión que genera a su paso. La diferencia de otras aves que se salvaron es sencilla: el verde compañero de la familia de Ayrshire estaba en el peor momento en la peor ubicación. Su temprana muerte estaba escrita cuando el avión irrumpió en el horizonte.
Este asunto tuvo tanta publicidad que el Ministerio de Defensa británico decidió pagar 3.300 dólares al dueño del lorito. Lo que casi la mayoría de la gente ignora es que el entrenamiento militar causa anualmente muchas tragedias parecidas. Se destinan unos dos millones de dólares para compensaciones similares a la de esta historia. No hace mucho, un hecho parecido se dirimió en los tribunales. El pájaro se cayó de su soporte y se quebró las dos patas cuando otro avión sobrevoló su aturdida cabeza. Los loros no son las únicas vícimas: hay vacas que dejan de producir leche y gallinas que nunca más ponen un huevo por el trauma. Criaturitas de Dios.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)
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