Por Humberto Acciarressi
Se llama Leonardo Fariña, tiene 28 años y hasta hace un par de meses ni tenía Cuit. Se dice que su único ingreso mensual es de 6.413 pesos como empleado en una firma en la que trabaja -según Ambito Financiero- hace menos de dos meses. No tiene cuentas bancarias, tarjetas de crédito o algo que lo vincule al mundo de los negocios. Hasta hace poco era un ilustre desconocido. Se puso de novio con Karina Jelinek y se casó con ella casi al mismo tiempo que en la abadía de Westminster, en Inglaterra, el príncipe William y Kate Midleton se daban el "sí" ante millones de espectadores.
Fariña, cuya biografía es un misterio y según sus ingresos debería pertenecer a la vapuleada clase media argentina, celebraba su casamiento con una fiesta de 350 mil dólares en el Tattersal de Palermo.Mucha guita para cualquiera. Incluso para un multimillonario fanfarrón. Lo que no sabía el marido de Jelinek era que la AFIP lo tenía entre ceja y ceja.
Había cosas que no le cerraban a los sabuesos de la AFIP. Por ejemplo, ¿cómo se compró en enero un BMW X6 por 444 mil pesos? Y tené en cuenta que ya tenía un Audi cupé TT ($ 200 mil), un Peugeot 206 y se le adjudican dos Ferrari (con lo cual hablamos de 400 mil dólares, por lo bajo). Andá sumando. Y a eso añadile anillos, joyas, viajes en jets privados y otras delicadezas que Fariña le viene regalando a Karina desde que la conoció.
Ahora la AFIP solicitó a la Justicia que se averigue cuál es el patrimonio real del bon vivant. Hasta el momento, lo único que puede decirse con certeza es que el marido de la Jelinek tiene la fórmula mágica para transformar un sueldo de empleado en millones de dólares. En la Edad Media, miles de alquimistas trabajaron en la transmutación del carbón en oro. Hasta donde se sabe ninguno llegó a buen puerto, salvo en libros bastante fantasiosos y en películas lamentables. Cuando terminen las investigaciones sobre Fariña sabremos de dónde sacó esa plata. Y por carácter transitivo si cultiva la alquimia u otros negocios no tan románticos.
(Publicado en la columna "El click del editor" de La Razón, de Buenos Aires)