Por Humberto Acciarressi
Es difícil decir algo nuevo sobre la Feria del Libro. Le ocurre a todos quienes están vinculados a ella de una manera u otra. Días atrás, un editor comentaba esto con uno de sus autores. Y es cierto. La antiquísima polémica sobre una muestra académica y otra popular (con shows, entretenimientos, música y fiesta), ya quedó definitivamente saldada a favor de la última. El que quiera únicamente libros, que vaya cualquier día del año a la calle Corrientes (especialmente si busca viejos títulos) o a alguna de las centenares de librerías de las que nuestra ciudad muestra orgullosa y que han hecho decir a Vargas Llosa que esa sería una de las razones por las cuales se instalaría en Buenos Aires.
Si uno va a la megamuestra que se realiza en la Rural, si integra el casi millón cien mil visitantes que la recorren por año, sabe que va a otra cosa. Los escritores para ver a su público, la gente a sus autores preferidos, y los libreros y editores para verificar como ese encuentro se transforma en ventas. Claro que eso no es todo. Hay cosas lindas y cosas desagradables. Entre las últimas, tener que entrar con un termo con café y un paquete de galletitas, porque es voz unánime (entre trabajadores de la muestra y público) que comer un alfajor en los buffets de la exposición es el equivalente a comprar un lingote de oro en Wall Street.
Naturalmente, las cosas buenas son inmensamente favorables. Desde las conferencias y las mesas redondas de escitores y especialistas, el acceso del público porteño a las obras escritas en las provincias, el conocimiento de mucha gente de las editoriales más pequeñas pero con grandes obras y autores, encuentros como el VI Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires e infinidad de sucesos protagonizados por los actores de la elaboración de un libro. La Feria es color, sonido, olores, tacto. No debe ser abordada sólo desde el intelecto. Así se corre el riesgo de perderse lo mejor en el intento. Tampoco es cierto que no produce lectores. Ese es un lugar común, y de muy difícil comprobación. Centenares de chicos (que llegan con sus padres o con sus escuelas) tienen sus primeros encuentros con el libro en ese ámbito privilegiado. Desde Vargas Llosa hasta sus enardecidos críticos, desde los temas políticos a los estrictamente estéticos, nada de lo humano le es ajeno a la muestra más popular de la Argentina.
(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)
#Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2011