Por Humberto Acciarressi
Sí. No hay dudas. Hemos chequeado todas las biografías disponibles e incluso más, al margen de algunas páginas de internet. Y efectivamente -insisto- no hay dudas: el 24 de mayo de 1941 nació como Robert Allen Zimmerman, en Minnesota. Con lo cual hay que concluir que ciertamente, Bob Dylan acaba de cumplir setenta años. Y si uno lo piensa ya era grande e influyente cuando nosotros éramos unos nenes, con lo cual no debería extrañar. Pero con Dylan todo parece extraño, agradablemente extraño.
Como músico y poeta popular, el autor de "Golpeando las puertas del cielo" es uno de los grandes cronistas de los Estados Unidos y de la sociedad contemporánea. Lo que no es poco decir de quien no aspiró nunca a ser otra cosa que un trovador. La influencia literaria y filosófica de sus letras acompañaron siempre ese sincretismo inspirador entre el folk, el country, el blues y el gospel con el rock and roll y el rockabilly, atravesando naturalmente géneros como el jazz y el swing.
Dylan es uno de los músicos que en los sesenta generó más descendientes estéticos. No es casual que en el 2004, la Rolling Stone le haya dado el segundo puesto detrás de The Beatles en la lista de los 100 mejores artistas de todos los tiempos. Nada es casual ni gratuito en la vida de Dylan. Como si le faltaran premios, desde hace quince años, académicos de varios países vienen insistiendo con su nombre para el Nobel de Literatura, que por cierto merecería si lo comparamos con algunos premiados. Su agitada vida, sus crisis religiosas, sus paréntesis creativos, sus accidentes, sus amigos y enemigos, su extraordinaria poesía, han inspirado libros, canciones, documentales y películas. Y aunque tenga 70 años, uno sigue viéndolo como un pibe.
(Publicado en el suplemento de música "¿Te Suena?", de La Razón, de Buenos Aires)