Un golpe fuerte, de esos que te dejan mal herido aunque no se vean moretones. Es la única forma en la que podemos definir la muerte de María Elena Walsh, quizás una de las personalidades más inconfundiblemente icónicas de esta Argentina que siempre se debate entre el Cielo y el Infierno. Poeta, narradora, estudiosa de nuestro folklore, compositora musical, cantante, esta mujer puede ser considerada, sin temor alguno, como alguien que no pasó un segundo de su vida sin crear.
María Elena Walsh supo llegar a los chicos de varias generaciones, con historias musicales o en formato de libro, sin tratarlos como infradotados. A muchos de esos chicos ya adultos, más adelante y en otra dictadura más feroz, les templó el alma con la publicación, en Clarín, 1979, de su artículo ya clásico "Desventuras en el país jardín de infantes". Y dos canciones suyas son hitos del retorno a la democracia: "La cigarra" y "En el país de Nomeacuerdo" (con el que termina La historia Oficial, film argentino ganador del Oscar). Quienes vivimos aquellos días lo sabemos.
Es imposible hacer un listado de qué cosas recuerda cada uno de María Elena. Hay tantas como argentinos existen. Walsh llegó colectiva e individualmente. Hizo reír, sentirse cómplice, llorar, reflexionar, dudar. Sus canciones tienen esa facultad de cambiar (sin que se les modifique una coma) según cuándo y quién la escuche. Es de los pocos autores que ha creado más himnos auténticamente argentinos. En tal sentido, hay pocos más populares que ella.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)