Por Humberto Acciarressi
Hasta hace unas semanas, los argentinos -por comisión u omisión- estábamos enfermos de "realitytis", mal inflamatorio que afecta diferentes partes del cuerpo según el perjudicado. Y el verano presagiaba una andanada de mediáticos de variado cuño y muy poca atención a algo que en la Argentina se hace muy bien: la ficción. Obviamente nos referimos al género, porque los realities suelen tener demasiada ficción enmascarada de naturalismo. Pero la vida te da sorpresas y los números cantan otra cosa. Las tiras (con "Malparida", "Herederos de una venganza" y "El Elegido" a la cabeza), superan por el doble a "Gran hermano" y "Soñando por bailar". Por ahora, la apuesta de Telefé de "granhermanizar" el canal (el programa y sus ecos se llevan el 30% de la programación) no le está dando resultado.
Pero detengámonos en los realities, que este año hicieron hablar hasta a las piedras. No hace falta ser un entendido para darse cuenta que Gran Hermano está teniendo menos éxito que un cantante negro en una fiesta de la Asociación Nacional del Rifle de los Estados Unidos. Y ni hablar de esos pobres cristianos que están aprendiendo a bailar en el Tigre y que ya no saben qué hacer para llamar la atención del público. La verdad es que los realities saturaron el 2010, y el público quedó hastiado. Los programadores creen que la gente es de masilla y se puede hacer cualquier cosa con ella. Lo malo para ellos es que a veces se equivocan.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)