Por Humberto Acciarressi
Te fuiste de vacaciones y paraste en un hotel de esos con desayunos bien contundentes.Te sentaste con la boca semiseca por el sueño y, como era autoservicio, agarraste el plato y comenzaste a recorrer. Una voz interior te recordó que estabas a dieta, pero sabías -no sé de dónde, pero lo sabías- que un desayuno suculento reduce el hambre y rebaja las calorías. Ni te imaginabas que esa es una leyenda urbana, como lo acaba de probar un grupo de científicos alemanes, que agregan que lo que ayuda es omitir el picoteo de media mañana.
Pero vos estabas de vacaciones, en un hotel con muchos manjares para desayunar y un hambre de pordiosero. Te serviste cinco fetas de queso, cinco de jamón, dos mediaslunas y tres rebanadas de pan blanco. Claro que a eso le sumaste dos cajitas de dulce de leche, un igual número pero de manteca, y llenaste un plato con varias mermeladas mezcladas. A medio camino te arrepentiste y volviste sobre tus pasos, para tomar otro plato y servirte dos huevos fritos con panceta, y como estaban muy tentadores le agregaste un par de arrolladitos. Fuiste a la mesa, dejaste todo, y regresaste a buscar las bebidas: un café con leche bien azucarado, dos yogures (uno de frutilla, otro de vainilla), una jarra de naranja. Camino a tu lugar, capturaste unos sandwichitos de miga. Y te sentaste a desayunar. Tus vacaciones duraron quince días y no leiste el estudio alemán. Ahora pesás 40 kilos más y te anotaste en Cuestión de peso.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)