13 enero 2011

Del primer beso y los caracoles


Por Humberto Acciarressi

Para empezar, no les pidamos a los científicos nada de sentimentalismo. Un beso debe ser definido como el encuentro de dos personas para intercambiar información sensorial. Y si es el primero - asegura Sheril Kirshenbaum en su libro "La ciencia de los besos"- es la experiencia más fuerte de la vida, incluyendo la pérdida de la virginidad y un gol de River a Boca en el minuto 90 cuando los xeneizes festejaban el empate (en realidad, esto último no se especifica con esas palabras en la obra). La información dice que uno recuerda "con pelos y señales" (¿besó a un perro, quizás?) ese primer "intercambio sensorial". A esta altura, el lector está en todo su derecho de suponer que esta doctora es familiar del señor Spock. Nosotros también lo sospechamos.

Y hay cosas que todos deberían saber, especialmente si son amantes de las nuevas experiencias. Ejemplo: los bichos más sensuales del reino animal son los caracoles. Cariñosos, franeleros y lentos (acota una compañera de la redacción), parece que son verdaderos latin lovers. Pero antes de arrastrarte por la arena de la playa buscando algún caracol, primero consultá a tu psiquiatra. También dicen que el bonobo (un chimpancé enano) es adicto al sexo y besa durante doce minutos, lo que - francamente, y sólo por tratarse de un mono- no creo que sea recomendable, a menos que seas fanático/a de King Kong. El asunto es que esta columna, como muchas historias, comenzó con un beso y terminó en cualquier lado.

(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)