Hay personajes de la cultura humana que cargan con una pesada mochila: que les endilguen frases, ideas y hasta libros u obras varias que jamás llevaron a cabo. Oscar Wilde y George Bernard Shaw se llevan las palmas, pero no hay que substimar el daño que le han hecho a Groucho Marx, Bob Marley, Gabriel García Máquez e incluso el archivendido y sobredimensionado Paulo Coelho, aunque en su caso los fakes que circulan por la red a veces hasta lo mejoran. Una de las víctimas de esta enfermedad cultural fue siempre Albert Einstein, el mismo que sin hablar demasiado se convirtió en el sabio por excelencia del siglo XX y el genio de mayor trascendencia de los últimos tres siglos.
Este alemán nacido en 1879, que un siglo y medio más tarde es bastardeado con frases de cuarta categoría que jamás pronunció ni escribió y cuya Teoría de la Relatividad aún hay gente que la confunde con la frase "todo es relativo", sí fue objeto de cinco palabras -certificadas por sus biógrafos más autorizados- que pronunció su madre Paulina Koch al verlo por primera vez, recién salido de su vientre: "Dios mío: ha salido deforme". Del mismo chico, alumnos y profesores de sus primeros estudios sostenían que era "tarado, un deficiente, una persona sin porvenir".
Ya célebre y sin padecer estos calificativos denigrantes para cualquiera, incluyéndolo a él, durante el sombrío reinado de Hitler -y siendo Premio Nobel- tuvo que escaparse a Suiza y más tarde a los Estados Unidos. Pero todo esto, naturalmente, es parte de su historia conocida, o mejor difundida. Pero hay otros estudiosos que han posado su escalpelo en la correspondencia y los relatos de la familia del genio. Para resumir, ya que ésta es una mera columna, digamos que los más generosos lo describen como un sexópata, infiel con sus esposas y un pésimo padre. Se afirma que entregó a su beba Lieseri a un matrimonio serbio; que otro hijo, Eduard, murió loco en Suiza sin que su padre lo visitara jamás; y que el hermano de éste, Hans Albert, lo odiaba con entusiasmo.
También se sabe que mantuvo un romance con su prima Elsa Lowenthal cuando aún estaba casado con Mileva Maric. Luego contrajo matrimonio con la primera y las cartas dan testimonio de infidelidades y, certificadas, 72 escenas de violencia. Roger Highfield afirma sin vueltas que Einstein subestimaba a las mujeres, pero que disfrutaba de su compañía. Ya anciano, con menos pólvora en su fusil, se dedicó a entrar en la inmortalidad. Horrorizado con la posibilidad de una guerra atómica no pasó un día sin arengar a favor de la paz y contra el militarismo. Hay una frase que nadie le atribuye y sin embargo es real. Figura en una de sus cartas y dice así: "Que un hombre encuentre placer marchando en formación al compás de una banda, me parece razón suficiente para despreciarlo". Lo dicho: los pro y los contra de ser Albert Einstein.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)