Miguel de Unamuno, a pesar de su visión trágica de la vida, lo definió como "el mito alegre del alma porteña". Enrico Caruso, el más popular representante y uno de los mejores intérpretes del Bel Canto del siglo XX, le dijo personalmente que aparte de la voz, él tenía "un don inconfundible, dicción purísima, clara, perfecta" y que podría ser el mejor barítono del mundo. "Este muchacho pinta el dolor callado de la madre que sufre, con una emoción tal que conmueve de verdad" acotó José Ortega y Gasset. Juan Manuel Serrat, añadió por su lado que es "gardeliano auténtico dede que mi padre me habló de él" y además posee todos los discos del Zorzal en casi todos los formatos. "Jamás escuché una voz más hermosa", confesó Bing Crosby. "Salvo Gardel, nadie ha poseído a la ciudad", sostuvo Florencio Escardó. El gran Charles Chaplin, al enterarse de la muerte del cantor en el accidente de aviación en Medellín, dijo conmovido: "Con Gardel pierdo a uno de mis más simpáticos amigos, y que sepan que los países sudamericanos no tenían mejor representante entre nosotros".
Esas son apenas algunas opiniones de las miles que han vertido en libros, reportajes, programas radiales o televisivos, escenarios y mil etcéteras, celebridades de varias generaciones y de todo el planeta, sobre Carlos Gardel, el cantor argentino por excelencia, cuya muerte tuvo lugar el 24 de junio de 1935. Es, quizás, una de las voces más expresivas de la larga historia de la música, con el añadido que -con el porteñisimo dicho "Cada día canta mejor"- no hace más que revalidar títulos año tras año, desde el día en que ardió entre las llamas de un avión en un aeropuerto colombiano. Fue admirado en los cenáculos aristocráticos y en sórdidos arrabales y conventillos, con su muerte cerraron los teatros y los cines de la Argentina y de varias ciudades de América. Gardel, sin ni siquiera desearlo, logró que todo el mundo coincidiera en algo, lo que es fenomenal desde cualquier punto de vista. Y "todo el mundo" incluye a quienes no les gusta el tango. Su voz está más allá de las fronteras.
Aunque ya no hay dudas que nació en Francia y que vino de bebé a la Argentina; aunque ya nadie en su sano deber intelectual puede inventarle otro lugar de nacimiento; lo que no puede negarse es que su nombre y el de nuestro país son inseparables. Puede haber llegado al mundo en Toulouse, pero nunca cantó "Mi Paris querido" ni "Mi Montevideo querido". Cantó -y era uno de sus temas preferidos- "Mi Buenos Aires querida", "Buenos Aires", "Canción de Buenos Aires" y decenas más para rubricar su "verdadera" nacionalidad. Este es un misterio que no existe. Cuando murió Elvis Presley fue tan terrible que tuvo que crearse la leyenda que aún vive, sea en Memphis o en cualquier lado. Lo mismo sucedió con Carlos Gardel: durante años se dijo que vivía con el rostro quemado en un perdido pueblo colombiano.
Pero más allá de dónde estudió, si tuvo muchas o pocas mujeres, si se tiroteó con unos mafiosos, si estuvo preso, etcétera, lo real es que no existe cantor popular, en ninguna época ni geografía, que haya inspirado un número tan espectacular de libros. Sólo hay algo que está más allá de cualquier contingencia biográfica: su voz única, su entonación impar, su genio artístico. Ese gran artista a quien se le puede atribuir sin miedo a exagerar el mote de genio (hoy tan devaluado), que frecuentaba con igual naturalidad el Abasto pobre y las luminarias del cine de los Estados Unidos, representa lo mejor de los argentinos. No es casual que otro de los dichos que lo involucra sea para definir al mejor en cualquier disciplina con el sencillo, simple, riguroso e inevitable: "Es Gardel".
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)