En estos días se cumple el centenario del nacimiento de Albert Camus -ocurrido en la Argelia ocupada por los franceses, el 7 de noviembre de 1913-, una de las inteligencias más influyentes del siglo XX y considerado el último humanista con todas las letras. Mal leído en multitud de ocasiones y atacado por sus ideas en los tiempos del blanco o negro que sucedió a la Segunda Guerra Mundial, no le perdonaron que rompiera con el partido Comunista francés a raíz del pacto germano-soviético, o que criticara la dependencia del PC argelino con respecto al galo. Integrante de la resistencia al invasor nazi, su amistad entrañable con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir (reflejada magistralmente en la novela de esta última, "Los mandarines"), su defensa de la condición humana por sobre las ideologías ("En estos momentos están poniendo bombas en los tranvías de Argel. Mi madre puede estar en uno de esos tranvías. Si la justicia es eso, prefiero a mi madre") y hasta su vinculación con el anarquismo, lo llevaron a años de ostracismo interno.
Pero Camus le sacó el jugo a esta época en la que siguió escribiendo sus ensayos, sus obras de teatro y sus novelas, además del compromiso asumido en el enfrentamiento a todo totalitarismo, por la paz mundial y en contra de la pena de muerte (su trabajo sobre ella, brillante, tal vez lo mejor que se ha escrito sobre el asunto, fue publicado junto a uno de Arthur Koestler, en un libro muy difícil de conseguir en la actualidad). Entre sus novelas, "El extranjero" (llevado al cine por Luchino Visconti), "La peste" y "La caída" pueden figurar sin dudas en el top ten de la literatura mundial del siglo XX. Ni hablar de sus obras teatrales, especialmente "Calígula", "El malentendido" o "Los justos", por mencionar algunas. De sus ensayos, los que más problemas le trajeron con sus ex camaradas fueron "El mito de Sísifo" (en el que postula que el suicidio es el único problema filosófico realmente serio y donde lleva el tema del absurdo casi hasta los límites) y "El hombre rebelde" (en él Camus plantea que no es la revolución sino la rebelión constante, la que impulsa al hombre verdaderamente libre y humanista).
En 1957, Albert Camus recibió el Premio Nobel por "el conjunto de una obra que pone de manifiesto los verdaderos problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy". Tenía 44 años. Para la ocasión señaló: "El papel del escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo y privado de su arte". Menos de tres años más tarde, el 4 de enero de 1960, se estrelló con su auto en una carretera francesa y dejó un vacío inconmensurable en esos años difíciles.
Por esta muerte absurda, su antiguo mejor amigo y luego adversario, Jean-Paul Sartre, escribió una de las más bellas necrológicas que se recuerden."Un distanciamiento -dice el autor de "La náusea"- no significa gran cosa, aunque haya de ser definitivo; a lo sumo una manera diferente de convivir, sin perderse de vista, en un mundo tan pequeño y angosto como el que nos ha tocado en suerte. Eso no me impedía pensar en él, sentir su mirada fija sobre la página del libro o del diario que él leía, y preguntarme ¿qué dirá de esto? (...) Lo había hecho todo -una obra cabal- y, como siempre ocurre, todo quedaba por hacer. El mismo lo decía: ´Tengo mi obra por delante´. Ahora se acabó. El escándalo singular de esta muerte es la abolición del orden humano por irrupción de lo inhumano". Sería muy pretencioso querer añadir algo a las palabras de Sartre sobre Camus.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)