02 noviembre 2013

Páez Vilaró, el arte y la longevidad


Por Humberto Acciarressi

Hay gente que vive más de cien años y la historia le pasa por al lado sin siquiera perturbarla. Los periodistas hemos hecho reportajes a personajes centenarios, de esos que eran unos pibes cuando se desató la Primera Guerra, al hundirse el Titanic o en el momento en que en Rusia aún gobernaban los zares. Y ellos, impermeables a esos hitos de la historia, más por desinterés que por poca visión de futuro. En estos días, Carlos Páez Vilaró cumple noventa años y la fiesta lo encuentra trabajando como cuando tenía veinte. "Estoy siempre con proyectos para sentirme joven, pensando siempre en el futuro y en que siempre hay una pared para pintar", acaba de confesar en los umbrales de otra década de vida.

No hace mucho, en el Museo del Tigre, pudieron verse más de cien pinturas y diez esculturas del creador uruguayo, bajo el título de "El color de mis noventa años". En esa oportunidad expresó con entusiasmo juvenil:"Es mucho tiempo, da escalofríos pensarlo, pero vamos a ganar el partido". Internacionalmente conocido por la casa-fortaleza de Casapueblo, que Páez Vilaró construyó alrededor de La Pionera, un ranchito de madera realizado con tablones encontrados en la costa esteña. El artista diseñó la hermosa construcción que conocemos - hoy con algunos espacios un tanto desatendidos, según constatamos hace poco- , se inspiró en las casas de la costa mediterránea, específicamente de Santorini, sobre el Mar Egeo, y trabajó 36 años hasta terminarla. En ocasión de la muestra en el Tigre, Páez Vilaró contó que siendo chico vivía en Montevideo, obviamente cerca del río. Y que todas las tardes se acercaba a la orilla y se imaginaba Buenos Aires ("creaba un espejismo", dice), soñando con conocerla. Y así no paró hasta tener una casita en el Tigre, en dónde creó una gran parte de su obra.

En la actualidad, el arquitecto y artista plástico se encuentra pintando un mural para la Asociación Uruguaya de Rugby, deporte que lo atrapó siendo joven y que abandonó por temor a los golpes que recibía. En noventa años conoció al Che Guevara, a Marlon Brando, a Andy Warhol, a Oscar Niemeyer, a Salvador Dalí, naturalmente a Borges, Sábato, Piazzolla, Fangio y Perón, entre infinidad de creadores, políticos y deportistas argentinos. Vivió en un leprosario en Africa, pintó murales en palacios presidenciales, escapó a una condena a muerte en el viejo Congo, tuvo de maestro personal a Pablo Picasso, padeció la tragedia de los Andes cuando todos daban por muerto a su hijo Carlos, que finalmente fue uno de los sobrevivientes. Y en medio de eso se casó dos veces y tuvo seis hijos, además de realizar una obra admirable con notorias influencias de sus años en el Africa.

El uruguayo puede, a diferencia de esos para quienes la vida es un mero trámite, decir: "Ya no soy un hombre, soy un siglo". Por otro lado recalca que uno de los secretos de su longevidad es la irrefrenable tendencia a "no perder las ganas de hacer cosas". Amante del arte llamado "culto" y ferviente devoto de las manifestaciones culturales populares, como las comparsas y el mundo que rodea al fútbol, Páez Vilaró es autor de una obra que no parece detenerse jamás. Como el artífice de un libro de infinitos capítulos que no acaba nunca y que en cada página nos sorprende con alguna nueva peripecia. No es casual que tenga noventa años y la firme convicción de que aún le queda mucho por hacer.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)