Hace apenas cuatro años no lo conocía nadie y hasta en su propia familia le hacían el vacío. Era la oveja negra por su condición de homosexual (odiado y maltratado por su padre), mientras él soñaba con ser una estrella del mundo del espectáculo. Con su madre compartía una sola pasión: el canto. Al editor de una revista le pareció un personaje curioso, heredero de una empresa de chocolates, y le hicieron una nota. Un programa de chimentos televisivos lo instaló en la farándula con sus ropas de pésimo gusto y carísimas, sus relojes Rolex, sus autos de última gama y sus guardaespaldas. Desde entonces hizo cualquier cosa con tal de mantenerse en los medios.
Su participación en el programa de Marcelo Tinelli fue el clímax de su cortísima carrera. Antes ya se entretenía filmando su vida y sus viajes con amigos a fiestas que organizaba en el momento, sean en el país o en el extranjero. Nada estaba calculado en su vida, salvo una "inmortalidad" pregonada, y, en caso de morir, de acuerdo a lo que le contó a una amiga, un funeral a lo Elvis, con miles de personas bailando en la calle Corrientes. Pero Ricardo Fort no era Presley, como tampoco Joe Gideon, el personaje que protagoniza Roy Scheider en la película "All that Jazz", de Bob Fosse. Para nada: la familia, con un comunicado hasta desafiante, anunció que no habría velorio, y en caso de haberlo sería íntimo.
La plata -un sueldo altísimo de la compañía de chocolates fundada por su abuelo y continuada por su padre, más un 17% de las utilidades de la empresa- la gastó en las cosas más insólitas, desde realitys para conseguir novia (es decir, crear más mediáticos) y aparentar una heterosexualidad que ni él mismo creía, hasta pagarse espectáculos propios que fracasaron uno tras otro. Claro, como suele ocurrir, lo rodearon decenas de vivillos que disfrutaron de su plata y sus regalos, a cambio de desplantes, insultos y malos tratos. Detrás de esa gran mascarada de hipocresías, peleas con todo el mundo (no se salvó casi nadie en el universo del espectáculo) y ostentación insultante, tenía dos hijos adoptados, tal vez los únicos que lo quisieron de verdad.
Ricardo Fort, de acuerdo a sus propias confesiones públicas, fue una víctima de su familia de la que quiso vengarse siendo un triunfador, pero apenas alcanzó a ser millonario. No le bastaron las decenas de cirugías estéticas para ser otro que lo liberara de su pasado. Sus enfermedades óseas lo llevaron de adicciones previas a otras más peligrosas, causadas por los medicamentos para paliar los dolores físicos, que eran cada vez más terribles. Para colmo, estaba dejando de ser un mediático, con lo cual se conforman quienes no pueden ser artistas. Ante sus fans, hasta el último segundo, se creía eterno. Cada vez que ingresaba a un quirófano pagaba cámaras para que lo filmen. Las tuvo en su chequeo casi de rutina el viernes y el lunes a la madrugada estaba muerto. No puede adivinarse el futuro, pero sería raro que alguien se acuerde de este pobre millonario que anduvo penando por la vida en busca de un sueño imposible.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)