Por Humberto Acciarressi
El 14 de mayo de 2012, en Disney Channel, fue estrenada "Violetta", una de las tantas tiras que con suerte dispar entretienen los bolsillos de los productores. Producida por Disney y Pol-ka y protagonizada por Martina Stoessel (16 años), la telenovela se extendió viralmente a todos los continentes, superando incluso a muchos productos salidos de la fábrica de los sueños, y ni hablar a los realizados en la Argentina. Ahora, por el mismo canal de cable -lo que debe ser un récord-, se larga la segunda temporada, que fue esperada con un entusiasmo que superó con holgura otros acontecimientos televisivos similares.
"Violetta" no sólo lidera la teleaudiencia argentina, sino que sus aventuras y desventuras se siguen en lugares tan dispares como Italia, España, Francia, Israel, toda Latinoamérica, además de tener un disco de Oro y otro de Platino y una repercusión en las redes sociales que no es frecuente ver ¿El núcleo duro de los espectadores? Indudablemente las chicas, que arrastran inevitablemente a sus madres. Incluso -típico producto en el que está involucrado Disney- posee una asepsia que hace que la telenovela no sea "perniciosa" para las nenas. La propia actriz, consultada por nuestra compañera Laura Natale, la define sin vueltas: "Nunca, jamás, correrán el riesgo de encontrarse con algo fuera de lugar. Disney es siempre angelical, sano, bien cuidado...".
¿Y de qué la va "Violetta"? Es una adolescente que canta muy bien, cuya madre murió en un accidente y su padre es exitoso y severo, aunque adora a la chica. Y en el medio ocurren todos los lugares comunes de las estudiantinas seriadas o cinematográficas. Nada del otro mundo, ninguna obra maestra ni de lejos. Pero todo el planeta infanto-juvenil está pendiente de la tira, y como si el merchandasing (remeras, tazas, vasos, llaveros, posters, etc) no alcanzara, ahora se planean 60 funciones en el Gran Rex para las vacaciones de invierno. El fenómeno "Violetta" excede lo estético. Es sociológico. La pregunta es ¿por qué unos sí y otros no?
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)