Por Humberto Acciarressi
Que los seres humanos sólo tienen lapsos de felicidad no lo duda nadie, salvo algún lector entusiasta de libros de autoayuda que cree en las opiniones reflejadas en las obras, escritas entre carcajadas por los autores. De la risa de la hiena ya sabemos que no es de felicidad, sino un engendro que si se lo analiza bien, es de terror. Conclusión, salvo los místicos y los santos -y hasta por allí nomás- la felicidad es un bien bastante difícil de encontrar en grandes cantidades.
Sin embargo, y en contra de la opinión de los grandes filósofos de todos los tiempos, en el pueblo de Buttercups, en el Reino Unido, se ha creado un refugio para cabras maltratadas, en donde son atendidas hasta su total rehabilitación. ¿Y en qué consiste esto? En que los animalitos alcanzan... la felicidad. Los científicos de la londinense Universidad Queen Mary miden la actitud positiva o negativa de las cabras mediante un sistema de corredores que las conducen a recompensas alimenticias.
Gracias a esto -y no me preguntés cómo- se dan cuenta de cuál es su estado de ánimo: si están abandónicas, pesimistas, nerviosas, tristes, contentas, furiosas, etc. Y una vez que alcanzan a determinar este absurdo, se dedican a hacerlas felices. Te juro que no es chiste. Los científicos ingleses cobran por este estudio y el refugio no sólo existe, sino que además puede ser visitado por el público.
Vos, con muy buen criterio, me preguntarás: ¿y cómo distingo una cabra feliz de una que no lo es? Mi respuesta es tan científica como parece ser la investigación británica: no tengo la más pálida idea. En primer lugar ya que no se ha dado con una manera de comunicarse con una cabra, toda vez que ellas no hablan como nosotros, ni conocen los idiomas creados, como el esperanto, ni siquiera el común y rudimentario lenguaje de señas. Los tipos que cuidan las cabras en el refugio de Buttercups (en la ciudad de Maidstone, capital del condado de Kent) te dicen: Esa cabra es feliz. Y vos tenés que creerles. Así de fácil.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)