07 mayo 2013

En el mundo hay más Smithers de lo que se cree


Por Humberto Acciarressi

El trabajo esclavo, las humillaciones de los contratos basura, las presiones que ejercen los empresarios sobre los empleados, los sueldos que se evaporan, son apenas algunos ítems de la degradación a la que son sometidos casi la mayoría de los habitantes del planeta. En una sociedad en la que algunos tienen mucho, y muchos, nada, hay lugares en los que rige la ley del "sálvese quien pueda", aunque en verdad no se salve nadie. Veamos lo que pasó en Nueva York, quizás la ciudad más importante del mundo.

Varios empleados de una inmobi liaria con más de mil trabajadores y unos cien locales, ante la imposibilidad de recibir un aumento de sueldo de manera sencilla, aceptaron una propuesta degradante de los dueños de la misma. A cambio de un 15% de incremento en sus salarios, deben tatuarse el logo de la empresa en lugares visibles de sus cuerpos. Hasta el momento, cuarenta de ellos aceptaron la "oferta", ya que necesitan imperiosamente el dinero. Este asunto se llama "skinvertising" (algo así como "publicidad en la piel").

Frente a la lógica indignación de miles de personas, la empresa describió orgullosa a sus empleados como "anuncios andantes", y añadieron que ellos no obligan a nadie, truco que cualquiera que esté debajo en la pirámide social conoce. Pero para llegar al colmo de la insanía sociológica, los patrones señalaron que el tatuaje "une a los trabajadores". Es lógico. Como los números que hacían en los campos de exterminio nazis.

Lo más llamativo -o no- es que la idea surgió de un empleado "leal", Adam Altman, que se tatuó la marca para quedar bien. Como si fuera Smithers, el ladero del señor Burns, en Los Simpson. Estos, que vieron la veta pues los reclamos eran muchos, le aumentaron el sueldo en un 15%. Así se sumaron otros, hasta llegar a los cuarenta que ya se tatuaron. El viejo dicho precisa que la culpa no la tiene el chancho... Habrá que ver qué hacen con los tatuajes cuando -pues esto es inevitable- llegue la hora del despido.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)