Por Humberto Acciarressi
"Troya", "Ben Hur", "Gladiador", "Espartaco", "300", decenas de películas nos mintieron mucho más que las mentiras que cabe esperar de una obra de arte. Una investigación de años, plasmada en el libro "Gladiadores, el gran espectáculo de Roma", le permitió al granadino Alfonso Mañas demostrar que aquellos pobres esclavos lanzados a la arena a morir en la boca de un león o atravesados por la espada de un par suyo, eran en realidad unos payasos. Unos fortachones que hacían pinta pour la galerie.
Pero Mañas, más alla de todo estudio y gracias a él, tira por la borda hechos consagrados por generaciones de crédulos, entre los que me cuento. Por ejemplo, si bien es verdad que existían los combates de gladiadores, en realidad eran intermedios de cosas más importantes, como los que tocaban el piano o cantaban como perros en los intermezzos en los viejos cines. Incluso, para animar esos paréntesis (el equivalente a los quince minutos de entretiempo en cualquier cancha, que uno aprovecha para ir al baño o comprarse un pancho), había mujeres que se peleaban entre ellas, con los pechos al descubierto. Las actuales luchas en el barro tienen más violencia que aquellas de la Roma imperial.
También había peleas entre gladiadores gay (los tunicatus), y la única sangre de esos luchadores que corría de verdad era la que les sacaban en sangrías para llenar botellitas que luego se vendían como cura de la epilepsia. Pero hay algo más insultante a nuestra credulidad. El famoso dedo arriba, dedo abajo, que indicaba la vida o la muerte en la opinión del público y el emperador, es un bolazo de acá a la Luna.
Las pocas veces que alguno moría de verdad, era porque la gente hacía el tribunero gesto de pasarse la mano por el cuello. Pero insisto: para el historiador, eso casi nunca ocurría, y los dos gladiadores se iban juntos a tomarse una cerveza de la época. Un dato para añadir: algunos de estos deportistas dignos de un show de Karadagián, se llevaban el equivalente a 200 mil euros ¿Qué tal?
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)