Por Humberto Acciarressi
El mundo está loco, loco, loco. Ese era el título de una película; esa es la descripción más acertada del tiempo en que vivimos. Y si tenés dudas enterate lo que ocurrió en Inglaterra. Un tipo llamado Christopher Lowcock, de 29 años, fue procesado por varios delitos relacionados con drogas, armas y reiteradas leyes de tránsito (que allá son muy graves). La orden judicial indicaba que debía cumplir prisión domiciliaria (en su casa en Rochdale), para lo cual le fue instalado un sistema de monitoreo electrónico en una de las piernas. Un brazalete, bah.
Hasta allí todo normal, especialmente porque el procedimiento se aplica con unos dos mil agresores, que son seguidos cada semana, y que la empresa dedicada a este “tratamiento” coloca anualmente unos 70 mil brazaletes. Y la firma se jacta de ser muy estricta y minuciosa en este aspecto. Pero a cualquier cazador se le escapa una liebre. En este caso, después de algunas sospechas de los vecinos, realizaron una investigación y descubrieron que a Lowcock le habían puesto el brazalete en una pierna ortopédica. Cada vez que el tipo quería salir - a veces para cometer delitos- le bastaba sacarse la pierna y dejarla sobre la mesa en su casa. La gota que derramó el vaso fue cuando al vivillo lo pescaron manejando como un conductor de Fórmula 1 en un lugar hiperpoblado. Hechas las averiguaciones, a los policías que lo detuvieron le dijeron que debía haber un error, ya que el infractor estaba preso en su casa.
Fue entonces cuando se dirigieron a la vivienda que le servía de celda al sujeto y se encontraron la pierna, con el brazalete, sobre una mesa, junto a unos panes y una botella de cerveza vacía. Los tipos no podían creer lo que veían. Por el hecho fueron despedidos los dos trabajadores que le pusieron el brazalete y no se dieron cuenta de que lo hacían en una prótesis. La empresa G4S -la firma en cuestión- evidentemente cortó por lo más sano. Se deshizo de la parte más delgada de la cadena. Aunque eso ocurre en todos lados.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)