Por Humberto Acciarressi
Candela; el trágico accidente del colectivo 92; el vuelo 5428 de la empresa Sol; Schoklender y las cuentas en el exterior de Hebe de Bonafini; Grondona, la AFA y la violencia en el futbol; las bengalas en los recitales. La lista es infinita, las víctimas las mismas, la metodología para eludir las responsabilidades parecen calcadas. La Biblia y el Calefón. Enrique Santos Discépolo en estado puro. Cambalache siglo XXI. La enfermedad social puede hasta vaticinarse de acuerdo a qué lado de su cuerpo le pegue el sol al opinante.
Hace unas horas, en medio del horror de los muertos y las decenas de heridos del colectivo de la línea 92 arrasado por un tren, ya había militantes K nerviosos de que le endilgaran la culpa del accidente al gobierno nacional (no sea cosa que alguien saque de la incómoda caja de Pandora aquella mañana del 24 de junio del 2006 en que Néstor Kirchner presidió el acto de licitación para obras de soterramiento y cerramiento del ferrocarril Sarmiento). "¡Dale nomás!, ¡Dale que va!", diría un Discepolín del siglo XXI.
Por otro lado, el vocero de la empresa concesionaria, haciendo malabares sofísticos que envidiaría Sócrates, para hacernos creer que una barrera en diagonal, bajo la cual pasa un camión de basura y varios colectivos es una barrera baja, y que es normal que un paso a nivel esté cortado casi una hora. País del primer mundo, nos aseguran como en los 90, al que le falta un hoy vituperado Tato Bores. "Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida". Ecos del autor de Yira Yira.
A nadie le importan los muertos si no son suyos. Cromagnones diarios. Da lo mismo morir quemado en un boliche, atrapado entre los hierros de un colectivo embestido por un tren, baleado por pertenecer a una etnia originaria de quién nadie había escuchado hablar o un adversario de la patota sindical ferroviaria (casualmente, mirá vos) , con una faca en el estómago en una pelea fuera o dentro de un estadio, desintegrado en un avión que no estaba en condiciones de volar, tiroteado en el Parque Indoamericano por una denuncia presentada por un organismo de Derechos Humanos. "Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, ¡da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón!...". Discépolo murió en la noche previa a la Navidad de 1951. Pronto se cumplen seis décadas.
Hasta enero de este año, según cifras provisorias, en la Argentina morían 22 personas por día en accidentes de tránsito, unos 8.000 por año, y más de 120 mil heridos de distinto grado, miles de ellos incapacitados. Las pérdidas materiales llegaban a 10.000 millones de dólares anuales. De acuerdo a la ONG Luchemos por la Vida (el estado no cuenta con cifras, lo que no deja de ser un ejemplo del asunto), en el lapso de febrero a abril, los colectivos provocaron 13% de las 476 muertes ocurridas en accidentes. De enero a agosto, de 46 muertos en accidentes, 16 los provocaron colectivos.
En general, los peatones o los tripulantes de autos menores son las víctimas codiciadas por colectiveros que desafían las leyes de la física en las calles de Buenos Aires y cruzan las esquinas como si fueran personajes de una pelicula de aventuras. Dueños y señores de una ciudad en vías de barbarie. Nadie puede negar esta realidad. Y si lo hace tiene intereses creados. Argentina, único país del mundo en dónde los colectivos te paran dónde deben cuando trabajan a reglamento. Y donde el colectivero, si no te mata te putea. "Que esto es un despliegue de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue". Pucha que tenía razón Discépolo.
Mientras Candelas, trabajadores y estudiantes que viajan como ganado en transportes públicos, obreros que se quedan sin trabajo de un día para otro porque los chanchullos llegan a lugares inesperados hasta para los más recalcitrantes militantes de la derecha, tercerizados que son baleados como en un coto de caza, se mueren casi sin darse cuenta. "Es lo mismo el que labura, noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley…". No hay con qué darle. Discépolo la tenía clara.
(Columna publicada en Miradas Cotidianas)
Candela; el trágico accidente del colectivo 92; el vuelo 5428 de la empresa Sol; Schoklender y las cuentas en el exterior de Hebe de Bonafini; Grondona, la AFA y la violencia en el futbol; las bengalas en los recitales. La lista es infinita, las víctimas las mismas, la metodología para eludir las responsabilidades parecen calcadas. La Biblia y el Calefón. Enrique Santos Discépolo en estado puro. Cambalache siglo XXI. La enfermedad social puede hasta vaticinarse de acuerdo a qué lado de su cuerpo le pegue el sol al opinante.
Hace unas horas, en medio del horror de los muertos y las decenas de heridos del colectivo de la línea 92 arrasado por un tren, ya había militantes K nerviosos de que le endilgaran la culpa del accidente al gobierno nacional (no sea cosa que alguien saque de la incómoda caja de Pandora aquella mañana del 24 de junio del 2006 en que Néstor Kirchner presidió el acto de licitación para obras de soterramiento y cerramiento del ferrocarril Sarmiento). "¡Dale nomás!, ¡Dale que va!", diría un Discepolín del siglo XXI.
Por otro lado, el vocero de la empresa concesionaria, haciendo malabares sofísticos que envidiaría Sócrates, para hacernos creer que una barrera en diagonal, bajo la cual pasa un camión de basura y varios colectivos es una barrera baja, y que es normal que un paso a nivel esté cortado casi una hora. País del primer mundo, nos aseguran como en los 90, al que le falta un hoy vituperado Tato Bores. "Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida". Ecos del autor de Yira Yira.
A nadie le importan los muertos si no son suyos. Cromagnones diarios. Da lo mismo morir quemado en un boliche, atrapado entre los hierros de un colectivo embestido por un tren, baleado por pertenecer a una etnia originaria de quién nadie había escuchado hablar o un adversario de la patota sindical ferroviaria (casualmente, mirá vos) , con una faca en el estómago en una pelea fuera o dentro de un estadio, desintegrado en un avión que no estaba en condiciones de volar, tiroteado en el Parque Indoamericano por una denuncia presentada por un organismo de Derechos Humanos. "Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, ¡da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón!...". Discépolo murió en la noche previa a la Navidad de 1951. Pronto se cumplen seis décadas.
Hasta enero de este año, según cifras provisorias, en la Argentina morían 22 personas por día en accidentes de tránsito, unos 8.000 por año, y más de 120 mil heridos de distinto grado, miles de ellos incapacitados. Las pérdidas materiales llegaban a 10.000 millones de dólares anuales. De acuerdo a la ONG Luchemos por la Vida (el estado no cuenta con cifras, lo que no deja de ser un ejemplo del asunto), en el lapso de febrero a abril, los colectivos provocaron 13% de las 476 muertes ocurridas en accidentes. De enero a agosto, de 46 muertos en accidentes, 16 los provocaron colectivos.
En general, los peatones o los tripulantes de autos menores son las víctimas codiciadas por colectiveros que desafían las leyes de la física en las calles de Buenos Aires y cruzan las esquinas como si fueran personajes de una pelicula de aventuras. Dueños y señores de una ciudad en vías de barbarie. Nadie puede negar esta realidad. Y si lo hace tiene intereses creados. Argentina, único país del mundo en dónde los colectivos te paran dónde deben cuando trabajan a reglamento. Y donde el colectivero, si no te mata te putea. "Que esto es un despliegue de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue". Pucha que tenía razón Discépolo.
Mientras Candelas, trabajadores y estudiantes que viajan como ganado en transportes públicos, obreros que se quedan sin trabajo de un día para otro porque los chanchullos llegan a lugares inesperados hasta para los más recalcitrantes militantes de la derecha, tercerizados que son baleados como en un coto de caza, se mueren casi sin darse cuenta. "Es lo mismo el que labura, noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley…". No hay con qué darle. Discépolo la tenía clara.
(Columna publicada en Miradas Cotidianas)