Por Humberto Acciarressi
La escena puede estar ocurriendo ahora mismo. Estás en tu casa, dispuesto a acostarte y disfrutar de una película (y con ambas cosas hacer un paréntesis sin el cual tu cerebro puede estallar como una bomba neutrónica), cuando una molestia en la boca se transforma en el dolor insoportable de una muela cariada. Mirás el reloj, porque ya sabés que en el botiquín no te quedan analgésicos, ya que eso te viene ocurriendo hace una semana. La hora es tarde para morir en una guardia odontológica, donde no van a hacerte nada, porque ya te diste cuenta que un costado de tu cara ya parece uno de los mofletes de Quico, el del Chavo del 8, por la inflamación.
El dolor crece, tu familia duerme, no te podés concentrar en nada. En el colmo de la desesperación te hacés unos buches de ginebra y lo único que conseguís es ponerte en el umbral de una curda. En la mesita de luz, junto a los cigarrillos, hay un ejemplar de La Razón y te ponés a leer esta columna. Y te enterás de algo que no sabías. Que para mitigar el dolor, asegura un estudio, hace falta una buena carcajada que produzca la liberación de sustancias químicas que actúen como analgésico natural.
La situación es tan ridícula que comenzás a reirte. Arrancás con una sonrisa y terminás como una hiena. Te babeás por las carcajadas, rodás por el piso, golpeás el puño contra la pared. La risa se expande y cuando tu mujer se despierta y vos le respondés con una risa homérica, ella se da vuelta y sigue durmiendo. Ya no te acordás de qué te reís y mucho menos del dolor. Sudado, agitado, con los músculos doloridos por la risa estrepitosa, te volvés a meter en la cama. Pensás que mañana te vas a comprar un payaso y volvés a reirte. Pero ahora querés dormir.
Una semana más tarde estás internado en terapia intensiva por una septicemia masiva. Eliminaste siete días el dolor gracias a la terapia de las carcajadas y llenaste tu cuerpo de pus. Y para colmo te convertiste en un epiléptico. Eso sí. No importa. Tu última semana de vida habrá sido de maravillas. Y eso no es poco.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)