Por Humberto Acciarressi
Ya hemos hablado de quienes venden (y compran) terrenos para presenciar mejor el fin del mundo, o de los que emplean cualquier sortilegio para contribuir a que éste no ocurra. La cuestión no es nueva. El fin de los tiempos se viene pregonando desde antes de la existencia misma, si me permitís la exageración. Suicidios en masa acompañaron algunas fechas cruciales (la del fin del primer milenio de la era cristiana fue una de ellas). Otros esperan que vengan a tiempo los extraterrestres, nos suban a sus máquinas galácticas y nos lleven al paraíso de algún planeta.
Entre todas estas variantes, y nada menos que en Cuba, 62 personas (que incluyen 19 chicos y cuatro mujeres embarazadas) se encerraron en una iglesia evangélica. Ya lo venían planificando, pero el asalto del edificio ocurrió el 21 de agosto pasado. Cuando les preguntaron, antes de comenzar a los tiros, qué los motivaba, uno de sus líderes señaló: "En este lugar sagrado nos quedaremos a esperar el cataclismo que significará el fin del mundo". Chupate esa mandarina.
Cómo si en Cuba no tuvieran suficientes problemas, las autoridades políticas derivaron el caso a la Iglesia Pentecostal, que inmediatamente le quitó las credenciales al pastor Braulio Herrera. La acusación fue contundente: "desviación teológica". Y luego lo acusaron de ocupación "ilegítima" del lugar. El demente llamó a una conferencia de prensa y allí, como en la película "Todopoderoso", enunció que "Dios nos dice que aborrece el pecado de esta nación". Y emprendió una catarata de críticas al divorcio, a los homosexuales y al espiritismo que "cunden en Cuba".
Las autoridades pentecostales cubanas señalaron, por su lado, que "el ex pastor está tratando de sustentar la llamada santidad extrema y perfección humana" y que actúa "sin tener la Biblia de pauta". Y agregaron algo que no fue desmentido por el profeta del apocalipsis. Que el tal Herrera dice recibir instrucciones directamente de Dios ¿Hay que recordar que en la isla impera el marxismo desde 1959?
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)