Por Humberto Acciarressi
Dejando de lado la trascendencia que tuvo Syd Barret en los comienzos de Pink Floyd, no está mal decir que Roger Waters y David Gilmour fueron el Lennon-McCartney de la banda de Cambridge. Pero también es verdad que después del alejamiento de Barret, Waters tomó las riendas del grupo y se convirtió en el principal compositor (las letras de los cinco discos de Pink Floyd previos a su marcha, comenzando con The Dark Side of the Moon, de 1973, y terminando con The Final Cut, de 1983 y feroces ataques a Margaret Tatcher, son todas suyas).
Waters, nacido en Surrey en 1943, era hijo de un devoto pacifista del partido Comunista británico, que por problemas de conciencia condujo una ambulancia durante el inicio de la Segunda Guerra. Más tarde se unió a un regimiento de infantería y murió en la batalla de Anzio, poco antes de la rendición de las tropas del Eje en Italia. Roger tenía cuatro meses y cualquier parecido con la realidad de The Wall (el disco de 1979 y la película de Alan Parker de 1982) no es ninguna coincidencia. Es autobiografía pura.
Después vinieron las tramoyas legales por la separación de la banda. Gilmour, Mason y Wright se quedaron con el nombre Pink Floyd, y Waters con los derechos de sus temas, del concepto de The Wall y con el icónico cerdo inflable. Roger ya había compuesto la banda sonora “Music from The Body” para el documental “El cuerpo”. Y luego aparecieron el inigualable “The Pros and Cons of Hitch Hiking” (Los pro y los contra de hacer dedo), “Radio KAOS”, “Amused to death”, “In the Flesh - Live”, la ópera “Ça Ira”. Y dejamos para el final “The Wall - Live in Berlin”, disco sobre el épico concierto realizado en julio del 90, presenciado por 350 mil personas en vivo y transmitido a 52 países. Este es el músico que acaba de romper todas las marcas de recitales seguidos en el Monumental de River (van 8 sobre los 4 pautados originalmente), para marzo del 2012.
(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)