Por Humberto Acciarressi
Rendall Lee Church es un tipo original. En 1983 asesinó a otro a cuchillazos, fue atrapado, juzgado y condenado. Casi treinta años más tarde -no se informa la condena original ni si hubo atenuantes a la pena- fue dejado en libertad. Pero, como decíamos, Church es un tipo original. Las casi tres décadas que pasó en una celda lo mal acostumbraron. Cuando en estado de ebriedad liquidó al otro tipo, la forma de comunicarse era por teléfono antiguo, que en la actualidad es más parecido a una tortuga que a un medio para hablar con alguien a la distancia. Las computadoras tenían el tamaño de un camión de Cliba e Internet era lo más similar a un sueño de la afiebrada imaginación de un novelista que una realidad con todas las letras.
De a poco, durante casi noventa días, Church se dio cuenta que no se adaptaba al mundo. “No sabía usar computadoras, celulares o internet”, dijo más tarde. Incluso alguien, amigablemente, hasta lo debe haber cargado. Rendall se sintió molesto y poco a poco se desesperó. Un día no aguantó más. El ex presidiario Church, una mañana, advirtió que lo que le ocurría era que tenía miedo. Más aún, pánico. No había nada en el mundo más seguro que su celda, rodeado de psicóticos, criminales seriales, ladrones de bancos y violadores. No lo pensó más. Agarró un bidón de nafta, roció su casa y no me hace falta verlo para saber que tiró el fósforo encendido con cara de satisfacción. Miró el incendio hasta que llegaron las sirenas. Church está ahora en la prisión del condado de Bexar, Texas, por incendio premeditado. Dos noticas finales. Una buena y una mala. La buena, le dieron cinco años. La mala, en seis meses podrá salir bajo palabra. Hay gente que nació con mal karma.
(Publicado en la columna "El clik del editor", de La Razón, de Buenos Aires)