Por Humberto Acciarressi
Hay gente fanática de la pesca y hay otros que no. Me incluyo entre los últimos, incluso quienes no saben distinguir un bagre de un tiburón. Pero hay algo que los neófitos sí sabemos: que un caimán es lo menos parecido a un pez (o eventualmente un pescado). Y si alguien me invitara a pescar -luego de ensayar mil estrategias para no ir- enfatizaría mi negativa si me dijeran que es para atrapar caimanes. Creo en el cine y, de acuerdo a lo visto en películas largamente olvidables, si te les cruzás en el camino te morfan crudo. Dicho de otra forma, para salir a pescar caimanes hay que estar un poco chiflado.
Pues bien. En Miami, un demente salió con sus padres y un amigo en esta aventura digna de una película yanqui clase B. Subidos a un bote, el joven de 19 años tomó su caña de pescar, la lanzó al agua y de pronto sintió que algo tironeaba del otro lado. Y ese “algo” no era precisamente un pejerrey. Fue así como, luego de forcejear como un gladiador (con la ayuda de su padre y su amigo), logró subir al bote una mole de 3,5 metros de largo y 363 kilos de peso. Una bestia. Se trataba de un caimán que, para ser rigurosos, aún estaba vivo. Entre los tres humanistas comenzaron a flagelarlo con palos y fierros, hasta que uno de ellos le clavó un arpón. Si hay golpes bajos, ese fue uno. Y no habla nada bien de los viajeros del bote.
El asunto, te la hago corta, es que después de un rato el caimán ya era difunto. Nadie rezó por la criaturita de Dios. Cuando llegaron a su casa, metieron el cuerpo del animal en un congelador. No se informa -y personalmente lo ignoro- si el caimán es comestible. Yo no te lo como ni con un revolver en la nuca. Lo cierto es que ellos -los criminales- dicen que lo manducarán. Tal vez se trate de un viejo ritual tribal. No lo sé. Hay algo que sí aclararon el joven y sus cómplices en el crimen: van a disecar la cabeza del animal y con una de sus patas traseras harán una lámpara. Si vuelvo a saber de ellos, me gustaría enterarme que se los comió un cocodrilo.
(Pubicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)