Por Humberto Acciarressi
El mundo está de luto. Los hombres y mujeres de buen corazón derraman na lágrima. Los chicos tendrán pesadillas y (luego de consultar a tu médico) deberían ser llevados al psicólogo. El planeta no será el mismo y la meca del cine, el Hollywood inmortalizado en películas e historias, debería poner sus banderas a media asta. Así sean las de utilería, las del general Custer o las de los indios navajos.
Con las mejillas húmedas debemos informar que falleció, a los tres años y medio, Heidi, la famosa zarigüeya bizca alemana.
Dicen los veterinarios que era vieja, pero de un muerto se puede decir cualquier cosa, total no está para defenderse. Heidi no era un animalejo del montón. Hubo un tiempo que llegó a tener más fama que los bailarines de Tinelli o que Jacobo Winograd. De hecho, en febrero pasado, apareció en la televisión estadounidense prediciendo los ganadores de los Oscar. Acertó Mejor Actriz y Mejor Actor. Fu sacrificada. Dicen que estaba demente. Vos creelo; yo no. La envidia, sólo en la obra de Shakespeare, ha provocadon catástrofes mayores.
El marsupial pasó sus útimas semanas muy intranquilo. Los 320 mil fanáticos que tenía en Fecebook y en Twitter dejan mensajes y dolor. Nervioso e incapaz de moverse en los últimos tiempos, y ante los tratamientos infructuosos, se decidió sacrificarlo, tras un diagnóstico similar a la demencia senil. Murió sin abogados ni amigos. Pobre zarigüeya abandonada del mundo; primero mimada, luego olvidada. El zoológico de Leipzig emitió un comunicado: “La zarigüeya bizca Heidi ha cerrado sus ojos para siempre”.
No hay dos sin tres, y hay lugares que son mufa. Dos comprobaciones como moraleja de esta historia. El oso polar Knut, el animal más mediático de los últimos años y tapa de revistas, murió en marzo tras un ataque epiléptico en el zoo de Berlín. El pasado octubre, el Nostradamus del mundo animal, el pulpo Paulo, expiró sin emitir vaticinios. Y ahora le tocó el turno a Heidi. Si viajás a Alemania, dejá a tu mascota en casa, o que antes haga testamento.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)