Por Humberto Acciarressi
Si la Argentina fuera una película, se balancearía entre un drama político al estilo de Andrezj Wajda (pienso en "Dantón", por ejemplo) y la filmografía completa de Almodovar. Pero el capítulo dedicado a ciertos productos televisivos, no podría hacerlo otro que no fuera Federico Fellini. Entre ellos, un bodrio sublime que acaba de aparecer con el nombre de "Fort Night Show", salido de la cabeza y del bolsillo de Ricardo Fort, que además es su conductor. No puedo mentirte: lo ví por You Tube.
En realidad no esperaba encontrar el gran programa de la televisión abierta internacional, ni -claro está- esos buenos documentales o mesas redondas de Canal A, Encuentro o Film and Arts. Fort no se caracteriza precisamente por ser un creador. A veces canta bien y punto. Es una especie de Piñón Fijo multimillonario. Pero lo que ví superó largamente cualquier tipo de expectativa. El programa de Fort tiene tanta grasa que los médicos deberían desaconsejarlo por el colesterol.
El ego de este sujeto, del tamaño de un agujero negro, lo llevó a concebir un show en el que todo se refiere a él. Incluso sus laderos -más conocidos algunos, desconocidos muchos- forman una especie de Armada Brancaleone, aunque sin la simpatía y la ternura de la de Monicelli. Encasillado en lo que Jauretche llamó "el medio pelo" (primo decadente de la aristocracia o nuevo rico), el mediático multimillonario que habla de "tú", se cansó de tirarle palos a Tinelli y chuparle las medias al dueño de América.
Claro que no fue lo único que hizo. Como conoce todas las variantes berretas para hablar de sí mismo, cantó fragmentos de temas, reiteró que le gustan los hombres y las mujeres, cuando quiso ponerse serio empardó a Paulo Coehlo en lugares comunes, pidió champagne para apagar la sed y hasta se confundió el micrófono y estuvo un rato hablando "por la copa". Es cierto que el que tiene guita hace lo que quiere. Pero en el caso de Fort parece que apenas hace lo que puede. Que es mínimo.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)