Por Humberto Acciarressi
El mundo, por suerte, es variado. Y por carácter transitivo, digno de asombro. Sin embargo hay cosas que se salen de control. Y si es cierto que lo único infinito es la estupidez humana, acaba de ocurrir un hecho que lo confirma largamente. Un tipo de Blagovéshchensk, para probar su resistencia, le pidió a un amigo que lo ayudara a enterrarse vivo. Se han hecho películas con el tema, incluyendo la exótica y atrapante "El sabor de la cereza". Pero esto no ocurrió en un set.
Los dos sujetos -el delirante y su Sancho de cabecera- cavaron una fosa en el jardín. En ella se metió quien a partir de ahora llamaremos "el estúpido", con una manta, una botella de agua, un tubo para respirar y un celular. Si ocurría algún inconveniente, la comunicación debía ser rápida. Cubierto por veinte centímetros de tierra pasó la noche, mientras el enterrador dormía plácidamente en su cama.
En la mañana siguiente, luego de desayunar, Sancho fue a desenterar a su amigo. Ni siquiera se dio cuenta que había llovido. Silbando comenzó a desenterrarlo para ir a festejar la hazaña. No pudo ser. Lo encontró muerto. La lluvia bloqueó el tubo por el que respiraba y se quedó sin oxígeno. Intentó llamar, pero el celular falló. Por carácter transitivo, el estúpido se murió ¡¡¡ Se murió!!! Si alguien encuentra algo más bizarramente trágico que esto, por favor mándeme la historia.
¿Qué tiene la gente en la cabeza?, ¿con qué clase de abono alimentan a los animales que luego van a los platos de los rusos?, ¿lo extrañan a Stalin? Todo esto porque no es la primera vez que ocurre un despropósito de esta naturaleza. Hace unos meses, un chiflado de la ciudad de Vologda también murió asfixiado tras ser enterrado voluntariamente. Este ni siquiera tenía celular y lo hizo para "deshacerse del miedo a la muerte". En cuánto al personaje central de esta crónica, le dijo al amigo que el rito le iba a dar suerte para toda la vida. Y se la dio, pero "mala suerte" por apenas unas horas. Uno no sabe si llorar o reirse a carcajadas.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)
El mundo, por suerte, es variado. Y por carácter transitivo, digno de asombro. Sin embargo hay cosas que se salen de control. Y si es cierto que lo único infinito es la estupidez humana, acaba de ocurrir un hecho que lo confirma largamente. Un tipo de Blagovéshchensk, para probar su resistencia, le pidió a un amigo que lo ayudara a enterrarse vivo. Se han hecho películas con el tema, incluyendo la exótica y atrapante "El sabor de la cereza". Pero esto no ocurrió en un set.
Los dos sujetos -el delirante y su Sancho de cabecera- cavaron una fosa en el jardín. En ella se metió quien a partir de ahora llamaremos "el estúpido", con una manta, una botella de agua, un tubo para respirar y un celular. Si ocurría algún inconveniente, la comunicación debía ser rápida. Cubierto por veinte centímetros de tierra pasó la noche, mientras el enterrador dormía plácidamente en su cama.
En la mañana siguiente, luego de desayunar, Sancho fue a desenterar a su amigo. Ni siquiera se dio cuenta que había llovido. Silbando comenzó a desenterrarlo para ir a festejar la hazaña. No pudo ser. Lo encontró muerto. La lluvia bloqueó el tubo por el que respiraba y se quedó sin oxígeno. Intentó llamar, pero el celular falló. Por carácter transitivo, el estúpido se murió ¡¡¡ Se murió!!! Si alguien encuentra algo más bizarramente trágico que esto, por favor mándeme la historia.
¿Qué tiene la gente en la cabeza?, ¿con qué clase de abono alimentan a los animales que luego van a los platos de los rusos?, ¿lo extrañan a Stalin? Todo esto porque no es la primera vez que ocurre un despropósito de esta naturaleza. Hace unos meses, un chiflado de la ciudad de Vologda también murió asfixiado tras ser enterrado voluntariamente. Este ni siquiera tenía celular y lo hizo para "deshacerse del miedo a la muerte". En cuánto al personaje central de esta crónica, le dijo al amigo que el rito le iba a dar suerte para toda la vida. Y se la dio, pero "mala suerte" por apenas unas horas. Uno no sabe si llorar o reirse a carcajadas.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)