Por Humberto Acciarressi
Durante años, encontrar a Osama Bin Laden fue el objetivo prioritario de los Estados Unidos. Eso, claro, si nos atenemos a la versión oficial y no nos olvidamos que durante mucho tiempo el líder de Al Qaeda fue socio privilegiado de la nación del norte. El asunto es que, según se dijo, el grupo comando que lo buscó, lo encontró, lo mató y lo fotografió, después -para redondear la faena- lo tiró al fondo del mar. Aún muerto, todo lo que se refiere a Bin Laden debe ser dicho en potencial. “Lo habrían encontrado”, “lo habrían matado”, “lo habrían tirado a las aguas del Mar Arábigo” y siguen los “habrían”.
El asunto es que a las dudas inevitables, en el caso del terrorista se sumaron los entredichos de las propias versiones oficiales. El asunto es que como Elvis, Gardel o Yabrán, muchos sostienen que Bin Laden no está muerto y que por eso no se mostró su cadáver. Frente a la incertidumbre, un buzo estadounidense experto en buscar tesoros en el fondo del mar, se ha propuesto la tarea de hallar el cuerpo del hombre más buscado en las últimas décadas.
Ahora bien. Si a Bin Laden estuvieron diez años rastreándolo sobre la tierra, no quiero ni imaginar cuánto tiempo necesitarán en el mar. Eso sin contar que, a menos que lo hayan tirado vivo y tenga branquias, está definitivamente muerto. O sea, para decirlo vulgarmente, se encuentra en proceso de descomposición. Eso si ya no se lo comieron los peces del Mar Arábigo. El asunto es que el tipo no se libra de que lo busquen. Y todo parece indicar que el buzo Bill Warren quiere salirse con la suya.
Para ser justos, señalemos que hay que tener una fuerte vocación y mucho tiempo por delante para emprender semejante tarea. El buscador de tesoros comenzará en la costa de Pakistán y si no tiene suerte seguirá en las aguas del occidente de la India. Sus planes incluyen profundidades de 2.500 metros ¿Hace falta recordar cuántas décadas se tardó en hallar la estructura gigantesca del Titanic para imaginar que estamos ante un desquiciado?
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)