Por Humberto Acciarressi
Repetidas, renovadas o sencillamente nuevas, las fórmulas para cumplir un objetivo en el mundo actual admiten cualquier cosa. Conceptos como "humillación pública" y "dignidad" han perdido el sentido. Refiriéndose a otras palabras, ya lo había señalado Cortázar a fines de los 70. Mediáticos célebres o semifamosos, o ilustres desconocidos, no tienen ningún problema de exponerse al escarnio. Desde un Ricardo García arrastrándose por el piso fingiendo llorar, hasta un obeso corriendo sobre una cinta para no caer en una pileta llena de fuego, todo es posible. Lo bizarro es lo corriente y hay que reformular los paradigmas culturales. Hace unos días, una chica aceptó que la rapen en cámaras para que su equipo obtenga un viaje de egresados. Ni siquiera es novedad. Basta pasearse por YouTube.
Lo realmente patético es que mientras la aceptación a la humillación existe, hay algo que tironea desde adentro. En el caso de la joven rapada fue más que evidente. Mientras le pasaban la "cero", la piba mezclaba llantos y risas. Claro que cuando le informaron que había ganado, saltó de alegría, se abrazó a sus compañeros, y pelada como está se dispuso a viajar a Bariloche. Eso sí: que se lleve una gorra para disimular, porque muchos de los compañeros que la aplaudieron, no van a querer tocarla ni con un palo.
Pero la historia no termina allí. Otras prendas incluyen prenderle fuego al cabello de una adolescente, depilar con cera a los chicos, encerrarlos en una urna llena de ratas que le caminan por el cuerpo y la cara, comer gusanos vivos recubiertos en chocolate, sacarse la ropa a medida que no contestan bien las preguntas que les formulan. Todo en medio de gritos y escribanos, como en una película de Fellini. Es cierto que algunos dicen que no y se plantan. Una chica, cuando le dijeron de cortarle el pelo, se puso firme: "Ni loca". Y perdió, claro. Hay que ver que ocurre cuando un gordo muera al spiedo o un chico se dispare un tiro en el balero como prenda para ganarse un viaje. Hacia eso vamos.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)