Por Humberto Acciarressi
Esta columna, la escriba quien la escriba, puede ser infinita. Ahora, en el marco de una realidad abismal, los salones de belleza de los Estados Unidos están en máximo alerta. El motivo debería parecer simple pero no lo es: cada vez son más los delincuentes especializados en el robo de cabello humano, que se valora en miles de dólares. Ejemplo: hace unos días, en Atlanta, los ladrones se abalanzaron con un auto sobre la puerta de una peluquería y se escaparon con pelo por valor de diez mil dólares. Y recientemente, en Houston, al salón My Trendy Place le robaron US$120.000 en cabello de gente nacida en la India. Estos ladrones que no pueden ser definidos como de medio pelo, sino de pelo completo, se llevan sumas siderales.
Todo esto, según se dice, está vinculado con cantantes como Beyoncé, Gwen Stefani y Christina Aguilera. Las chicas -aseguran- refuerzan su popularidad gracias a un ideal de belleza que incluye cabellos voluminosos y largos. Con lo cual podrían ser consideradas de partícipes necesarias o incitadoras al delito. El asunto es que miles de mujeres pagan cualquier cosa por pelo ajeno, y en ocasiones varios a la vez. "Colocarse extensiones se está volviendo casi una droga, pese a que el cabello de calidad es bastante caro", dice uno de los más prestigiosos estilistas de Houston.
Todo esto sería cartón pintado si no se hubiera desarrollado una mafia internacional dedicada al tráfico de cabello humano. Como sucede en ciertas películas, los lugares donde las mujeres son atacadas para quitarles su pelo son fundamentalmente dos: la India y Rusia. En el primero de los casos, hasta se han inventado rituales religiosos que exigen a las chicas que se corten el cabello. De allí a una bolsa, el viaje en avión a Europa o Estados Unidos, y "plin" caja para los contrabandistas de pelo. La mafia siempre se las ingenia para renovarse. El mercado negro del cabello es una nueva modalidad. Y, como todo en la actualidad, internet es uno de los canales preferidos para la compraventa.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)