Por Humberto Acciarressi
Jorge Porcel fue, sin dudas, uno de los capocómicos que marcó una era de la televisión y el teatro argentino (sus películas dejan mucho que desear). En dupla con Alberto Olmedo o sólo, su agónica muerte no le sumó una fama que ya tenía ganada desde mucho antes. Varios de quienes lo conocieron aseguran que no era un buen tipo. Terminó militando en una iglesia evangelista en Miami y con un terrible mal de Parkinson. Coleccionista de obras de arte y dueño de varias propiedades en el país y el extranjero -según dicen-, a varios años de su muerte una de sus mujeres, Norma, pide limosna por las calles de Olivos. De otra forma no podrían comer ni ella ni su hijo, Jorgito Porcel.
Y aquí entra en escena el "nene", un grandote de más de 40 años que se la pasa en su casa mirando televisión, mientras la vieja manguea en la calle. Un caradura del año cero, que causa más gracia que su padre sin ser comediante. Entrevistado por Marcelo Polino (después lo agarraron otros) Jorgito (gordo como su padre) habló sobre el mal momento de su mamá. A lo que añadió: "Yo no nací para pedir. Si no me dan trabajo no es culpa mía". Hasta allí uno se lo podría imaginar leyendo los clasificados en busca de trabajo, pero tiene unas condiciones bastante estrictas: "Lo lamento, pero no trabajo por menos de veinte mil pesos. La televisión me debe eso y mucho más. Soy Jorge Porcel hijo, no voy a fregar pisos".
Como resulta obvio no consigue trabajo por ese dinero, especialmente porque no se sabe qué hace el señor. Un dato que no puede ser dejado de lado: su mamá lo apaña. Y cuando ella vuelve de mendigar y se encuentra con este energúmeno tirado en la sofá, le dice: "Jorge, nunca te bajes del caballo". Y le prepara la comida ¿Entendés? El vivo la hace "laburar" a la vieja, mientras él espera que baje un ángel y le ofrezca veinte luquitas para hacer... nadie sabe. La farándula nos ofrece argumentos de comedia. Es digno de ver a Jorgito anunciándole al mundo: "No voy a bajar mis pretensiones". Este muchacho está mal del balero.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)