10 julio 2012

Tori, la orangutana que no para de fumar


Por Humberto Acciarressi

Todo comenzó cuando a Tori, por entonces de cinco años, los visitantes del zoológico de Taru Jurug, Indonesia, no paraban de tirarle colillas de cigarrillos. Ahora, la orangutana ya es una señorita de quince pero fuma como un borracho viejo. Incluso cuando no tiene puchos, se lleva dos dedos a la boca y hace el gesto típico de "¿tenés un faso, viejita?", ya sea a los cuidadores como a los visitantes. Y si no la convidan -muchos lo hacen- Tori arma una trifulca que pone de los pelos a todos los demás animales.

Las cosas están que arden para la mona, ya que ahora ha comenzado una política mucho más dura. Por ejemplo, los cuidadores vigilan más a los visitantes, que son los que le dan los cigarrillos, y se planea instalar una red alrededor de su jaula. Pero eso no convence a nadie. Se sospecha que ella se las ingeniará. Hasta dónde llegará el vicio que ya cansó a su pareja, el orangután Didik. Molesto por el humo, el bicho a veces corre y pisa los puchos que le tiran a su compañera. Y se arma.

Para colmo, estudiosos del Centro de Protección de Orangutanes han descubierto que los padres de Tori también fumaban, lo cual la convertiría en una víctima del entorno familiar. Mucha gente, inconsciente por naturaleza, le sigue tirando cigarros para reírse y tomarle fotos fumando. Verdaderos tarados, similares a quienes en el Zoo de Baires, hace unas décadas, le arrojaban tornillos y alambres al avestruz, para verificar la leyenda de que puede comer cualquier cosa. Obviamente, cada dos por tres se moría alguno.

Pero volviendo a Indonesia, el zoológico estudia la posibilidad de mudar a Tori junto a su pareja a una isla. Creen que en medio de árboles con lianas y sin visitantes tan imbéciles, la mona se olvide del cigarrillo. Ojalá pueda hacerlo, aunque personalmente la veo muy enganchada al vicio y a su "marido" no le encuentro demasiada autoridad. Quiero decir que no me llamaría la atención que la orangutana se las ingenie para armar sus propios fasos y se siente a disfrutarlos mirando el paradisíaco paisaje.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)