06 julio 2012

Liberan a Schettino, el capitán cobarde


Por Humberto Acciarressi

Cuando nadie se lo esperaba, ni en Italia ni en el resto del mundo, un juez revocó el arresto domiciliario de Francesco Schettino, el ex capitán del Costa Concordia, aquel pseudo playboy que mientras se le hundía el crucero con 4.000 personas, estaba meta champagne y jolgorio con la moldava Domnika Cemortan, una baby que ni siquiera figuraba en la lista de pasajeros. Su triste historia consigna que, cuando se dio cuenta del desastre, cachó un bote y puso proa rumbo a la salvación. A su salvación.

La mole semihundida del Costa Concordia aún está frente a la Isla de Giglio, justo dónde más de treinta personas perdieron la vida. Ahora, "el capitán cobarde" -así se lo conoce a este ex marino cuya vocación de dandy lo llevó a la tragedia- quedará en libertad hasta que comience el juicio por "homicidio culposo múltiple, naufragio y abandono de la nave". No te vayas a creer que el tipo estaba en un sótano carcelario como el conde de Montecristo. Estaba en la casa.

El juez -otro magistrado irresponsable de los que abundan en el mundo- amplió su "prisión" preventiva a todo el pueblo Meta di Sorrento, en Nápoles. Lo único que falta sería que lo haya facultado para entretenerse conduciendo una lancha. Pero lo cierto es que en el lugar volvieron a aparecer las remeras aquellas de "Vada a bordo, cazzo", la frase que dio la vuelta al mundo, gritada por el comandante de puerto que advirtió que Schettino se rajaba como laucha por tirante del crucero cargado de gente.

No hacemos mal en recordar que el juez en cuestión es aquel al que casi se le pianta un lagrimón cuando la "nenita" del capitán -que en el crucero saltó de bailarina a azafata, y de azafata a colada- le dijo: "Para mí es un héroe y estoy enamorada de él". Después dio algunas entrevistas televisivas y desapareció. Estos napolitanos tienen una vocación por el teleteatro que te la regalo. En cuanto al "cobarde", no te extrañe que con el paso del tiempo le pidan autógrafos en la calle. La gente es tan voluble que asusta.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)