20 marzo 2011

El macartismo siempre es macartismo

Por Humberto Acciarressi

A comienzos de los años 70, un caso conmocionó a la comunidad intelectual: el arresto en Cuba del poeta Heberto Padilla y de su esposa, la también escritora Belkis Cuza Malé, bajo la acusación de "actividades subversivas" contra el gobierno de Fidel Castro. Entre los que firmaron reclamos públicos por el intelectual perseguido hubo muchos defensores de la Revolución Cubana. Entre ellos, Simone de Beauvoir, Carlos Fuentes, Jean-Paul Sartre, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar. Este último plasmó sus reflexiones en "Viaje alrededor de una mesa. El intelectual y la política" - libro muy poco mencionado - y fue excomulgado por Fidel. Nunca se arrepintió de sus ideas; sí lo hizo Vargas Llosa. Pero ninguno abjuró de su papel de intelectual (¿hace falta recordar lo mal vistas que estaban las ideas de Rodolfo Walsh o "Paco" Urondo dentro de la organización terrorista Montoneros?).

Más pragmáticos y en las antípodas de aquellos, adherentes al gobierno nacional cargaron (y luego fueron desautorizados por la presidenta de la Nación) contra Vargas Llosa, uno de los más brillantes intelectuales latinoamericanos y autor de una carta emblemática al genocida Videla. Ahora, la Orquesta Estable y la Filarmónica del Teatro Colón no participarán de las presentaciones de Plácido Domingo. La moda de los piquetes y los escraches a figuras de la cultura se está poniendo densa. Cuando el macartismo lo practica quien dice no serlo, lo mejor es volver a ver El Gatopardo, aquella obra maestra de Luchino Visconti.

(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)