Por Humberto Acciarressi
Al cierre de esta edición (N.de.A: fue publicado el viernes) y por las quince horas de diferencia, estamos en condiciones de informar que el fin del mundo aún no había llegado a Australia, Japón y Nueva Zelanda. En general, mientras esperan el embate de un nuevo tsunami y algunos de los terremotos diarios, Oceanía venía salvándose. Sin embargo yo no cantaría victoria, ya que en estos momentos quizás nadie en la Argentina esté leyendo estas líneas, lo cual me instalaría en el Libro Guinnes de los Récords, porque siempre hay un familiar que lo sigue a uno. Pero no por capricho ni por la mayor importancia de los saqueos, la Rural o la Fragata Libertad, sino porque finalmente el meteorito habrá caído en el Atlántico y ahora somos todos caldo galáctico.
Lo cierto es que el mundo -o por lo menos todos menos el 12% según encuestas internacionales- habrá dado una muestra de gran entereza, ya que el último día fue de jolgorio y festejos. En las redes sociales casi no hubo usuario que no se tomara en chiste el asunto. Si uno reflexiona y deja las bromas al margen, la reacción de la gente habrá sido altamente saludable. Contra la naturaleza desatada no hay con qué darle. Son de gravedad evitable los saqueos, las muertes, la trata de personas, el abuso de poder.
Curiosamente, mientras en todos lados se tomaban en broma el fin del mundo, los mismos twitteros daban rienda suelta a su bronca para manifestarse contra los ajustes (desde España a la Argentina, pasando por los países que quieras sumar), contra el desempleo y a favor de un mundo más justo. Todo al mismo tiempo. Como en el tango de Discépolo. Como si la muerte lenta no fuera una alternativa ante un meteorito que te mande al infierno en un segundo.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)