09 julio 2011

Mi nombre es Bond, Humberto Bond

Por Humberto Acciarressi

Siempre quise ser por unas horas James Bond. No recuerdo cuándo, pero estoy casi seguro que esto es verdad. Porque, ¿quién no quiso ser alguna vez el célebre agente 007, siempre rodeado de mujeres y realizando aventuras inimaginables en la vida cotidiana? Ahora esto es posible, si tenés ocho mil dólares por día y hacés un trato con un lujoso hotel de Qatar.

El "negocio/fantasía" tiene varios puntos bien especificados y otros que no quedan demasiado claros. Entre los primeros, el cliente -que hay que suponer que viaja solo- es recibido en el aeropuerto de Doha. Alguien se le acerca, le dice "esto es suyo señor Bond", y le da las llaves de un auto Aston Martin DB5, parecido al del agente 007. La cosa, todavía en el aeropuerto, no concluye allí. También se le entrega un reloj Omega, o sea de la misma marca llevada por James Bond en "Casino Royale" y otras películas de la serie, y se le indica el camino.

Una vez que llega al hotel (del que se se brindan datos), "el señor Bond" de mentirijillas, como diría Flanders, recibe un sobre cerrado y lacrado. Dentro hay una carta codificada, en la que se le explica la misión. Uno podría preguntarse qué pasa si el sujeto de marras no descifra el texto ¿Termina el juego?, ¿le devuelven la plata?, ¿lo matan? Supongamos que tiene suerte e inteligencia (o ambas a la vez) y se entera en qué consiste "la misión".

Todo esto ocurre mientras el personal del hotel se le acerca y le ofrece el mejor champagne y otras minucias, siempre anteponiendo el "Señor Bond". A esta altura, el hombre ya se siente en una película o más ridículo que caminando desnudo por la calle Florida a las tres de la tarde. Pero como ya pagó sigue el juego. Si el tipo tiene la suerte de enganchar algo durante el día, el trato contempla una cena "a lo James Bond" en un restaurante dirigido por un renombrado chef. Caso contrario comerá solo como un perro. No se sabe cómo sigue el juego y menos el final, pero no sería extraño que incluya misteriosas desapariciones de turistas.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)