20 julio 2011

Brooks, Murdoch y el espionaje


Por Humberto Acciarressi

En sus 43 años de vida, Rebekah Brooks supo cómo hacer las cosas. En 1989 era telefonista en News of the World, al poco tiempo fue la más joven editora del diario, llegó a dirigir The Sun y hasta hace un par de días era la CEO del imperio mediático más grande del mundo, el conglomerado de Rupert Murdoch. Fue, entonces, una mujer emprendedora la que tuvo frente suyo la policía inglesa durante el fin de semana que siguió a su renuncia y detención. Le preguntaron por la "Operación Weetring" (escuchas ilegales) y por la "Operación Elveden" (pagos a la policía a cambio de información), delitos que cometió el News of the World y que terminaron con el cierre del diario la semana pasada, cuando rondaba una tirada de 5 millones de ejemplares.

En el escándalo que motivó además la renuncia del jefe de policía, esta británica separada, que tiene un cierto aire de Emma Thompson, pagó fianza y volvió a respirar la bruma londinense. Pero esto no termina aquí. Hasta podría decirse que recién empieza. Este imperio que va desde el canal Fox hasta The Times, pasando por The Wall Street Journal y decenas de medios a escala planetaria, ahora comienza a ser investigado en Estados Unidos y ya golpea al partido Republicano (tres columnistas de Murdoch son candidatos a la Casa Blanca: Sarah Palin, Newt Gingrich y Rick Santorum).

En Citizen Kane, Orson Welles nos cuenta la historia de un magnate real (Hearst) en clave ficticia. Por un motivo, el multimillonario nunca puede cumplir un sueño y muere pronunciando el nombre "Rosebud", convertido en una invitación a la investigación. Amarillista a muerte, hasta desencadena una guerra para vender ejemplares. Hay algo que se le escapa a Murdoch: para los ingleses la hipocrecía es un arte. Hasta los gatos en los callejones sabían de las escuchas, y que eran espiados artistas (Jude Law, Gwyneth Paltrow, Hugh Grant, entre otros) y miembros de la familia real. Todos miraron a otro lado porque les encantan los chismes. Ahora se "sorprenden" y si pueden lo lapidan.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)