10 julio 2011

En la T.V, todos lloran, todos lloran...

Por Humberto Acciarressi

El cliente -dice el refrán- siempre tiene la razón. Y los espectadores de televisión son la clientela más anhelada por los vendedores de todo tipo, desde programas de periodismo deportivo hasta seudo/debates políticos, de realitys hasta noticieros, de espacios de gastronomía a los huecos madrugadores de los pastores de la pantalla. Claro, como sucede en el mundo de los negocios, a veces se apela a cualquier cosa para vender. Y uno de los ganchos más utilizados en los últimos tiempos en la TV es el llanto, cuanto más copioso mejor. La princesa está triste, decía un viejo poema de Rubén Darío, que se preguntaba en el verso siguiente: ¿qué tendrá la princesa? Ahora no hay misterio ni nada que preguntar. El plato está servido sin sorpresas.

El llanto acontece en la pantalla, con música de fondo que los sonidistas "creen" que es triste (con esa tendencia a confundir tristeza con profundidad), cara consternada del conductor, mientras Iripino, Barbieri, Del Boca, Escudero, Alé, Soldán, Süller, Marengo, la Niña Loly, Pachano, Farro y toda una fauna de llorones moquea en cámaras. Al día siguiente, las mujeres hablan del drama de tal o cual, y según sea la medición de esas opiniones, el sujeto/a de marras tendrá que preparar el próximo llanto.
 
No está mal llorar; incluso es sano. Pero contar intimidades en público, atravesar ese río del que luego no se vuelve, y coronar ese lamentable periplo con un llanto que -más allá si es real y catártico, o mentiroso - conmueve apenas unos segundos, es verdaderamente triste. Luego, cuando la terapia televisiva pasó, todos se vuelcan nuevamente a las barrabasadas más bizarras sin que se recuerde lo que ocurrió en los instantes previos. Les juro que esto es para llorar.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)