Por Humberto Acciarressi
A las 6.45 del jueves, un piloto en el aeropuerto JFK de Nueva York, cuando su avión estaba a punto de despegar, le dijo a su controlador: "Veo algo a la izquierda. Me parece que es... una tortuga". Y un par de minutos después, ya gritando, completó el cuadro: "Atención, atención, hay decenas de tortugas en la pista de despegue". El controlador, de quien cabe pensar que todavía estaba durmiendo o borracho, le dio a elegir: "¿Querés esperar a que las tortugas sean... inspeccionadas?". Se desconoce la respuesta, y si para la inspeccción de marras fue convocado un veterinario, pero lo cierto es que tres horas después, ya se habian depositado en contenedores entre 150 y 200 tortugas y -obviamente- las aerolíneas habían suspendido sus vuelos.
Si tenés en cuenta que en la zona también hay halcones, gaviotas y gansos, habría que comenzar a considerar en cerrar el aeropuerto y abrir un zoológico. Y a las pruebas me remito. Aquel avión que acuatizó en el río Hudson con 150 pasajeros que le deben la vida a la pericia del piloto, casi se estrella por una bandada de esos pájaros. Se me dirá que las tortugas no vuelan. No sé. Porque si aparecen más de 150 en un aeropuerto donde rige una seguridad a prueba de terroristas, de alguna forma llegaron. Y nadie sabe cómo. Es cierto que el "zoo-puerto" tiene en las cercanías un criadero de tortugas, pero antes esto no pasaba. Y me niego a creer en explicaciones sobrenaturales que incluyan a Harry Potter.
Todo esto sin embargo es muy raro. Tanto como que las tortugas hayan tenido hasta su propia cuenta de Twitter: @JFKturtles. La misma consiguió más de 6,000 seguidores en muy poco tiempo, incluyendo a empresas aéreas. "Oh @JFKturtles, no podemos enojarnos con ustedes... menos mal que lograron llegar a su luna de miel a salvo", escribió un demente de la aerolínea Jet Blue. De sólo pensar que uno está en manos de esta gente cada vez que sube a un avión, me produce una sensación más cercana al pánico que a la alegría. En fin, hasta la próxima invasión de bichos.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)