Las idas y venidas por la presencia de Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro aún no pasaron la prueba de fuego. La intolerancia de algunos intelectuales, muchos seudointelectuales y una variopinta multitud de analfabetos literarios, determinaron que el último Nobel de Literatura llegara a nuestros pagos con algunas certezas más arraigadas y ciertas dudas a flor de piel. Ya cuando le habían otorgado el galardón, los críticos -muchos jamás leyeron un libro suyo- pusieron el grito en el cielo. Tal vez su sueño hubiera sido que se lo concedieran a algún integrante de Carta Abierta (paradójicamente, la única carta que se recuerde, que se abre desde el poder y no desde el llano, como en su momento fue la de Rodolfo Walsh). Pero no.
El Nobel que sólo habían recibido cinco latinoamericanos (Gabriela Mistral, Miguel Angel Asturias, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Octavio Paz), ningún argentino, y decenas que sólo son recordados por la familia (y que son sencillamente pésimos), fue para Vargas Llosa. Y en este caso fue justicia, como lo señalamos oportunamente. Naturalmente, aquellos que dejaron de leerlo por cuestiones ideológicas cuando el peruano se alejó de la revolución cubana tras el Caso Padilla se han perdido algunos libros memorables. Allá ellos. Lo mismo hicieron en su momento con Borges, con Albert Camus, con Louis Ferdinand Céline, con Ezra Pound, con Pierre Drieu La Rochelle, con Emil Cioran, con Mishima, con Cortázar cuando apoyó al franquismo durante la Guerra Civil Española. Si uno tuviera que coincidir con las ideas de los grandes escritores para leerlos, seguramente acabaría entreteniéndose con revistas de chimentos.
Lo cierto es que en la actualidad, hay muy pocos autores en lengua española tan versátiles y con obra tan pareja como Vargas Llosa. En este sentido, todo listado parcial de sus obras es arbitrario. Por eso, arbitrariamente, podríamos mencionar "La ciudad y los perros", la monumental "Conversación en la catedral", "La guerra del fin del mundo", "Pantaleón y las visitadoras", "El paraíso en la otra esquina". Y eso sin hablar de estudios como "Historia de un deicidio" (consagrado a analizar la obra de su viejo amigo y actual "adversario" García Márquez), "La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary", o "La tentación de lo imposible". La Feria del Libro siempre estuvo abierta a las polémicas, la mayoría de las veces en el ámbito de las ideas. Cuando las amenazas implican vandalismo estamos en problemas. Sea quien sea el atacado. Y sean quienes sean los vándalos. El público es el público.Y en nuestra muestra del libro quiere, sobre todo, escuchar a un gran expositor hablar sin censuras.
(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)
#Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2011